Comenzamos de forma inmediata. Tres golpes de redoblante, y entra Goyo: “Quiero saltar, pero no quiero que te quedes atrás/ Sabés que yo, sin vos, no puedo hacerlo”. En su nuevo disco, El Big Blue, los Bandalos Chinos se empeñan en volver a sus raíces, regresar al lugar en el cual empezaron, pero con los recursos que han ganado estos últimos años. Todo se piensa desde el punto de vista de propuestas y chistes internos, pero también a partir de una introspección luego de tanta soledad colectiva que se infiltra en la música. “Disco a disco, me parece que vamos perdiendo miedos y viejos purismos -reflexiona el cantante Goyo Degano en conversación con Indie Hoy-, y nos animamos a mostrarnos más, desnudándonos frente a nuestra música y nuestras canciones”. Se piensan, de nuevo, como una banda de amigos tocando en un garaje que ponen “Grabar”, y de ahí sale la magia.
Ciertamente, El Big Blue tiene una historia de construcción de personaje mucho más cálida y más empática que sus discos anteriores. En su disco anterior, Paranoia pop (2020), la banda tenía un interés en hacer una sátira del nuevo éxito que habían encontrado. “Veníamos de todo el crecimiento exponencial de Bach, y en Paranoia pop ironizábamos y nos burlábamos de lo que nos estaba pasando”, dice Goyo. Ahora, las risas son algo más apagadas. La distancia irónica se va lentamente y nos encontramos con una banda que está lista para mostrarse de forma completa. El tecladista Salvador “Chapi” Colombo habla sobre cómo “El Big Blue es el disco más Bandalos Chinos que hemos hecho, en el que menos intentamos adoptar un personaje. Fue un trabajo mucho más sincero que los trabajos anteriores, más personal, más natural”.
Se pueden notar peculiaridades en cómo este nuevo disco fue ensamblado. Grabado en The Big Blue, un nuevo estudio dentro del complejo Sonic Ranch en Texas construido durante la pandemia e inaugurado por los mismos Bandalos Chinos para este disco, la banda volvió a contar con la producción de Adán Jodorowsky. Siempre una figura mística, jugando con cartas de Tarot para definir el nuevo enfoque del disco, el inquieto productor y músico se aseguró de que el material fuera grabado de una forma peculiar: cinta en vivo, con todos los miembros tocando y cantando al mismo tiempo, sin click. Los errores que tenía la toma iban a quedar en el disco.
Se puede escuchar cómo “Cállame” empieza con un suspiro, con toda la banda preparada para asegurarse de que esa sea la toma final, pero cuando las voces entran en el estribillo aparece una estabilidad creada a partir de la práctica y la conexión entre todos los miembros: las guitarras western de Tomás Verduga con el clavinet de Chapi arman una atmósfera desahogada, y algo tensa, como si hubiese humo en el aire. En “Sillón”, una canción sumamente autorreferencial (“Una canción de amor/ Escribo en el sillón/ Canto para mí”), parece que cada integrante está prestando atención a lo que el resto hace para que se genere una vibra de compañerismo.
“En este tipo de proceso teníamos que estar atentos al otro -cuenta Goyo-, porque la toma era una toma completa de los seis. Si no estaba esa conexión, faltaba algo”. Y Adán se hizo cargo de que esa conexión estuviera. La banda describe su trabajo como el de una especie de “anti-productor”. “En vez de proponer algo él, esperaba a ver qué pasaba -cuenta Chapi-. A partir de lo que ensayábamos cuando nos aprendíamos los temas, nos poníamos a tocar y ahí él recalibraba para ver qué quedaba y qué no. Quedaban unas indicaciones a lo Rick Rubin, sin decir mucho musicalmente, sino aportando a la vibra”.
Tanto el productor como la banda se enfocaron en la atmósfera que querían cultivar para que las tomas salgan lo mejor posible. Eso incluía bajar las persianas para ciertos temas para que el estudio quede a oscuras, o mover muebles del estudio de lugar para adecuarse mejor, o poner veladores comprados en Walmart. En Jodorowsky, Goyo destaca su carácter empático: “Es muy sensible a las tensiones. Si estaba alguno de nosotros medio en una, decía ‘No grabemos, descansen, tómense la mañana, vayan a caminar, nos reencontramos a la tarde. Veamos cuándo la energía esté equilibrada de nuevo’. Además de su aporte como productor, su aporte a nivel humano fue igual de importante”.
Ese tipo de soporte emocional se volvió crucial para sacar lo mejor de sí mismos. “La época en la que grabamos fue bastante melancólica -recuerda Chapi. Era imposible que no se filtrara en las canciones. Nos dejamos llevar por el momento, por eso creo que es nuestro proyecto más sincero”. El nombre del disco puede ser por el nombre del estudio en el que lo grabaron, pero ese aire de tristeza se mantiene durante el disco, incluso en los momentos en los que parece haber un intento de volver a la normalidad. Sin embargo, no la pueden encontrar, y se enfrentan a algo distinto.
