Según palabras de Nicolás Correa, Juan Marcos Almada y Ana Ojeda, los miembros fundadores y coordinadores de la Exposición de la actual narrativa rioplatense, dicho emprendimiento cultural busca “dar visibilidad al trabajo de escritores y escritoras de todas las edades que están comenzando o no alcanzan una circulación o difusión masivas.” Con esa premisa ya han alcanzado a publicar – a través del 8vo. Loco Ediciones y Milena Caserola, en un trabajo de coedición- la treintena de títulos, contando con autores como César Aira, Ricardo Strafacce, Esteban Castromán, Juan José Burzi y Jimena Repetto. Obras de escritores tan reconocidos como emergentes. Un amplio muestreo de posibilidades escriturarias. Son libros de bolsillo que tienen la particularidad además de bajarse de modo gratuito desde su sitio web. Una apuesta comprometida con la búsqueda de nuevos lectores. Salen en tandas de a diez, dos veces al año.
Mariana Kozodij, es una de estas jóvenes narradoras que se ha sumado a la extraordinaria aventura colectiva. Con su libro Amalia, se define un estilo revelador. El peso de la moral sobre el individuo, el amor, la vejez, el sentimiento de culpa, el paso del tiempo, la crítica a la burguesía. Kozodij se desnuda como una experta indagadora en los entresijos del alma, con una capacidad intensa de reflejar el lado oscuro del ser humano.
-El libro contiene dos relatos, el primero de ellos, “Dos tacos”, es un texto de corte moral.
-Sí, la verdad no me había puesto a pensar en la “moralidad del relato” en realidad creo que me quedé más con la sensación del prejuicio y la falta de tacto de Raúl, como si realmente existiera, como si no fuera una ficción. Pero ciertamente hay una moralidad muy aburguesada que atraviesa el cuento.
-La narración se desarrolla en un ámbito próximo, el barrio porteño de Chacarita. Asimismo hay un trabajo muy depurado en relación al lenguaje, su registro oral. Expresiones porteñas que atraviesan el relato ayudan a anclar el grado de verosimilitud. ¿Qué desafíos te presentó optar por un registro realista?
-Me gusta trabajar con oralidades. Siempre estoy atenta a conversaciones que se desbordan por todos lados. Creo que en esas escuchas muchas veces baso el armado de mi registro. ¿Por qué? Es lo que eso hace que las historias ficcionales se crucen con la realidad y hagan un relato potente, creíble, corporal jugando con los límites del papel y lo que pasa.
-Lográs delinear personajes frescos, casi sacados de la vida real. Pienso en Raúl, pero también en sus amigos, la barra de cincuentones. ¿De qué modo los construís?
-Como escucho, observo. Me gusta salir a caminar, a veces miro a una persona y ya me estoy imaginando la historia que puedo contar a partir de ese rostro, de ciertos gestos, de un tono de voz, una marca particular. Por ejemplo, la barra de cincuentones en Dos tacos surgió a partir de visitas a bodegones y almuerzos en parrillitas de barrio. Lugares con esas servilletas que no limpian nada, como en el cuento, pero que son tan típicas de esos antros que hacen la experiencia de visitarlos única. En los detalles hay verdaderas historias. Igual hay una experiencia personal que después crece en mi cabeza y a partir de ahí la narro, algunas veces sale mejor que lo real, otras veces no tanto. Creo que salir a caminar y observar es la mejor manera de construir personajes.
-Hay un uso de adjetivación preciso. Ejercicio que te posibilita metáforas logradas. Cuando presentás a la mujer de Dos tacos, puntualizás: “la piel y la tela hechas una misma cosa, un roce prostibulario, excitante”. Pocas palabras, pero que sugieren mucho sobre la complejidad de los personajes.
-Me gusta ser precisa con lo que quiero transmitir. Las palabras correctas pueden generar la atmósfera que una está buscando. Hay magia cuando encontrás la palabra que hace click en tu cabeza y fluye con el relato. Generalmente surgen, a veces con las correcciones una cambia cosas pero siempre es mejor cuando nacen a medida que crece la historia.
