Con Bar Scorpios, Blair se consolida como una de las voces más personales del pop argentino. El segundo disco de Julieta Ordorica es una historia atravesada por el simbolismo católico —presente en la dirección de arte, en letras inquietantes y en una producción minuciosa— que explora lo religioso, lo oscuro, lo grotesco y lo confesional. La artista de Punta Alta debutó en 2022 con Llorando en la fiesta y desde entonces su crecimiento fue vertiginoso. En su esperado nuevo trabajo, se anima a abordar temas como la muerte, la identidad femenina, el desamor y la culpa, envueltos en un pop cinematográfico y detallista que refuerza una estética tan singular como inquietante.
"Todo lo que tengo" es un pop dulce al inicio y así se mantiene con sus coros suaves y armonías limpias. La voz de muñeca que tiene Blair —una muñeca que da miedo— te da la bienvenida con un tono apacible, pero el panorama lírico es claro desde el primer verso. La influencia de Mariana Enriquez aparece a flor de piel, más allá de su colaboración más adelante en el disco. Está en frases como “que la muerte me encuentre y coquetee con mi cuello”, cantada con un deseo sereno, ya aceptado, como si la muerte fuera un personaje recurrente con quien ya se ha tomado el café muchas veces.
Esta oscuridad también aparece en líneas como “tengo los huesos torcidos”, de una visualidad grotesca que se incrusta en la mente como una imagen de escena de crimen filtrada por los medios. Y cuando la voz de Enriquez sí aparece en "Pecados brutos", nos sumerge en sus pesadillas, en los pecados que paga con falta de sueño y pensamientos sinuosos que la persiguen. El deseo de librarse de la inmundicia compartiéndola. Aparece entonces la pregunta: ¿cuáles son los pecados y la inmundicia que la acompaña?
"Intenté salvar a Dios" es el núcleo de esta idea. Bajo un suave coro de iglesia y un sintetizador que simula un órgano, se insinúa la frase del estribillo con altos cortados. Casi suena como el inicio de una misa sectaria. Cuando finalmente entra el estribillo, evoca un escenario de muerte, en invierno, pero acalorado por la cantidad de cuerpos que exceden el límite de cupos. La guitarra que puntea la melodía invita a cantar con ella, mientras el kick nos empuja hacia adelante sin darnos cuenta.
Esta canción acompaña esos momentos en los que el mundo parece volverse en contra, incluso después de haberlo dado todo. Cuando se prioriza una imagen ficticia, idealizada, impuesta desde afuera. Porque Dios no es Dios: Dios es todo aquello que intentaste ser por los demás, por tu novio, por tus amigos, por tu mamá. Y nunca alcanzó. El pecado no es haber hecho algo malo, sino haber cedido tanto que ya no quedó nada propio. Y aún así, no fue suficiente. También hay reproche: haberse permitido ese sacrificio. El pecado, en realidad, se duplica.

Al recorrer Bar Scorpios se percibe el bagaje emocional heredado: la contradicción entre amar y odiar a una madre que también fue víctima del sistema, pero que transfiere su dolor en forma de ausencia o crueldad, un sentimiento tan femenino como ancestral. Blair transmite esa contradicción con una facilidad que entristece en "Dejar de ser yo". Entre amor, odio, comprensión, desprecio, y su propio reflejo: la Julieta de antes y la Julieta de ahora. Es una herida viva que el tiempo no cura. Las heridas hechas por las madres son incurables.
Blair expone otro de sus pecados en "Rabia del corazón", en donde se vuelve al desamor, pero no desde la tristeza adolescente, sino con una carga de cinismo. Ella toma responsabilidad y se confiesa: no encuentra interesante la manera de hablar de su ahora gris amor. Y no hay nada que avergüence más a una chica —erudita literaria, cinéfila, amante de cosas— que no encontrar magia ni conmoción en la voz de quien alguna vez eligió amar.
En "Carne viva", una colaboración al estilo Bonnie y Clyde, Blair y Dillom relatan los deseos de un crimen, con un sonido ochentero sobre una caja de ritmos y sintetizadores suspendidos. Es el símbolo del deseo reprimido, del impulso oscuro, de la catarsis. La inmundicia es el pensamiento inconfesable que se transforma en canción. Las voces se encuentran en el estribillo y brindan una mezcla de dulzura y la voz ronca, destruida y característica de Dillom. El diseño sonoro de la canción tiene perspectiva cinematográfica: cuenta la historia de un crimen planeado, los gritos de la víctima, y la distorsión final de la voz de Blair, revelando finalmente su rostro monstruoso.
Hacia el final, "Sola (outro)" hace que Bar Scorpios parezca un cuento de terror y fantasía, una charla con copas de vino y luces amarillas en la que hemos llorado, bailado y nos hemos enojado. Blair nos ha invitado para conectar con las partes oscuras de nuestro ser. Y a no dejarla sola.
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