Cuando en 2019 Feli Colina publicó Feroza, si bien no era su debut como artista, ese segundo disco sirvió como una carta de presentación a la escena bonaerense con una propuesta mucho más atrevida y arriesgada que su antecesor, Amores gatos. “Fue mi primer permiso a mostrarme enojada”, confiesa la cantautora salteña en conversación con Indie Hoy sobre la actitud empoderada e iracunda que recorre el álbum y bajo la cual ilustraría su nueva faceta como artista. Aun así, y a pesar de la aceptación que tuvo el álbum, había algo que la afligía de cara al futuro: la falta de inspiración a la hora de componer música nueva y el miedo a no poder superarse.
Colina menciona que en la música siempre se sintió una amateur, una niña a la que la están dejando jugar por un rato y que por esa razón, luego del lanzamiento de su segundo disco, se puso a sí misma la presión innecesaria de seguir respetando el hilo conductor y conceptual que había comenzado con esa obra. “Tenía como meta hacer algo que sea diferente a todo lo que había hecho antes pero también estaba muy comprometida con el rol de Feroza -cuenta Colina-. Me pasaba que no podía terminar de hacer algo que lo terminaba vetando enseguida, o porque era muy Feroza o porque no se le acercaba ni un poco”. De todas maneras, esa presión creativa cesaría finalmente con la llegada de la pandemia y el paro abrupto de actividades relacionadas a la industria musical.
En algún punto, la incertidumbre de la situación liberó a la cantante de la carga que inhibía su capacidad inventiva y le permitió retomar actividades que, por el vaivén de la vida, había abandonado. “La pandemia fue como un alivio por varias cosas”, recalca Feli para después profundizar: “Empecé a darle más importancia a mi mundo interno y a divertirme: me compré unas acuarelas, salté la soga, jugué con elásticos y toqué la guitarra solo por diversión. Un poco volví a mi niñez”. Otra cosa que sobrevoló por la cabeza de la artista fue la concepción de la humanidad como algo diminuto en relación con las catástrofes mundiales, en este caso, la pandemia. “Me gusta recordar que la trama de mi vida es bella pero insignificante“, dice con una sonrisa.
En el retorno a su parte más lúdica e inocente, la compositora se abrió espacio para reencontrarse con lo que ella llama la Musa, o la Madre, que, en palabras suyas, no es más que “el instante de inspiración, algo que todos tenemos y que ocurre casi todo el tiempo”. Así, en el contexto de aislamiento junto a su compañero de banda y amigo Baltazar Oliver, separados por los casi 1.500 kilómetros que separan Buenos Aires de Salta, fueron craneando a la distancia lo que hoy conocemos como su tercer disco de estudio bajo el nombre de El valle encantado.
Como si fuese un pacto de sangre -y registro documental que el trabajo era de a dos o no era-, crearon un grupo de WhatsApp al que se limitaron en ponerle “Disco”, donde conforme pasaban los días se mandaban ideas, palabras, referencias y todo aquello que pueda aflorar como recurso para una potencial canción. Sin contarles demasiado a los demás miembros de la banda, que ya hace años acompañan a Feli, entre idas y vueltas, presentaciones, y algunos ensayos con la formación completa, después de un año atípico, finalmente estaban listos para llevar esas canciones al estudio pero esta vez de un modo diferente.
Como experiencias de producción casi antagónicas, Colina y compañía venían del frío londinense en los míticos estudios de Abbey Road para asentarse al calor del sol cuyano, en una semana intensa de grabación en el estudio Fader de la ciudad de Mendoza. “Yo no sé tocar un montón de instrumentos pero soy una picasesos tremenda. Me siento al lado del músico a darle indicaciones de cómo quiero que suenen las cosas“, cuenta Feli sobre su rol detrás de las consolas. Aunque parezca difícil, ella aclara que no le hace ningún problema relegar el rumbo de la canción a los músicos que la acompañan (uno de ellos su hermano mayor) explicando que, con el paso de los años, lograron un entendimiento muy claro y fluido, aparte de que las propuestas que sugieren ya están embebidas de su lenguaje musical. “Que sean ellos quienes tocan mis canciones es algo que me expande más que limitarme“, sintetiza.
Bajo esa confraternidad se fueron configurando y ensamblando las diez canciones que componen El valle encantado: un disco conceptual que, entre matices folclóricos, silencios, susurros y pulsos de la naturaleza, relata la búsqueda incansable de la artista a la Musa, en el medio de un crisol de prosas que conjuran la manifestación dicha inspiración. En él, ninguna canción se parece a la otra, sino que forman parte de una narración íntima y valerosa que no necesita etiquetas, pero que en su identidad -ahí donde radica la esencia-, le es imposible escapar del brío norteño.