-¿Pensás que lo que define un texto no es tanto la trama, sino los personajes?
-Esa es una muy buena pregunta. La verdad tengo una especie de obsesión por los procesos. No suelo ser muy respetuosa del inicio, nudo y desenlace, entonces a veces te aseguro que la trama se me complica bastante (ríe). Pienso mucho en quienes viven las historias, quienes la cuentan y lo que experimentan. Después hay que entrelazar todo y ser capaz de contar una historia con esos personajes. Creo que ahí está siempre el desafío para mí. Dicen que sin buenos personajes no hay historia, aunque también sin personajes que interactúen una termina armando un mero catálogo de humanidades.
-¿Cómo surgió la idea de Amalia, el segundo texto del libro?
–Amalia es muy personal. Hay ciertas cuestiones biográficas y familiares que atraviesan los textos que componen el cuento.
-¿En qué te basaste para escribirla?
-Creo que a base de fragmentos sueltos que retuve de mi árbol genealógico, y de un miedo personal: el Alzheimer. Es una enfermedad nefasta, estar en este mundo sin poder recordar lo que fuiste y lo que sos, la historia que te hizo y que te marcó. Es como entrar en un purgatorio mental vagando entre el presente, pasado y futuro. Me pareció que era un tema interesante como para enmarcar ciertos fragmentos personales y ficcionalizarlos.
-¿Por cierto, qué opinión te merece la literatura del Yo? Muchos escritores contemporáneos han explorado y, hasta, explotado esa vertiente. ¿No los considerás un poco faltos de imaginación el tener que resguardarse únicamente en las vivencias personales?; ¿cómo explicarías esa reticencia de dejarse llevar por la invención?
-No creo que la “literatura del yo” sea un escape para no dejarse llevar por la invención. No son antagónicos. Obvio que hay textos más volados, más impersonales y fantásticos. Igual a veces requiere más imaginación narrar algo mundano que una historia de naves espaciales o monstruos. La realidad puede ser más que inventiva. Hoy yo apuesto por experiencias más reales, aunque por ejemplo en Amalia hay ciertas fantasías que envuelven las historias.
–Amalia presenta varios planos temporales que se desarrollan en paralelo, y que irrumpen a medida que progresa la historia. ¿Qué posibilidades te brindó ese procedimiento?
-Otra vez vuelvo a la idea de los procesos. Jugar con las idas y vueltas temporales me ayudó a desandar la historia de manera un tanto fragmentaria, como una memoria que se va construyendo a partir de recuerdos. Fue una manera de recrear el ahogo en la laguna mental que atraviesa Amalia.
-La herencia del pasado vuelve a surgir. La abuela inmigrante. Un personaje clave que brinda entrecruzamientos en la memoria donde oscila la protagonista…
-Sí, ahí hay algo de historia familiar, aunque potenciada, ficcionalizada como para que amalgame las tramas. Tener una familia con buenas historias siempre es una gran ventaja, luego hay que trabajar en el plano narrativo como para que funcionen ante un lector.
-Leyendo Amalia da la sensación que su protagonista está inmersa en un mundo tenso, asediada por su propia paranoia. Hay una atmósfera ominosa. Ella es una mujer que sufre por su pasado que irrumpe. Paradójicamente son textos muy visuales.
-No se si hay paradoja, la opresión puede ser muy visual. Lo visual a veces ayuda a remarcar ciertas ideas narrativas.
-¿Cómo?, ¿de qué modo?
-Por ejemplo si yo hablo de un cielo y remarco su negrura, su inmensidad apenas carcomida por tenues luces de una casa perdida en el campo, puedo tal vez lograr una idea más visual de la atmósfera que quiero crear que si me limito a decir es de noche y solo se ven algunas luces. Igual es difícil explicarlo, la narración visual nace de querer contar con palabras y sensaciones una trama. La palabra tiene que alcanzar una densidad que pueda ser percibida por el ojo interno como dice Coetzee.
