Devendra Banhart ha vivido muchas vidas y todos creen conocer por lo menos una de ellas. Su carrera como cantautor comenzó en 2002, a la cabeza del movimiento de artistas que exploraban la psicodelia a través de sonidos acústicos y letras campestres, también conocido como “freak folk”. Con un rico repertorio que tomaba tanto de The Beatles y Vashti Bunyan como de Caetano Veloso y Os Mutantes, Banhart se fue abriendo paso en una escena indie en la que prácticamente no había lugar para voces latinoamericanas.
Sin embargo, lejos quedaron esos días dorados de fama hipster, y Banhart también eligió peregrinar lejos de ese culto. Durante los últimos diez años, ha decidido mantener un perfil más bajo, alejado del personaje estrafalario que en un momento parecía haberse comido al artista. A la vez, su sonido se fue suavizando, encontrando inspiración en la sensibilidad de la música japonesa para adornar sus canciones con finos arreglos de cuerda e instrumentación al borde del silencio.
“El new age y la música ambiente están más en armonía con la manera en que vivo mi vida ahora”, cuenta Devendra a sus 41 años, en conversación con Indie Hoy desde su casa en Los Ángeles. Sus últimos dos discos en solitario –Ape in Pink Marble de 2016 y Ma de 2019- demuestran este progresivo camino hacia el minimalismo y la profundidad de lo sutil, una suave reinvención que encontró su punto más alto en el álbum instrumental que publicó en 2021 junto a su colaborador frecuente, el productor Noah Georgeson.
Creado durante la pandemia, Refuge es un disco introspectivo y espacial, en el que la dupla desaparece detrás de sus texturas orquestales y pianos cargados de reverb. Al contrario de la etiqueta de “ambient” que la mayoría de la crítica usó para describirlo, el álbum fue ideado como un homenaje a la música new age que Banhart y Georgeson escuchaban de niños. Como hijos de padres yoguis y hippies -Georgeson al norte de California y Devendra en Venezuela-, la dupla creció en los ochenta y noventa rodeados de música ideada para la meditación y el yoga.
“Esa música no era nada cool -admite Banhart-, mis padres no estaban oyendo Brian Eno. Era más bien música que hoy escuchas cuando te das un masaje en el spa. Es algo genérica, pero tiene una dulzura, una nostalgia. Y siempre me ha interesado mucho ese tipo de música porque me parece muy utilitaria. Embellece mi experiencia cotidiana, puede convertir tu mundo en tu templo. Puede cambiar tu energía, tu vibración, tus emociones. Y te digo, no es fácil hacerla. Yo pensaba, ‘voy a sostener un acorde con mucho reverb y tengo un tema new age’, pero no es así para nada. Me dio una lección de humildad”.
El lanzamiento de Refuge coincide con el auge de una nueva escena de ambient en Los Ángeles y una revalorización del género a nivel global. Banhart cree que este nuevo interés tiene que ver con “una sed espiritual y colectiva de beber de las aguas del alma y el corazón”. Uno de sus acercamientos más fuertes a esta música fue en 2016, cuando estuvo encargado de curar un festival de dos días en el que invitó a artistas sonoros de la talla de William Basinski y Harold Budd. “¡William Basinski para presidente, por favor! Esa música es conductora a tener una relación más íntima y honesta con nosotros, con el ser, con nuestro ser -reflexiona-. Y sirve para conocerse a uno mismo, es una música que está mirando para adentro”.
En su regreso a Buenos Aires para presentarse en el festival Music Wins, Banhart y su banda repasarán canciones de toda su carrera. “Vamos a tocar canciones de los primeros álbumes y también de los últimos. Para nosotros es una oportunidad de viajar musicalmente por las décadas”, cuenta sobre los recitales que estarán acompañados de una proyección del paisaje de Big Sur, al norte de California, la montañosa región costera que durante los cincuenta fue una meca para la bohemia y escritores como Henry Miller y Jack Kerouac.
Incluso adelantará algunas canciones de su próximo disco, trabajo que acaba de terminar de producir junto a la artista galesa Cate Le Bon. Durante todo el invierno, Banhart y Le Bon se encerraron a grabar inspirados por la trascendencia del dolor luego de la pandemia. “El tema del álbum es el dolor y sobre cómo procesar el dolor para que no se convierta en depresión -adelanta Banhart-. Para que te puedas liberar, para que esa piel se pueda volver una cicatriz y no una herida abierta. Porque si no se procesa, el dolor se cristaliza en depresión. Y uno se puede obsesionar con su depresión, puede ser tan bella como un cristal. Te puede hipnotizar, no puedes vivir sin ella si no sabes liberarte y procesar el dolor. En otro nivel más literario, el disco es sobre la sensualidad melancólica de una monja que quiere ir a Berghain en Alemania. Una monja que está muy devota a su religión, pero al mismo tiempo quiere escaparse y bailar por 48 horas”.
