Fue una de las bases de nuestro rock argentino, como músico y luego como productor; trabajó en cine, teatro, videojuegos y ganó dos premios Oscar en años consecutivos. Gustavo Santaolalla nos atendió el teléfono desde Los Ángeles, donde vive, y nos explicó de qué va Desandando el camino, el espectáculo en que, por primera vez, se anima a mirar hacia el pasado que lo formó.
Estás presentando un show que tiene que ver con tu propia trayectoria. ¿Cómo es encontrarte con composiciones de hace diez, veinte, cuarenta años y decir “che, esto lo hice yo…”? ¿Te seguís reconociendo en esos temas, que fueron hechos en otro contexto, en otro momento de tu vida?
Sí, me reconozco, pero este realmente ha sido un proceso de redescubrir canciones. Yo siempre he sido una persona que no mira demasiado hacia atrás. No he construido mi carrera con mucha utilización de la nostalgia, al contrario, siempre estoy buscando cosas nuevas, cosas que me saquen de mi zona de confort. Por eso he pasado de ser artista a ser productor, después a hacer música de películas, videojuegos, musicales. Me gustan los riesgos, siempre he sido así. Pero bueno, por distintos motivos, quizás por mi edad, me vi en la necesidad de ponerme a mirar cómo es que llegué hasta acá. Y hacerlo a través de las canciones me pareció bárbaro, porque es un medio de expresión maravilloso. Entonces vuelvo a ver mi repertorio, me vuelvo a encontrar con canciones que quizás ya tienen cuarenta años, y ha sido increíble reencontrarme con un repertorio que me doy cuenta que no solo es atemporal, sino que a veces hasta suena moderno. Fue un redescubrimiento, ya que hay mucho material que nunca toqué en vivo. Cosas viejas viejas y no tanto. Cuando me metí en el tema de la producción dejé de tocar, pero igual seguí haciendo discos cada vez que tuve la necesidad. Sabía que por mis obligaciones no iba a tener la posibilidad de armar una banda y salir a tocarlos, pero los hice igual. Así salieron Santaolalla (1982), GAS (1995), Ronroco (1998); son discos que no toqué nunca en vivo y por eso las canciones estaban totalmente nuevas para mí. Es muy distinto cuando una canción la tocaste diez mil veces que cuando no la tocaste nunca, o la tocaste en alguna que otra ocasión. Hay una frescura y a la vez una madurez: mi rango como cantante, por ejemplo, ha crecido, contrario a lo que suele pasar. Los paradigmas con los que compuse esas canciones siguen siendo los mismos que tengo ahora; las mismas preguntas existenciales… no es que me siento raro cantando alguna letra. Y pasa algo muy lindo que es que la gente, en realidad, no conoce mucho mi repertorio. No lo he tocado, no ha sonado. En realidad vienen al concierto a verme a mí como artista, por el respeto y la valoración que le tienen a ese artista, pero es maravilloso porque la gente descubre mis canciones y yo las redescubro. Es una situación muy particular.
Para hacer la música de una película supongo que tenés que ver la película y sobre ella ir imaginando lo musical. El videojuego no se desarrolla con los mismos tiempos o a un ritmo predeterminado, porque es el usuario, el jugador, quién va avanzando o retrocediendo en la historia. ¿Cómo funciona el hacer música para eso y qué tanto te costó o no adaptarte?
Yo en realidad trabajo de una manera muy abstracta. Aunque sea distinto hacer la música de una película, un videojuego o un disco, todo siempre tiene que ver con contar una historia. Desarrollar una narrativa. Yo siempre trabajo a partir de la historia más que de las imágenes, ¿entendés? Por supuesto que después trabajo con lo visual, pero siempre parto con cómo me imagino yo a los personajes, a la historia. Siempre he trabajado así en las películas: de hecho en Secreto en la Montaña hice toda la música sin ver un solo cuadro de la película. Obviamente luego se editó para las distintas escenas, se regrabaron cosas, cuerdas, etcétera. Pero las canciones, la tela sónica de todo, fue concebida antes de que se terminara la película. Y en el videojuego tiene que ser así, porque en ese rubro hasta que haya una imagen render pueden pasar años. Tarda mucho. Imaginate que yo pensé a trabajar en The Last of Us 2 el año pasado, que está pronosticado para fines de 2018 o principios de 2019.
Ahora estás haciendo el musical de El Laberinto del Fauno; ese es otro desafío, me imagino, porque el guión y la música son medio una cosa que dependen una de la otra…
Sí, impresionante, porque encima estás trabajando sobre una obra que ya existe. Tenés la vara puesta ahí arriba, con lo que fue la película de El Laberinto del Fauno, que es una historia hermosa y una película maravillosa. Convertir eso en un musical es un desafío enorme, pero estamos muy muy contentos; sobre todo Guillermo del Toro que es el primero que tiene que estar contento. Estuvimos trabajando con Paul Williams, que hizo todas las letras, y yo hice la música.
¿Tomaste algo de la música de Javier Navarrete, de la película? Hay una melodía muy particular que es esa canción de cuna medio tenebrosa…
Sí, el theme principal *tararea “Nana de Mercedes”*. Eso lo rescaté.
