En Súper terror, El Mató a un Policía Motorizado se aventura hacia horizontes sinuosos que expanden su lenguaje musical. Su esperado cuarto álbum refleja la conexión del pasado con el presente, mientras busca hacerse paso hacia un futuro inexplorado. Al transitar entre la luz y la oscuridad, un mundo de incertidumbre y cambios, la banda platense aborda temáticas ligadas al paso del tiempo, el destino y la búsqueda de nuevos comienzos. En ese camino, se encuentran con un universo desolado, pero también con un atisbo de esperanza.
Cada canción de Súper terror oculta un secreto, una obsesión y un cuidadoso sonido que agrega una complejidad distintiva al sucesor de La síntesis O’Konor (2017). Con guitarras espaciales, sintetizadores envolventes y baterías electrónicas, el álbum despliega atmósferas densas y melodías épicas que abrazan con devoción lo desconocido. Entre auroras artificiales, laten emociones imperiosas e intrincadas, revelando la dualidad del alma y la belleza sutil inherente a la lobotomía sónica de sus entrañas.
“La idea fue armar un relato con todas las formas de los álbumes con los que crecimos y con los que hemos hecho”, explica Santiago Motorizado en conversación con Indie Hoy, mientras la banda se prepara para dos presentaciones en el Luna Park. Y es que los discos de El Mató tejen su propio imaginario. En esta oportunidad, la banda crea una ensoñación ciberdistópica, fusionando vestigios de su adolescencia con las fantasmagorías y dolencias de la era post pandemia. Súper terror entrelaza la herencia alternativa con una vuelta de tuerca ultramoderna para el grupo, preservando su esencia en la distorsión de cada verso, nota e imagen que florece en la retención del público, permitiéndole decodificarlo o deformarlo según su propia experiencia.
Desde el comienzo de su carrera hace 20 años, cada nuevo disco de El Mató ha resignificado sus antecesores. Sus álbumes se convierten en nuevos puntos cardinales de una brújula musical que guía el viaje sonoro de la banda. Súper terror emerge como un nuevo faro, desentrañando perspectivas y conexiones que demuestran lo enriquecedor y novedoso del largo camino recorrido. El destino final para la banda, es la consagración de su deseo ardiente de trascender barreras y elevar su arte hacia el infinito.
Tras tantos años de carrera, ¿qué te genera el lanzamiento de un nuevo disco de El Mató?
Estoy contento sobre todo porque pasó mucho tiempo de La síntesis O’Konor. Por más que en el medio sacamos La otra dimensión y Unas vacaciones raras, no eran realmente los sucesores, sino que es este, Súper terror. Me pone contento de haber llegado a terminar el ciclo de lo que es empezar a componer en la intimidad, después mostrarle a la banda las canciones, terminar de cerrarlas entre todos e ir al estudio. Fue un proceso un poco más largo de lo habitual, o por lo menos más largo de lo que fue La síntesis O’Konor. También fue más anárquico en el sentido de que se desarrolló en el año de la post pandemia, donde tocamos mucho para acomodar las fechas que se habían cancelado. Fue un año muy intenso, pero uno de los favoritos de mi vida, la pasé muy bien. Y en el medio le dimos forma a canciones nuevas, que es todo un desafío, hermoso también, pero es algo que te atraviesa el cerebro y puede ser caótico.
¿En qué aspectos la producción de Súper terror fue más anárquica en comparación con La síntesis O’Konor?
En un punto, La síntesis fue muy ordenado, estuvimos dos años casi en la previa, teníamos un sistema de trabajo de juntarnos varios días a darle forma a esas canciones, íbamos para un lado, volvíamos para el otro y fuimos al estudio con las maquetas bien armadas, bien cerradas. Obviamente que a último momento siempre surge algo nuevo, algún cambio, lo que sea, pero había un trabajo de preproducción muy armado. Y acá fue todo lo contrario, teníamos poco trabajo de preproducción y fuimos a la apuesta de jugar con esa cosa creativa que sucede en el vértigo final de una grabación. Y cuando no tenés tantos planes o tanto armado previo, pasan cosas únicas que nunca habíamos probado. Porque ir a grabar a Sonic Ranch es todo un presupuesto, más para una banda como la nuestra, que es independiente, autosuficiente, con todos nuestros propios recursos. Ir con este plan era un riesgo, pero bueno, en ese riesgo, en esa vorágine, en ese vértigo final, se te despiertan partes del cerebro y aparecen cosas que salen solamente ahí. Y eso está bueno, está bueno jugar con eso. Puede salir bien y puede salir mal, como todo en la vida. Pero mientras iban pasando los días y veía cómo tomaban forma las canciones, aparecían ideas buenas, arreglos y cosas que no esperaba, porque estaba con un poco de expectativa y no me quería ilusionar, veía que todo se iba dando. Y fue espectacular, una sensación muy gratificante.
