“Cuando Axel Krygier se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su estudio convertido en un músico monstruoso”. Así, de modo kafkiano, uno podría empezar una reseña de su obra o una pequeña biografía. Porque como Gregorio Samsa, Axel Krygier es un bicho raro. Basta escuchar alguno de sus 5 discos para comprobar su particular sentido musical: una intuición ecléctica que diluye límites y fronteras a partir de la deconstrucción orgánica de una infinidad de géneros y recursos.
En una charla descontracturada, matizada por los llantos eventuales de su hija recién nacida, hablamos de sus colaboraciones, sus comienzos, sus búsquedas laberínticas e inquietudes creativas y hasta las contraindicaciones de un sistema educativo que lo obligó a huir a una edad temprana. Una conversación que nos acerca a los espacios retorcidos y ambiguos de su música, pero que también pone en perspectiva algunos de los hitos de los últimos 30 años de rock nacional que lo tuvieron de testigo y protagonista privilegiado.
Antes de empezar por tus trabajos solistas quería hablar un poco de tus colaboraciones. Tanto para proyectos propios como ajenos siempre estuviste rodeado de muchos (y muy buenos) músicos. ¿Tenés alguno que te haya volado la cabeza? (sea por su manera de componer, interpretar, arreglar, etc.).
Hay muchos músicos que me han volado la cabeza a lo largo de mi historia personal. Desde que empecé a tocar en grupos fui convocado por gente que me ha excitado mucho. La primera persona con la que toqué, me sorprendió y realmente me ayudó a formarme fue Alejandro Terán, que es un par, un compañero y también un maestro. Un tipo con un talento increíble y todo un dominio de su oficio como arreglador: es el que hizo toda la orquestación en 11 Episodios Sinfónicos. Con él tuvimos varios grupos y fue la primera persona que musicalmente me impresionó. Luego, viniendo más acá en el tiempo, todos mis compañeros musicales me han marcado bastante… me han impresionado y los admiro: mis compañeros de La Portuaria, después Gaby Kerpel (otra de las personas que admiro como productor)… de Cerati ni hablar, la experiencia Soda fue increíble, fueron tan solo unos meses pero fueron lo suficiente para dejar una impronta muy fuerte: ver a un señor cantando a la perfección, manejando el público y además controlando sus pedaleras fue muy impresionante. Después Leo Maslíah me ha cautivado con su genialidad. Charly García, por supuesto… Cuando uno está inmerso en esos ambientes está muy en contacto con la genialidad, y esa admiración no es muy diferente a la impresión que puede tener el público.
Desde otro punto de vista, te has encontrado con algunas experiencias negativas que te hayan enseñado qué es lo que no hay que hacer…
Si, por supuesto (risas). Pero preferiría no entrar en detalles porque no vale la pena dejar malas huellas. Sí te puedo decir que lo peor que puede pasar es que un músico no escuche (risas). No se puede disfrutar del tocar si uno de los músicos no escucha. Pero más allá de eso hay cosas personales que se pueden encontrar en todos lados. No hace falta ser una mala persona para tener una mala reacción. Todo es muy perdonable a la luz de los años. Quizás en su momento he sufrido y he hecho sufrir, probablemente. La juventud es una época llena de expectativas y de energías, pero también de confusión y una vista que no tiene suficiente horizonte para juzgar las cosas de manera indulgente. Por eso los grupos en general se vuelven tormentosos.