-En cuanto a tu formación, ¿te sentís proveniente del cuento, o tu formación fue más universal, menos restringida a un género?
-No, no me siento proveniente del cuento, o bueno puede ser si pienso que era una especie de adicta a escuchar cuentos cuando era chica, luego pasé a leerlos – primero para mí, después en voz alta para otros.- Más tarde los reescribía, cambiaba finales, agregaba personajes. En la adolescencia las novelas y los best sellers son los que verdaderamente me marcaron, desde relatos de aventuras, mucho romanticismo y lecturas porno a escondidas. Después la vida universitaria me brindó el mundo de los textos académicos y reflexivos; una gran pata a la hora de escribir y pensar lo que quiero comunicar.
-¿Cómo se presentó la posibilidad de incluir el libro a la colección dirigida por Nicolás Correa, Ana Ojeda y Juan Marcos Almada?
-Conozco a Marcos desde hace varios años, trabajamos juntos en radio, compartimos proyectos. A partir de él conocí a Ana y a Nicolás, y luego me llegó la propuesta de participar de la Expo, lo cual me puso más que contenta.
-Mariana, cuando escribís, ¿disfrutás, sufrís, o un poco ambas sensaciones? Te hago la pregunta recordando la última oración de tu biografía, en la solapa del libro, donde escribiste “creo profundamente en la propia redención”.
-De todo, hay cosas que disfruto y otras no tanto. Amo escribir, así que no hay sufrimiento en la práctica pero no puedo evitar lo pasional en mi escritura, en términos de que me tiene que atrapar aquello que estoy contando. Me aburro fácilmente y es común que deje inicios o fragmentos inconclusos. Lo de creer profundamente en la propia redención, creo que va más por el lado de creer en lo que estoy diciendo y haciendo.
-¿Cómo te cambió el mundo de la tecnología y el e-Book?
-Suelo leer en kindle, ipad o cualquier formato digital, en especial noticias, entrevistas y notas breves. Pero nada reemplaza el placer de agarrar un libro, un lápiz (suelo marcar mucho mis lecturas, frases, palabras, imágenes literarias) y un café o copa de vino. Leer un libro es un placer que me suelo dar de manera constante.
-¿Qué opinás de la crítica literaria amateur que predomina en el mundo blogger? ¿Te sirve de guía a la hora de escribir?
-No, la verdad de guía no las uso. Me cuesta tomar guías, hay demasiados gustos para colmar todas las expectativas…
-¿Contás con algún libro de cabecera o autor en particular que haya enriquecido tu mirada del mundo?
-Suena un poco obvio, pero la verdad creo que el mejor libro de fantasía que leí es el Antiguo Testamento. Más allá de la cuestión religiosa hay mucho material magnífico ahí. Un escritor que me atravesó mucho en la adolescencia fue Cortázar, pero me es difícil acortar campos de influencia.
-Indudablemente hay una inquietud espiritual en tus textos. Desde luego no de un modo explícito, pero en la aflicción de los personajes por querer alcanzar cierta redención… Pienso -dado que acabás de nombrar La Torá– en el Libro de Job. Dostoievski y Cioran solían releer constantemente (tal vez subrayando, como vos misma hacés), aquel extraño texto religioso. ¿Qué leés últimamente?
-Últimamente estoy leyendo muchos autores contemporáneos por mi trabajo y por interés personal. Creo que más allá de ciertos clásicos o de autores clave, leer a quienes te rodean te genera una perspectiva interesante a la hora de pensar sobre las maneras de contar ciertas historias.
-¿En qué proyecto te encontrás sumergida en estos momentos?
-Estoy en el proceso final de terminar mi primer novela: Chocotorta. Una novela erótica que juega un poco con lo onírico y la moral aburguesada de las mujeres. Moral y burguesía, dos palabras que me hacen volver al principio de esta entrevista.