Lo dice Goyo: “Este disco responde a esa introspección que se filtró, luego de encontrarse mano a mano a uno mismo entre cuatro paredes”. Se escucha en el corte “Mi fiesta”, que mezcla el deseo bien de pandemia de hacer una clandestina con la melancolía de haber perdido algo con alguien: “No vas a venir a mi fiesta/ Pero me encantaría que aparezcas”. Goyo lo piensa como “una foto de época”.
El corte “La final” es lejos una de las composiciones más tristes que ha hecho la banda hasta ahora. Una declaración de pérdida de un juego imaginario, con alegorías al fútbol y juegos que van más allá de lo puramente emocional, y que se concentra más en el caer constante del fracaso. Co-escrita con Franco Saglietti de Francisca y los Exploradores, es una canción lúgubre y bajada de tono, sin un intento en querer llegar a la teatralidad de discos anteriores. Aquí, se destaca mucho el trabajo en las voces del disco. En vez de grabar todos los coros Goyo solo o con ayuda de Adán, aquí se suma toda la banda, incluso con un solo micrófono de a cuatro junto con Adán y Michelle Abril. Hay un mayor interés en la textura de las voces que antes, mayores aportes de gente tanto dentro y fuera de la banda. Lo dice muy bien Chapi: “El que afina, que cante”.
Ese pensamiento consciente de dejar que otras personas se incorporen en la música de Bandalos Chinos está muy presente en El Big Blue. No hay feats como los había en Paranoia pop, pero sí hay contribuciones claves en el armado de las canciones. Joaquín Vitola de Indios junto con Esmeralda Escalante de Ainda tienen créditos de composición en “Mi fiesta” y en “No, no, no”. Así mismo, Yago Escrivá, también de Ainda, contribuyó en casi la mitad del disco en el teclado, lo que hacía que Chapi pudiese concentrarse en otros instrumentos. Además de hacer coros, Marian Ruzzi añade unos toques hermosos de piano en “Entrada”, una de las canciones más melódicas del disco con un solo de guitarra que sorprende por su disrupción.
Quizás la canción en la que más se nota esta apertura para que entren nuevas figuras es “La última vez”. Ubicada en el centro del disco, se trata de una colaboración estrecha con el cantautor y poeta mexicano El David Aguilar (con quien la banda ya había trabajado), en la que la letra fue escrita por él. “Él no estaba en el estudio -cuenta Chapi, pero le mandamos un demo con una melodía tarareada, y él hizo una letra”. A lo que el guitarrista Iñaki hace una observación bastante cierta: “Se nota que hay otra voz, porque es más solemne, más de cantautor o trovador”. La música es de ellos, de forma completa, con un groove tranquilo y reflexivo, pero la letra indica algo más: mayor expansión lírica, un juego con lo mundano y la sonoridad de las palabras. Un sentimiento de repensar encuentros anteriores y su significado, replantearse lo sucedido cuando ya es demasiado tarde. Bandalos Chinos hacen un mayor esfuerzo para darle justicia a esas palabras, y Goyo se encuentra con ese timbre de voz fino y andrógino, al transformarse en varios personajes al mismo tiempo.
El último tema del disco, la balada “Qué lindo es acordarme de vos”, es una que la banda destaca como una muy importante para ellos, catártica incluso. Fue la última canción que grabaron para el disco y la primera toma fue la que quedó para el lanzamiento. Al lidiar con la muerte de un amigo muy cercano, se sintió como una especie de despedida, no solo para ese amigo, sino para el proceso de grabación de El Big Blue. “Terminamos de grabar, nos sacamos los instrumentos, fuimos afuera y empezamos a llorar todos”, cuenta Chapi, y Goyo agrega: “Me acuerdo, cuando grabamos la primera toma, tenía un nudo en la garganta, y me escucho hasta medio calado, pero termina teniendo mucha más fuerza. En esa imperfección, está la belleza, para mí“. Hay una potencia en cómo la banda lidia con el duelo de forma tan literal y directa, y sin embargo gentil: un adiós trabado en su corazón, pero prefieren quedarse con los buenos recuerdos. A partir de eso, la canción obtiene un vuelo potente y humilde, se siente como poder mirar al cielo y pensar que hay algo que pueden revivir en sus mentes.
El Big Blue es una puerta abierta. El humor no se ha perdido, el romance tampoco, pero la apertura de tantas emociones, algunas que incluso podrían resultar abrumadoras, hace que Bandalos Chinos puedan indagar de manera más profunda en sus sentimientos, sus miedos, y la melancolía que trajo tanto encierro por tanto tiempo. Sin embargo, se muestran resilientes, listos para poder avanzar con mayor fuerza que antes sin olvidar lo que dejan atrás. Todo con una ambición musical que crece, y que, con tanta gente alrededor suyo, solamente puede fortalecerse. Bandalos Chinos están azulados, pero con mucha fuerza a su lado.
Bandalos Chinos se presentará el 22 de octubre a las 21:30 h en el Luna Park (Av. Madero 470, CABA), entradas disponibles a través de TicketPortal. Escuchá El Big Blue en plataformas de streaming (Spotify, Apple Music).