En tus canciones solés recurrir a personajes, sin embargo parece que los usaras para contar algo sobre vos mismo. No desde un lugar del ego, sino desde un lugar sincero. ¿Qué aprendiste sobre Devendra Banhart en tus últimos discos y canciones?
Wow, qué interesante esa pregunta, qué bella. Yo creo que tu respondiste esa pregunta en tu pregunta. Porque no somos una caricatura. El mundo nos convierte en una caricatura. Pero tú sabes lo complejo que eres. En un día eres diez mil diferentes personas. Incluso a nivel celular estás cambiando, siempre cambiando. Y cada vez que cantas una canción va a ser diferente. Hay canciones que son personajes, y dices “Wow, qué cómico, inventaste un personaje”, porque voy a cantar desde la perspectiva de un cangrejo vestido con una falda de hongos. Pero a la misma vez, eso es un aspecto de mí.
En los últimos años, la espiritualidad y el budismo entró en tu música de una manera más presente que antes. ¿Estás de acuerdo con eso?
Cuando era una jovencita, me encantaban todas las cosas místicas. Siempre me ha fascinado la religión, las cosas místicas, lo oculto, la metafísica. Todo eso me parecía tan interesante, y me vestía como un loco, un místico. Pero no tenía una práctica espiritual. Me interesaban las visiones, todas las cosas psicodélicas, todo lo que estaba “allá afuera”, que es bello e increíble. Y es natural ser así cuando uno está joven, pero es algo diferente de tener una práctica. Es como decir que hay cosas meditativas, como ir al mar, sentarse, salir a correr, andar en bicicleta, estar en el jardín… esas son cosas muy meditativas, pero no son meditación.
¿Hubo algo que te inspirara a cruzar tu música con tu espiritualidad?
Cuando tomé refugio oficial en el budismo, eso vino con una serie de responsabilidades, unas instrucciones, que se convierten en parte de tu vida y en parte de tu arte. Se convierten en cómo vas a comunicarte con la gente y cómo te comunicas contigo mismo. En ese sentido, la práctica espiritual es igual a la música. No es que uno toca una canción una vez y ya está, no vas a tocar otra vez. Hay que seguir tocando, seguir explorando, igual que en el camino espiritual. Y ese camino es sinuoso, porque tengo días en los que no sé por qué estoy meditando o por qué estoy cantando estas cosas en tibetano, “¿Qué estoy haciendo? ¡Qué fastidio!”. Y otros días en los que estoy en otro mundo, uno donde no estoy totalmente obsesionado e identificado con mis pensamientos, que son un horror. La espiritualidad y la música van de la mano.
¿En qué momento del proceso creativo encontrás más conexión espiritual?
Yo creo que en el momento de compartir la canción. Escribir canciones es un proceso de observación, observación y observación. Llenas tu libro de letras, 200 páginas de lo que sea, para después convertirlas en solo una frase, y es un fastidio, no es divertido para nada. No siento como si viniera del cielo o como si yo fuera un instrumento sagrado. Para mí, no es así en absoluto. Tengo que sentarme por 24 horas para que por fin venga una letra. Y no es inspirador tampoco, es solamente trabajo. Pero cuando uno está por fin compartiendo la cosa, eso tiene un elemento tan íntimo que es muy difícil no llorar un poquito, una lágrima. Algo pasa en el centro de tu ser cuando estás compartiendo eso.
Y se siente verdadero también, aunque no como si estuvieras predicando una verdad. Sino que en esa intimidad es que podés compartir quién verdaderamente sos.
Exacto. El minuto en que alguien te dice que tienen la única verdad, corre. Y yo me siento como un fraude. Todo el tiempo, tengo el síndrome del impostor. No conozco una persona que no lo tenga, y la gente que no lo tiene me asusta. Porque compartir algo es sentirse vulnerable, compartir cualquier cosa da miedo. Pero si puedo pasar un poquito después de eso, ir más allá del miedo, ahí hay un lugar muy tierno. Si se puede ir ahí, uf, qué lindo… Ahí algo puede pasar.
Devendra Banhart se presentará el jueves 9 de diciembre a las 19 h en C Complejo Art Media (Av. Corrientes 6271, CABA), entradas disponibles a través de Venti; y el sábado 10 de diciembre a las 20:30 h en el festival Music Wins (Club Ciudad de Buenos Aires, Av. del Libertador 7501), entradas disponibles a través de Venti. Escuchá Refuge en plataformas de streaming (Bandcamp, Spotify, Tidal, Apple Music).