¿Cuántas cosas perdidas podría rememorar y querer de vuelta en su vida una joven de 22 años? ¿Qué tanto se puede haber perdido en un camino tan corto? Lizzy McAlpine da una respuesta a esas preguntas a lo largo de las 14 canciones que forman parte de su nuevo álbum, Five Seconds Flat, publicado el pasado 8 de abril. La cantautora norteamericana invita a un recorrido por su vida, pero, fiel a su impronta temática y melancólica, no lo hace a través de hitos o logros, sino de ausencias.
El disco empieza con “Doomsday”, una canción planteada desde una analogía básica: compara a las rupturas amorosas con la muerte, hablando de ese ímpetu voraz de reclamo que pasa por la mente del derrotado, de quien quedó con su corazón roto en la mano y pidiendo explicaciones. La oriunda de Pensilvania construye un mundo de pasadizos y laberintos en torno a esa idea de la muerte, los fantasmas y lo evanescente. “All My Ghosts”, “Erase Me” y “Reckless Driving” son los otros tres temas del disco que, junto a “Doomsday”, componen la visual del álbum: muestran a McAlpine en el papel de una persona involucrada en una relación amorosa sana y deliberante, pero a quien sus fantasmas persiguen constantemente. Son canciones que retratan a la perfección esa vorágine de incertidumbre que irrumpe cuando hay que despojarse de algo que ya decidió irse tiempo atrás. La voz de McAlpine lleva a la perfección esos versos, acompañada por guitarras tenues, violines desgarradores y una producción íntegra.
Una sola es, tal vez, la canción más pícara y moralmente incorrecta de Five Seconds Flat. Se trata de “What a Shame”, un pensamiento privado expresado en voz alta que manifiesta el deseo de involucrarse con alguien que ya tiene otro interés amoroso. Se lamenta sosteniendo que es “una pena” que esa persona que desea no pueda decepcionar a un tercero con quien está comprometido. McAlpine siempre fue sincera en sus proyectos artísticos, es un hecho sabido desde que publicó sus trabajos previos, los discos Indigo (2018) y Give Me A Minute (2020) y el EP When the World Stopped Moving (2021). Pero este último trabajo parece liberarse de algo presente en los tres que lo anteceden: se derrumba esa inocencia y la cantautora permanece impávida frente a sus versos, invitándonos a confluir en los rincones más ocultos y lejanos de sus pensamientos. No por nada en la segunda canción del disco, “An Ego Thing”, la cantante justifica que gran parte de lo que le sucede es porque su ego se mete en su camino de manera constante.
Frente a ese reino abierto ante nuestros oídos, descubrimos un rasgo que McAlpine casi nunca recuperaba en su arte: la ira, la cólera, la catarsis suprema que le explota en el pecho y sale por su boca en forma de canción. Si “Nobody Likes a Secret” es una declaración de odio pura y dura, pero aún así tranquila, es porque “Firearm” ya hizo desbarrancar su integridad minutos antes. Muy al estilo de Happier Than Ever de Billie Eilish, Lizzy McAlpine entona un par de versos sosegados y decaídos. Pero, atravesada esa tristeza, la canción invade como un tsunami, no deja rincones descubiertos. “You had me convinced that you loved me/ What a fucked up reality show/ Was it fame or the lack thereof?”, aúlla la cantautora. Es un pico inhóspito que llega a la cima de manera progresiva y liberadora, para luego bajar en picada de nuevo hacia lo mismo: ese amor que lastima y oprime y que, aun así, no se puede abandonar.
Quizás sea “Weird” la canción más extraña del disco, no solo a nivel lírico, sino también sonoro. Rompe un poco con la atmósfera soñadora y sincera que se construía en el resto de las propuestas, y se aferra a una personalidad ingrávida y siniestra. Ahí radica su atractivo: en su capacidad de convertirse en la introspección más profunda del proyecto, en la sensación que transmite de estar metiéndose en algo personal y arcano. Hacia el final del disco, parece afianzarse ese halo de misticismo que rodea a toda obra de McAlpine. “Hate to Be Lame” es una canción producida e interpretada junto a Finneas, hermano mayor y productor de Eilish. Un himno al amor culposo y desconfiado, comienza con ella describiendo la manera en que leyó un artículo diciendo que lo que le pasa (tener todo el tiempo el “te amo” en la punta de la lengua) es un síntoma claro del enamoramiento. Sigue con él declarando cómo siempre está pensando en qué hubiera pasado si los planetas no se alineaban de manera tal como para que ambos se conocieran. Cierra con cada uno de ellos alegando esa idea constante que su personaje mantiene a lo largo de toda la canción: “Odio ser aburrido, pero quizás te ame”.
Por su parte, “Chemtrails” es la única canción del álbum que no hace referencia a ningún tipo de dolor o rabia amorosa, sino a ese sentimiento de desamparo que solo puede experimentarse tras la muerte de alguien que nos vio crecer. McAlpine le habla a su padre fallecido en 2020 a través de una canción cruda y excesivamente personal, que relata con detalle todas las cosas que cambiaron desde que él no está y qué cosas permanecen iguales aunque ya no pueda verlas. La muerte con la que la cantautora venía jugando a lo largo de sus otras canciones se vuelve concreta y conmovedora con “Chemtrails”, que termina con la incorporación de un audio de la propia McAlpine en su infancia, conversando con su padre. Se convierte, así, en una de las joyas indiscutibles del proyecto, solo detrás de “Ceilings”.
La octava canción del disco es una balada tenue hacia sus comienzos, y desgarradora hacia su final. McAlpine entrega una descripción de los hechos tan pictórica, tan precisa, que si se realiza una figuración mental de los hechos que construye con sus palabras el resultado no puede ser otro que la piel de gallina. “Ceilings” pinta una escena casual: ella junto a él bajo la lluvia, luego ambos en un auto y un beso de despedida hacia el final. Lizzy describe ese momento como “the start of a movie I’ve seen before”, haciéndoles justicia a todas las personas que creen que lo mágico de su música radica en su carácter cinematográfico. Pero pasada la mitad de la canción, se apodera de ese romance la noción fantasmagórica que caracteriza a Five Seconds Flat: nada es real, él no existe y ella ni siquiera puede recordar cuándo fue la última vez que alguien la besó. Ese giro inesperado convierte a la historia de amor en un grito ahogado, en un pedido de salvación de McAlpine que, cuando descubre que todo es incierto, alega que “it feels like the end of a movie i’ve seen before”.
Esa idea se replica en “Orange Show Speedway”, canción con la que McAlpine eligió cerrar su proyecto más contundente al día de la fecha. Como única compositora del track final, Lizzy levanta estructuras imaginarias sobre el amor y la amistad. Crea a una figura que la acompaña en todos los escenarios pero que, en definitiva, jamás existió. Y es hacia el final que, casi en un susurro, pone en palabras esa sensación de lanzarse de lleno hacia algo que podría matarla en tan solo cinco segundos, en arriesgar todo en pos de recuperar cada cosa que perdió y ahora, efusivamente, quiere de nuevo. ¿A qué se refiere? ¿A un ex amor? ¿A su padre? ¿A ella misma? Tal vez sea un poco de todo. Quizás a la nada misma. Lo llamativo es que, a pesar de jugar mucho con el tema, a McAlpine, como a todos, le pesa lo efímero de la vida. Y su arte nace como una purgación de esa pesadumbre.
Escuchá Five Seconds Flat de Lizzy McAlpine en plataformas de streaming (Spotify, Apple Music).