La experimentación estuvo ligada a una premisa que les permitió explorar nuevas atmósferas, más densas y oscuras, sin perder la esencia de la banda. ¿De qué manera fueron encontrando el sonido del disco?
Teníamos varias ideas que uno siempre va acumulando con el tiempo. Decíamos que estaría bueno hacer esto, estaría bueno ir para aquel lado, sería bueno tener una base más electrónica. El disco tiene arreglos de máquinas, pero la mayoría de las baterías son reales, aunque armadas de una forma que parecen programadas. Es una mezcla que tiene una potencia especial. Algunos son disparadores, por ejemplo, arrancamos con una base muy maquinosa, medio industrial, y vemos qué surge a partir de ahí. Así se fueron dando las canciones, sin pensar mucho en lo global, a nivel musical. Se trató de agarrar una canción, darle forma y empezar a meternos en ese disparador que se iba para cualquier lado, pero nos dimos cuenta que todo daba vuelta alrededor de esa atmósfera media ochentosa y oscura. Entre un poco de The Jesus and Mary Chain, The Cure y también un poco de pop más radial, con el que también crecimos, sobre todo con ese pop más comercial. Y más de grandes en la adolescencia, descubrimos ese otro ochentas que era más alternativo. Entonces en espíritu es un poco la mezcla de esas dos cosas, y después en el desarrollo tenés mucho de lo nuestro.
Además de “Un segundo plan“, la canción que inicia el repertorio, “Voy a disparar al aire” también representa una audaz apuesta y marca un momento de quiebre en la escucha. ¿Cómo surgió esa canción?
Es una canción que tiene esa mezcla de la que hablo, con arreglos muy de pop, incluso algunos arreglos medio de publicidad, un poco grasa a propósito, y después tiene una base muy maquinosa. Nos copa cómo la música de los ochentas se fue resignificando con el tiempo, incluso durante las diferentes épocas, los noventas, los 2000 y en la actualidad. Siempre en algún punto se vuelve a ese momento, que fue una especie de explosión en la industria musical, cuando se podían reemplazar orquestas con máquinas. Pero en aquellos años, eran los primeros juguetes, entonces tienen unas cosas que hoy se ven como torpes, obvias o con una estética muy cruda, en el sentido de la primera experimentación de aquella herramienta. Y nos gusta rescatar eso, nos gusta hacer ese juego porque, dentro de lo que es el universo de El Mató, meternos en esos sonidos también es algo nuevo para nosotros. Por eso creo que está bueno jugar con la inocencia de ciertas búsquedas, hasta con los lugares más oscuros de aquellas épocas. Y creo que “Voy a disparar al aire” tiene eso, un poco del lenguaje pop más puro, más radial, pero una letra con una carga muy oscura.
¿Qué ideas guiaron la construcción del universo conceptual de Súper terror?
Nunca nada está totalmente cerrado. Nunca pasó con las canciones, ni con los títulos de los discos, ni con los conceptos de los discos. Pero sí te podría decir que la combinación de “súper” con “terror” tiene que ver con esto que estuvimos hablando, con los sonidos pop y la oscuridad, cómo se contradicen y se complementan. Con atmósferas que son oscuras, pero que tienen un ritmo que lleva a un lugar feliz. Sucede algo especial en esas combinaciones, que a priori son contrapuestas, pero que después se unen y se han unido en la historia de la música muchas veces. Y jugar con eso, jugar con la historia de la música de El Mató, con lo nuevo que también tiene un pie en cosas media retro, y con lo nuevo del mundo, que también llega a un lugar, a un camino que se va poniendo un poco más estrecho. Porque la música pop, hablando generalmente, ya se recorrió tanto, se experimentó tanto, se llevó a tantos lugares, que el camino que queda en el futuro es extraño. Nunca se sabe, pero pareciera que es un poco jugar con lo que ya se hizo, mezclarlo de infinitas maneras hasta encontrar alguna novedad. Tiene que ver un poco con eso, lo mismo con la estética de la portada. Son una especie de avatares nuestros, sin ojos, con una estética digital que no es la actual, porque la actual ya es igual a una foto. Si queremos hacer un avatar nuestro podemos hacer una foto, modificarla, hacerla hablar. Esta es con una estética más de los 2000, cuando todavía no se llegaba a la perfección de la reproducción del ser humano digitalmente. Es jugar con la modernidad, pero una modernidad que también se va quedando en el tiempo, una modernidad que se pensó y que no sucedió, o se fue a un lugar más extraño del que pensamos alguna vez.