Empezaste en una época convulsionada: era la época de la vuelta de la democracia…
Si, muy linda época. Fue la transición entre la música de los ’70 y los ’80, que se dio de una forma muy marcada acá. No hubo un período de post-punk o punk… acá fue todo muy hippie hasta que todos se volvieron modernos. Y yo viví esa transición. Viví con alegría ir a cortarme el pelo diciendo “bueno, terminó esta época, ya fue” (risas). Y a nivel musical también lo viví de modo muy claro, yo iba al Colegio Nacional de Vicente López donde conocí a un montonazo de músicos y pude ver diferentes corrientes. Yo entré en el ’82, guerra de las Malvinas y todo, un año bisagra. En el Colegio tocaban desde Juanchi Baleirón (con su grupo medio heavy), Diego Frenkel (que al poco tiempo empezó con Clap, en una tendencia más moderna) y un grupo de folklore en el cual me incorporé tocando la flauta traversa, estaba todavía del lado hippie de las cosas. Estuve varios años tocando proyección folklórica y toda esa mano… curiosamente Cerati también venía de ese palo de la proyección folklórica en un grupo que se llamaba Bozarrón, el cual no debe haber rastros fácilmente encontrables. Luego conocí a Kevin Johansen y a Julián Benjamín de Instrucción Cívica y a partir de ellos me metí en el palo del rock. Apareció Samalea, que después habilitó Fricción. Todo eso hizo que pudiera conocer bien de cerca los nuevos grupos de los ’80, al tiempo que la música empezó a venir de todos lados: aparecieron los primeros discos de Peter Gabriel (del cual era bastante fan), David Bowie, Talking Heads… conseguía cassettes a partir de los amigos de mi hermana. Poco a poco hice una transición hacia esta nueva música, que estaba compuesta por menos notas y más concepto.
Escuché que habías abandonado el colegio a los 15 para dedicarte a los estudios de música. Sobre eso quería hacerte una pregunta extra-musical. ¿Qué opinión te merece el sistema educativo… o al menos los principios de la educación formal a la que estamos acostumbrados?
Creo que no está bien organizado el programa de educación. Me parece bien que haya una educación pública pero este sistema capitalista horrible necesita de un lugar donde dejar a los chicos… básicamente es eso: el sistema está organizado para que la gente pueda trabajar dejando a los chicos en el colegio. La escuela es, más que nada, un lugar donde se deja a los chicos. Eso en términos generales, si critico al sistema educativo tengo que empezar por criticar al sistema en su conjunto. Eso me parece aberrante. Más allá de eso los programas me resultan ridículos, la exigencia del aprendizaje de datos no me parece justo ni útil. Creo que hay mucho por desarrollar y cambiar. Me interesa muchísimo la historia argentina pero no enseñan más que un pequeñísimo porcentaje de lo que tenemos… la cantidad de pensadores increíbles que hubo y que hay pero no mencionan… La educación me parece un desperdicio.
Estamos muy acostumbrados a la titulación, parece que si no tenemos títulos no somos nada. Sin embargo se puede ser alguien sin estar institucionalizado hasta los 25 años como sucede hoy por hoy.
En la juventud, en esa adolescencia, yo estaba totalmente en contra de las instituciones. No veía muy claro lo que podía ser una educación terciaria para mis ambiciones. Pienso que, probablemente, no estaba en lo cierto… porque en la música es difícil ver en claro lo que uno quiere. Sobre todo si se tiene como ejemplo a los grupos de rock que básicamente son hechos a partir del puro talento y las ganas, sin una educación formal que se note a simple vista. John Lennon con la guitarra y la voz te hacía una obra increíble. Uno puede guiarse por eso y apuntar a su propio talento, pero si no tenés una guía clara podés perderte. En mi caso tenía una idealización del estudio en sentido clásico, creía que podía estudiar solo… buscaba en maestros particulares. Tenía maestros de piano, canto, dibujo… me armé mi propia escuelita.
Las bandas de rock tienen mucho de autodidacta y de práctica directa: uno se la rebusca en el espacio que está de más (el garaje, por ejemplo). Pero algunos de los músicos que vos mencionabas -como Peter Gabriel y demás- tenían una formación o una perspectiva académica.
Acá no se daba lo de las escuelas de arte. Los Soda estudiaban publicidad o algo así, Terán estudiaba en la Belgrano y yo tuve la intención de estudiar Artes Plásticas. Tenía una idealización del estudio… no es que no quería estudiar nada, pero no veía quién o qué escuela podía ayudarme en lo que yo quería. La posibilidad era estudiar Dirección Orquestal o Composición en la UCA o en La Plata. Pero decidí dejar el colegio y estudiar por mi cuenta. En esa época estaba tocando con un par de grupos con los cuales ensayaba casi todos los días. Eso me hacía difícil encontrar los momentos para estudiar, y en un momento me agarró la desesperación de que no iba a aprender música si no estudiaba. Porque realmente la música precisa de mucha intensidad en el estudio. No es fácil pensar en componer o arreglar sin una técnica.