Y siguiendo con los proyectos en los que estás ahora, Eric Clapton te convocó para musicalizar un documental sobre su vida. En primer lugar, ¿qué significa para vos esta convocatoria?
¡Acabo de terminar eso! Lo acabo de terminar. La verdad la respuesta de Clapton fue impresionante. Justamente esta semana me mandó un mail tan lindo… Él pidió especialmente que yo hiciera la música. A mí por supuesto que me interesaba que la música funcionara en la película, ayudar a contar la historia, apoyar emocionalmente lo que está pasando en la pantalla, y demás. Quería que el productor y el director quedaran contentos, pero lo que más me importaba es que estuviera contento él *risas*.
Uno hubiese pensado que una película sobre Clapton tendría temas de Clapton sonando de fondo… ¿cuál es tu rol en la música de la película?
No, claro, hay música de él en la película, fragmentos, a medida que se va pasando por sus distintas épocas. Pero hay mucho también sobre contar su historia, con una música incidental que no tiene nada que ver con la música de él, que es lo que yo trataba de hacer. Como guitarrista yo no podría haber tenido un halago mejor que ese, imaginate, que el tipo se interese en mí, que me haya escrito las cosas que me ha escrito…
¿Qué te pasa como argentino y como latino cuando grabás en estudios con estos personajes o trabajás en Estados Unidos? ¿Cuál sentís que es el aporte o el diferencial que podes dar por ser de acá, no solo en lo artístico sino en lo personal, en lo que tiene que ver con algo humano?
El aporte es enorme. Hay una diferencia marcada con respecto a lo que haría una persona de acá. Aunque esté tocando una música íntegramente relacionada con este lugar, como la de Brokeback Mountain. The Last of Us, que trata sobre un Estados Unidos post-apocalíptico, tiene un tema principal que es un seis por ocho, un ritmo de chacarera, y encima hecho con el ronroco. Es algo súper nuestro; se nota que está hecho por alguien que tiene una sensibilidad distinta a la de un anglo. Entonces creo que lo que hago tiene una identidad que marca una diferencia, y eso me gusta mucho.
Sacame esta duda: ¿vos te sentaste a jugar The Last of Us?
No, no soy gamer, pero tengo la ventaja de tener a mi hijo de dieciséis años que juega muy bien, es súper jugador. Con él sí, me senté a ver como juega. Yo no juego, pero sí entiendo y veo las cosas que pasan.
Hablando de Argentina, me llegó el dato de que te gusta indagar en las nuevas bandas nacionales, y el indie, y que particularmente te gustan mucho Los Espíritus…
Me gustan Los Espíritus, me gusta Él Mató… me gusta mucho Ramiro Flores, que te lo recontra recomiendo. Tiene un álbum que se llama El Jardín de Ordoñez, con una gran influencia jazzera y funk, y también un montón de cosas que le dan una identidad nuestra.
¿Qué ves en la movida del under argentino? ¿Le falta algo? ¿Hay algún común denominador entre las bandas o las músicas que fuiste conociendo?
Lo que me gusta especialmente de esas bandas es que se han apartado un poco de la cosa tradicional; se alejan del orden establecido por “el rock”, que suele generar siempre una cosa medio conservadora. El rock es una cosa que tiene que estar siempre del lado de la aventura, el exilio, los riesgos y los cambios. Si no estamos regurgitando siempre lo mismo y se vuelve una clonación de una clonación de una clonación. Eso es lo que me gusta de estas bandas, que no están en el establishment, se alejan de los tradicionalismos.
Para cerrar; me dijiste antes que te seguís encontrando en tus viejos temas porque aún tenés las mismas dudas existenciales y los mismos intereses. Pero ¿qué pasa hoy en día cuando te sentás a componer? ¿qué creés que hay de distinto, qué hacés distinto ahora?
A mi siempre me gusta decir que creo mucho en los frutos de la experiencia. Pero creo mucho también en los frutos de la inexperiencia. Por eso me gusta laburar con gente joven, me gusta tocar instrumentos que no sé tocar. Porque me pone en una situación de peligro, de riesgo, de inocencia, de frescura. Trato de no perder eso cuando me pongo a componer. Trato de no dejar que lo que sé se convierta en un obstáculo. Tratar de estar lo más indefenso posible, para que pueda entrar lo que sea que venga. Uno siente una conexión con algo que no sabe qué es, y la cosa es pensar cómo sintonizar la radio, en qué frecuencia la ponés. Por eso, a pesar de que están los años y la experiencia, trato de ponerme vulnerable a las cosas; no calificarme, no encallecer, no solidificarme. La diversidad de cosas en las que estoy involucrado, los distintos frentes en los que laburo… yo busco expresamente meterme en proyectos que me pongan en esa situación de riesgo. Y si no lo elijo yo, me lo eligen. Imaginate que te llame Clapton para hacer la música de una película. Y estoy de un lado para el otro, no voy haciendo las cosas de a una. Viajo, ensayo, vengo. Parte del secreto, para mí, ha sido eso. No quedar nunca inmóvil.