La idea del “terror” también aparece de diversas formas a lo largo de su obra. ¿Qué nos podés decir de la canción “Terror” de La dinastía Scorpio? ¿Cómo escuchás ese disco a diez años de su publicación?
El terror para esa canción es una especie de terror que siente una persona que está atravesada por un miedo de propios conflictos. Que suele suceder, muchas veces los conflictos son creaciones nuestras, no necesariamente son situaciones terroríficas que vienen de afuera. Ese disco me encanta porque veníamos de publicar la trilogía de EPs, de un sonido súper lo-fi, grabado de manera casera, y de repente fuimos a grabar La dinastía en Ion, un estudio mítico de Buenos Aires, con otras herramientas, con un ingeniero como Eduardo Bergallo. Y lo que estuvo bueno que propuso Edu fue que mantengamos lo que veníamos haciendo, la esencia. Propuso que pongamos a la banda a tocar en vivo en el estudio, que es un estudio gigante, pero grabado con nuevas herramientas y nuevas formas. Entonces quedó como una especie de eslabón intermedio entre lo que era la trilogía y La síntesis O’Konor después. Tiene el sonido un poco más potente, más profundo, pero al estar tocado en vivo tiene las formas por ahí más de lo que era esa época.
Otra canción que viene a la mente es “Rey del terror”, de El día de los muertos. ¿Qué ideas estaban detrás de ese EP?
Cuando hicimos El día de los muertos estábamos copados con la idea del fin del mundo, la Apocalipsis de Hollywood, de las profecías mayas, de la política internacional, de lo religioso, de lo que es el Apocalipsis en la Biblia, todo mezclado. Y de todo ese abanico sacamos la inspiración para escribir en tono poético un montón de cosas. “Rey del terror” tiene conceptos de las profecías mayas, pero llevados a una situación más cotidiana. Todo lo llevamos a algo más cotidiano.
Yendo aun más a las raíces está “Terrorismo en la Copa del Mundo“, incluida en su álbum homónimo de 2004. ¿Cómo creés que ha evolucionado y enriquecido el significado de esta canción en el contexto actual?
A esa canción cada tanto la traemos de vuelta al presente porque sucede algo especial con ella. Es una canción básicamente instrumental hasta que al final tiene una pequeña coda melódica con una letra muy breve. Está bueno lo que pasó con esa canción porque yo la escribí a partir de una que tenía la frase “si vienen a buscarme, estoy dormida”, como una frase muy banal, de alguien que no quería ser molestada. ¿Qué pasó después? Alguien escuchó la canción y la interpretó de otra manera. Interpretó que el terrorismo en la Copa del Mundo es el terrorismo del 78. Y la frase, “si vienen a buscarme, estoy dormida”, es “si vienen a buscarme, es para chuparme”. “Estoy dormida” como una respuesta poética a lo inevitable. Y me pareció muy potente. Cuando lo vi en un Fotolog me pareció espectacular. Todo cerraba con una potencia mucho mejor que la que yo había pensado, que era una tontería. Y me encantó, y la siguiente vez que la tocamos en vivo me emocionó tocarla. Es ese juego poético de alguien que se entrega, que dice “estoy dormida, pero de verdad, no tengo chances”, o así lo interpreté yo. Me emocionó porque ya no era mío lo que estaba cantando, no era el significado que tenía antes, y este nuevo significado era mucho mejor.
¿Cuál es el impacto emocional que experimentás como compositor cuando tus canciones dejan de ser completamente tuyas?
Siempre me parece que la poesía, las canciones y el arte tienen que tener un margen para que el interlocutor ponga su propia experiencia y termine de completar la obra como quiera. O como le salga, porque no es una operación que sucede de manera planificada. Sucede. Suceden las cosas, las canciones, las palabras te interpelan de alguna manera, te llevan a algún lugar, te hacen pensar en alguna persona, y uno termina de completar las canciones. Yo estoy esperando ese momento ahora con la salida del disco, porque nuestra parte del disco se cierra ahora, ya terminamos, salió. Son nuestras canciones, pero todo lo que sucede después va por otro lado. Va por los que las reciben como propias, las interpretan, les dan su significado, las cantan, las celebran y eso es lo más divertido de todo esto. Hacemos esto para ellos, no hacemos música para escucharla nosotros en nuestro celular y a nadie más. La hacemos para los demás y para que eso genere cosas. Y que vayamos a tocar en vivo y que en vivo suceda algo, una conexión o no, a veces no sucede, pero está todo este ejercicio, toda esta energía. Cuando hacemos todo esto es para vivir esa experiencia.
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