Tengo referencias de músicos ligados con estudios de grado que no lograban conciliar las tensiones y exigencias del ejercicio de la música popular y el ámbito académico. Parece que no hay fórmulas para complementar bien esos dos universos.
A mí me pasó que en un momento tuve que hacer ese quiebre o elección. Con uno de mis maestros hacíamos contrapunto, armonía, audio-perceptiva (que fue lo que más me sirvió de todo eso), ejercicios de composición y demás. Pero al mismo tiempo yo hacía mis cosas, grabando con una multi-pistas que pasó a ser mi partitura. Ahí me di cuenta que me gustaba trabajar más sobre el sonido que sobre una hoja, y que también me gustaba más sacarme tocando o inventando algo a partir de lo que me había pasado en ese momento de trance improvisatorio que pensando en cómo tenía que ser una melodía. El acercamiento material y empírico me resultaba mucho más satisfactorio que el acercamiento teórico o abstracto. Lo asumí. Ahí fue cuando dejé de estudiar flauta, que lo hacía de modo clásico… eso fue liberador. Lo que sí me sirvió más, y algo a lo que me sigo dedicando, es al piano. Me fascina el piano clásico y el jazz, y sigue siendo el centro de mi vida musical a pesar que lo que desarrollo no está directamente vinculado.
Las emociones son un insumo básico del arte. En tu caso las combinaciones, el pastiche de géneros, ritmos y timbres me sugieren que el eje está próximo al juego, a la improvisación, a una especie de espíritu infantil. ¿Cuál consideras que puede ser la clave emocional de tu música?
Hay un abanico, quizás no demasiado extenso. Una de ellas, sin duda (y sin saber por qué es la primera que se me viene), es el miedo. El miedo, el terror si se quiere. (A modo de ejemplo reproduce una de las voces distorsionadas de “Tanto Tiempo”, una de las canciones del disco Échale Semilla). Hay cosas que resultan paranoicas. Hay algo en la búsqueda que tiene que ver con el pánico o el miedo. No es que quiera infundirlo, es simplemente una de las tantas emociones que aparecen. Otra es la del puro ritmo y la catarsis, la melancolía y la alegría también.
No tenía considerado lo del miedo, pero ahora que lo decís esos recursos me hacen recordar a algo de David Lynch en su faceta de músico, que tiene una percepción rítmica bastante deforme. Capaz que me centré más en las mixturas de géneros más alegres, o los pliegues y solapamientos de distintos recursos que también generan un efecto humorístico.
A modo de ejemplo Axel hace sonar un fragmento de Échale Semilla y explica:
Uno de los grandes estímulos siempre fue la búsqueda de un estado de percepción alterado. Podría decirse que es una búsqueda espiritual que trata de tomar conciencia de estar existiendo… una especie de feedback a través del cual el ser se da cuenta que está siendo. Hay un feedback extraño que es uno de los puntos de partida del arte que busca generar un impacto o movilización. He buscado por ahí, tal vez por admiración de los artistas que hacían eso. El primero que se me viene a la cabeza es Erik Satie, su música me volvía loco y fue lo primero que traté de imitar (toca un fragmento de Gnossienne No. 4)… mil ochocientos ochenta y pico, movía todo… utilizaba técnicas que lograban desplazar el punto de encaje, como diría un lector de Castaneda.