Hace unos días publicaste en Twitter una nota de tu celular donde empezabas el texto sentenciando: “Soy imposible de estereotipar”. En cierta forma este disco no se define con ninguna etiqueta preestablecida pero al mismo tiempo hay algo dentro que te direcciona para el folclore enseguida…
Hace poco estuve viendo entrevistas a Cris Miró que decía “a mí no me pongan definiciones que me limita” y me siento muy identificada con eso. Las definiciones sirven para comprender solo algunas cosas. A veces las palabras no abarcan todo lo que uno quiere expresar, las definiciones tampoco abarcan todo lo que uno puede ser. Este disco no escapa de mi raíz norteña, es imposible que lo haga, pero tampoco tenía como meta hacer un disco de folclore clásico. Nunca fue mi intención entrar ahí ni aportar nada al folclore. Ser música es una definición que a mí me suena limitante. La realidad es que yo estoy flasheando, expresándome de la mejor forma que puedo. Soy una eterna amateur en el oficio de la música.
El concepto recurrente bajo el que se basa el disco es el de tu relación con la Musa, a la que a lo largo de la obra y de diferentes formas le implorás que de alguna manera se manifieste. ¿Cómo la definirías?
¿Viste cuando tu boca se acelera más que tus pensamientos y de repente te sale algo increíble? Es ese instante de lucidez. Se relaciona mucho con la filosofía del Tao: con el fluir de la vida y lo predestinado. Es el flujo natural por el que pasan las cosas y los momentos de inspiración. Es cuando te dejás llevar por ese río que es la naturaleza misma pasando a través tuyo. Es la energía madre de las canciones y la energía madre de todo. Siempre voy a hacer discos con conceptos porque me parece una forma de conocerme a mí misma, necesito que estén implicadas mis emociones en las cosas que escribo porque eso es lo que me calienta.
Por otro lado, en el disco también cobran protagonismo los silencios y lo que parecen ser grabaciones de campo en “Caballo”, con el ruido de agua fluyendo, chapoteos y objetos que resuenan. ¿Qué hubo detrás de esa decisión?
Sentí que esas partes no necesitaban instrumentación. En “Caballo” jamás se me ocurrió que tuviese que tenerla. Fue un audio que grabé una vez y que lo encontré en el avión volviendo de Salta hace tiempo. Cuando escribí la canción me dio la sensación de como si fuera la escena de una película. Pensé: “será lo que es”. No necesitaba nada.
Una parte importante que sigue el concepto del álbum es el arte que lo acompaña. Cada canción tiene su portada y cada imagen comunica algo diferente con la naturaleza verde como denominador común. ¿Cómo trabajaste eso?
Todo fue obra de Inti Patron, ella fue la directora creativa del proyecto. Cada canción me decía algo y tratamos de proyectarlo visualmente. Otras imágenes nunca se me hubiesen ocurrido, como por ejemplo la tapa, pero sabía que habían elementos que tenían que estar. Son todas fotos sacadas en Salta con un equipo de producción formado por un grupo chiquito de amigos que paseamos por toda la Villa San Lorenzo, que queda a 15 minutos del Casco Histórico. Quería aprovechar los paisajes de Salta, sobre todo el paisaje verde que creo que no está tan visto como el desértico. La yunga de Salta está un poco desdibujada y a mí me encanta porque es escenario de mi niñez. Usé mucho el recuerdo de esas vistas para el disco.
¿Qué cambios hubieron en vos desde Feroza hasta este nuevo material?
Uf, un montón, de verdad. El cambio más notorio es que en Feroza tenía un enojo necesario, más adolescente, nunca me di lugar a mostrarme enojada y gritando y con ese disco lo pude hacer. Para El valle encantado pegué una nueva vuelta y ya no estoy tan enojada, es una etapa en la que estoy disfrutando y disfrutar es toda una emoción que hay que aprender a vivirla. Además volví a reconectarme con la naturaleza.
Este disco también te encontró teniendo que dejar las otras bandas de las que formabas parte, Conociendo Rusia y Francisca y los Exploradores, para centrarte enteramente en el proyecto, ¿no?
Claro, totalmente. La salida de este disco significa mi salida con mi proyecto personal y nada más. Estoy agradecidísima con la vida de que esto pueda suceder y también estoy muy agradecida de haber formado parte de esos dos proyectos hermosos que los adoro.
¿Qué es El valle encantado?
El otro día, Rita, que es nuestra vestuarista y que trabaja con nosotros desde Feroza, me dijo al pasar que le parecía “una comunión de fantasías” y creo que eso lo define a la perfección. El valle encantado es una comunión de fantasías.
¿Qué te llevás de este disco?
Lo que me llevo de este disco es que, si bien hay un montón de cosas que están pasando que todavía no las percibo, tengo que estar tranquila porque todo se está desarrollando a su propio tiempo. Cuando lo terminé pensaba: “¿Qué disco próximo se estará gestando en alguna parte de mi inconsciente que todavía no noto?”. Quiero seguir haciendo cosas que sean lo más sinceras y auténticas posibles. Tengo la ilusión igual, sin demasiadas pretensiones de tirarlo a ver si sucede, de que recordemos que cada persona es única y que la riqueza de alguien radica en su autenticidad. Esa combinación de ingredientes que te forman es única en el mundo, entonces mientras más la lleves presente, más coherente van a ser las cosas que hagas.
Escuchá El valle encantando de Feli Colina en plataformas de streaming (Spotify, Apple Music).