Vos mencionabas esto de “el ser se da cuenta que está siendo”, pero la conjunción de géneros también genera un efecto contrario, casi similar al sueño… como cuando te das cuenta que estás soñando. Esa cuestión inconclusa del pastiche también genera una especie de disonancia cognitiva, algo así como estar y no estar a la vez. Un goce ambiguo que a la vez dificulta la manera de etiquetar tu música…
Sí sí, para etiquetar la música necesitás tener muchos cajoncitos. Yo también lo veo así. Pero esa conjunción no sale por azar. Por ahí estás con un ritmo y te sale otro elemento, un clarinete por ejemplo, que no sale porque sí … (toca un fragmento de “Cucaracha“, del disco Pesebre). Algo que queda a medio camino entre lo balcánico y lo quéchua. La parte folklórica siempre está presente. Es como si fuera un extranjero que camina por un país que desconoce, pero de repente asocia o reconoce su propia música en aquella otra que está escuchando. Si las formas naturales se repiten aquí y allá, ¿por qué no se habrían de repetir en los estilos musicales? Hay algo en común entre la tarantela y la música de los indios no-sé-cuanto. Puede haber un punto en común, y cuando lo viste lo podés superponer, no a partir de un absurdo mashup, sino que pueden coexistir orgánicamente. La idea no es que se note fielmente qué es cada cosa, sino que pase a ser una cosa indefinible. No quiero hacer reir. Sé que hay cosas que pueden estar fuera de contexto, pero eso puede ser un nuevo contexto.
En un ensayo Piglia comentaba que uno de los gestos de Borges era su capacidad para disolver lo universal (su herencia literaria) con lo particular que podía llegar a representarse en el temario gauchesco o la vida porteña. En tu música, salvando las distancias conceptuales, esa clase de marcas también se borran… tenés una tradición legada producto del origen polaco de tu familia que se mezcla con la apertura cultural y bohemia de tus viejos, algo que parece haberte hecho proclive al eclecticismo, pero componés canciones que se encuentran muy afianzadas en lo particular que pueden ir de un episodio con un mosquito o una cucaracha, al encuentro con un zorzal o las referencias y reinterpretaciones de varios folklóricos.
A mí el folklore argentino me fascinó de manera temprana. Y eso, cuando lo incorporás, no se puede controlar después. Creo que es algo que también le pasó a Charly o a Spinetta, sin querer ponerme a su altura. Uno escucha en sus canciones elementos folklóricos involuntarios. No son folklorismos, no están puestos ahí para el turista… como pasó con el tango electrónico (que yo a veces replico adrede). Hay una parte que es involuntaria, constitutiva y orgánica. Es folklore implícito que pasa por los modos musicales, el uso de determinados acordes. Obviamente que en la música de Charly o Spinetta eso puede perderse en un océano de composición enorme. Y a mí me pasa algo parecido: soy involuntariamente folklórico. Aunque a veces pueda serlo de manera voluntaria, obviamente.
Veo que tu estudio está superpoblado de cosas (cachivaches, como diría mi abuela). Instrumentos, porta estudios viejas pero también máscaras y muchos objetos simbólicos. Todo eso medio apilado en un espacio íntimo donde cabía lugar para un solo músico. Si me fijo en algunos pasajes de Zorzal, Pesebre y Hombre de Piedra noto una especie de coleccionismo (tanto de imágenes como de sonidos). ¿De qué manera creés que ese pequeño santuario personal puede relacionarse o continuarse en tus canciones?
Tengo una tendencia a la diversificación. A tener muchas cositas, sobre todo en mi set. Sobre todo ahora vas a ver que tengo un set con muchas muchas capas. Está ordenado, aunque no parezca. Son muchas capas. Todo el teclado de mi computadora tiene algo: cada letra es un tema… y ya empecé a ocupar las mayúsculas también (risas). Es decir que hay tantos temas como letras y mayúsculas. Y en cada tema hay de dos a cuatro canales, y en el sintetizador algunos de esos tracks tienen un sonido distinto por tecla. Todo eso está en la computadora. No hay play, mi set no tiene play. Todo se ejecuta (presiona las distintas teclas y dispara una múltiplicidad de sonidos, que van desde grabaciones de radio de onda corta y secuencias a sonidos octavados). Si vieras el set puede tener más de 100 tracks…
Básicamente, si uno se encontrara con tu computadora y pudiera ver todas esas capas desplegadas vería casi el mismo quilombo que vemos en el estudio.
Ahí va. Eso es lo que quería decir. Exactamente. (risas)
En esto de poner en perspectiva el rock nacional algunos referentes, sobre todos los vinculados a los comienzos de la tradición local, se veían desanimados con la producción contemporánea (más allá que uno pueda compartirlo o no). ¿Vos cómo evaluás el presente de la música nacional?
Lo que veo, escuchando la radio en taxis o no-lugares como el aeropuerto, creo que apunta a una canción un poco melancólica pero con cierta esperanza… me hace acordar al espíritu de Los Gatos. Grupos que no sé ni cómo se llaman pero que hacen esa música ciudadana, medio sentimental… que a mí no me entusiasma particularmente. Puedo apreciar su estado de ánimo pero no es lo que necesito para vivir. Quizás, por mi momento personal, no estoy muy conectado con el presente musical del país o de la ciudad más que en esos breves instantes de taxi o colectivo. Lo que me harta es escuchar los temas de siempre… no quiero escuchar más ciertos temas en la radio. A veces me digo “Loco, ¡¿por qué siguen pasando esto?!”
Creo que se desdibujó mucho la figura del programador musical… Las radios son muy responsables del deterioro del ecosistema musical.
Hay buena música. No termino de asombrarme de las cosas increíbles que hay. No soy un gran buscador, pero por ahí encuentro cosas… no sé, música africana muy bien producida de grupos que no sabría ni pronunciar su nombre. Hay mucha música.
¿De lo local tenés algunos artistas emergentes que se te vengan a la cabeza?
Más que nada se me vienen a la cabeza mis amigos… los martes se hacía un ciclo que se llamaba La Grande, una especie de jam donde toqué como invitado, donde se podían escuchar a músicos impresionantes. De mis amigos se me ocurre Fred Lorca, Sofía Viola, Lucio Mantel… hay muchos más, pero siempre que me lo preguntan me cuesta responder.
Muchos te conocen por ser una especie de hombre orquesta, sin embargo estuviste acompañado por una banda. ¿Hoy por hoy tenés una banda en vivo que sea estable?
Tuve una banda estable hasta fin del año pasado, pero este año me dediqué al solo set. Salieron un par de posibilidades afuera y me dediqué a armar este set que me divierte mucho y es más transportable que una banda. Es complicado mantener una banda, me hubiera encantado continuarla pero la dejé en boxes. Después de mitad de año vamos a retomar y creo que puede haber un par de cambios.
¿Te sentís más cómodo grabando discos o tocando en vivo?
No es una cuestión de comodidad. Ahora acabo de terminar de producir un disco para una artista argentina que vive en Francia y me encanta el trabajo de estudio. Y tocar en vivo es otra cosa, es algo que me apasiona. A mí lo que me gusta es tocar, sea en el estudio, en vivo o en donde sea.
Alguna vez comentaste que aspirabas a componer canciones, pero que no creías haberlo logrado del todo. Sin embargo en tus discos solistas se nota una evolución hacia la canción que parece haberse en Hombre de Piedra. ¿Creés que le encontraste la fórmula?
No (risas). Vuelvo atrás ahora. Como si me hubiera metido en un laberinto que me llevó a un callejón sin salida y me obliga a volver para agarrar por otro camino. Me parece que es interesante cambiar el recorrido y me siento así: en una especie de laberinto donde hace rato que intento llegar al centro. Ahora estoy en otra fase… hay alguna que otra canción pero no mucho más. No sé cuando se encontrarán todas mis aficiones en un solo arte. Por ahora me encanta cantar, canto cualquier cosa… incluso sigo estudiando. Sigo apasionado por las canciones. Pero no es donde más cómodo me siento. Me encanta tocar, básicamente. No soy un cancionista, definitivamente soy un bicho más tímbrico.
¿Qué le depara el futuro a Axel Krygier?
El futuro es un disco de 5 canciones o algo así. Un minidisco, aunque no estoy seguro que termine siendo algo así. Es lo que tengo por ahora. Esas canciones las estoy tocando en vivo. Tengo un remix de los Stones que también estoy tocando con esa técnica de mapeos que te comenté antes (toca un par de arreglos de Heaven). Esto es lo que me entusiasma ahora… voy a seguir mapeando.
–
Este viernes Axel Krygier se presentará en el FEBA con un set eléctrico y experimental donde promete llevar el mapping de su teclado hasta el paroxismo. Una excelente oportunidad para escuchar un puñado de temas nuevos y alguna que otra joya stone, pero sobre todo, una excusa perfecta para conocer a un artista que los invita a ver y oir para creer. Más información.