Cualquiera de nosotros podría pasar años intentando descifrar los porqués y los por qué no de nuestra propia vida, pero en su nuevo disco, Manuela de las Casas prefiere abrazar el paisaje que tiene enfrente y aceptar la incertidumbre de su existencia.
Sería correcto decir que la cantautora es oriunda de Buenos Aires, donde nació y vivió hasta los 18 años, pero la realidad es que Manuela es de tantos lugares como los que el agua, el viento y los bosques pueden construir. “Cuando terminé el colegio me fui a Bariloche y empecé a construir un poco de mi vida allá, lo que devino en casi una década de estar ahí. En esos años viajé mucho a otros países, pero en un momento me fracturé los talones y, cuando sucedió eso, la música empezó a tomar más lugar. Tuve que hacer un montón de reposo y por ende tuve tiempo de conectar con la guitarra y la soledad”, comparte en conversación con Indie Hoy.
Su tercer disco, Será que el viento sopló para otro lado, es una articulación de ese pasado movedizo, esa fractura (literal y figurativa) que la conectó con la música y el hecho de enfrentarse a la incomodidad que le produce su propia melancolía. “Mucho de lo que digo en las canciones me lo digo a mí. Yo necesito escucharlo, y por eso me hace bien repetirlo y cantarlo. Lo que compongo tiene que ver con todo mi viaje de vida y, en ese sentido, siento que la música y la naturaleza están muy conectadas y a la vez compiten”, explica.
Las similitudes entre ambos espacios —el musical y el natural— son notorias a lo largo de todo el proyecto. No solo porque su disco suena a viento, tensión y lago, sino también por la fragilidad orgánica de los espacios de luz que logra alcanzar. Sí, Manuela experimenta “un placer que duele sin tener opción” en “Se me caen las cosas”, pero también invita a “reírse del pudor, decir lo que falta decirse”, en “Bordes”. Y sí, también dice conocer una “torpe euforia” en “Salvaje por la boca”, a la vez que declara que “siempre será incierta la razón de lo que hago” en “Será” (junto a Candelaria Zamar).

“En las canciones hay una cuestión de los patrones y de la repetición de lo humano porque en mi vida veo eso. Más allá del dolor o del vértigo o del desnudarme y exponerme, me gusta ser responsable en el momento de ocupar un lugar con mi voz: es importante como humanos nombrar, reconocer y conversar respecto de los patrones que compartimos”, explica al respecto. ¿Y qué más humano que el dolor? ¿Qué más humano que la catarsis? ¿Qué más humano que el querer encontrarse a uno mismo y no saber por dónde empezar a buscar?
Para Manuela, la búsqueda empezó con el escape. Dejar Buenos Aires para adentrarse en la naturaleza del sur del país le dio la oportunidad de crear un esquema de supervivencia, exploración y energía. Recolectó todos los aprendizajes que la vida le puso enfrente en forma de vínculos e introspección, y convirtió a su música en un espejo que los refleje.
Empezó a escribir su tercer disco después de la pandemia de covid-19, en pareja, asentada en Buenos Aires y en pleno proceso de autodescubrimiento. “Mucha de la composición fue intentando ver la complejidad de lo que somos, abrazando los lugares que están heridos. El disco habla del dejarme no entender. Hay un lugar en mí que conozco, que puede fundamentar muchas cosas, pero ese lugar no me ayuda a cambiar. Entonces empujé eso, no quise dejar que gane el personaje que se las sabe todas, porque ese personaje no permite creatividad”, explica.
Grabado en 2023 y publicado en 2025, Será que el viento sopló para otro lado sufrió pausas de distinto tipo que Manuela interpreta, fiel a su naturaleza, como una obra del destino. “Quizás el motivo de la pausa tenía que ver con que mi proceso personal todavía estaba enmarañado. Hace poco hubo algunas escenas en mi vida que fueron un moño a esa etapa y, casual o no, fue en el momento de salida del disco”, comparte.

Influenciado por Pink Floyd, Thom Yorke y Beth Gibbons, el álbum fue grabado en Belcebú Estudio junto a Juan Belvis y Luciano Vitale Torres y significó un quiebre respecto a sus proyectos anteriores. Además de grabar las guitarras de todo el disco, Manuela creó las bases sobre las cuales iba a ser construido: “Mi regla era que la canción guíe, que la emoción de las palabras vaya al frente. Eso y la guitarra. Además, hay una intención de hacer tierra, que es un poco mi viaje también: tener el cuerpo presente para escuchar”, explica.
En consecuencia, Manuela, Juan y Luciano crearon un sonido íntimo con la guitarra como protagonista y la fusión del pop experimental, el soft rock y el indie alternativo como sostén. Por momentos traducido en un groove sensual y femenino —como sucede en “Manos en las plantas” y “Se me caen las cosas”—, el carácter experimental del álbum es una constante que aporta congruencia y que ayuda a la vivencia corporal que la tríada buscó alcanzar en el estudio.
Esa búsqueda de una experiencia sensorial también se manifiesta en la lírica del disco, impregnada de referencias naturales, especialmente acuáticas: un todo arrollador del que Manuela intenta, a la vez, formar parte y tomar distancia. “Yo soy de agua y, para mi, decir eso significa que hay algo en mí que no tiene tanto borde, porque el borde siempre lo tiene el contenedor del agua. Yo quiero más realidad, quiero estar más presente. Poner un muro, poner un borde, porque las emociones, que claramente son agua, pueden desbordar”, dice. Esto no significa la ausencia de emocionalidad. De hecho, son muchos los momentos en los que la prosa describe una fuerte conexión con ella misma, como en el caso de “Un gesto”, donde, junto a Juana Aguirre (de quien dice que es una “gran laburadora de la música”), habla sobre renovaciones, secretos y la forma de soltar lo no dicho a través de la respiración.
La liberación parece llegar hacia el final de Será que el viento sopló para otro lado, con “Insistencia”, pieza donde proclama llevar en la boca “la locura de animarme a no entender”. Rodeada por una atmósfera débil y espiralada, se despoja de un amor disfuncional y se entrega a cielo abierto. Acto seguido, “El cuerpo tiembla” construye un escenario tenso y ajetreado, donde pareciera que ese cielo empieza a relampaguear. Una Manuela mutable dice estar “perdida en la ciudad, anotando sin sentir cada paso”, a medida que la base que la contiene la transporta como un alud hacia lo inesperado.
“La redención casi siempre se lee como cobardía. Pero este contrapunto de aceptar que una fuerza mayor —o natural, si querés llamarla así— me lleva hacia otro lugar fue un descubrimiento muy importante”, concluye. El agua, los árboles, el viento y ella misma: los motores que la arrastran, las fuerzas que la contienen.
Manuela de las Casas se presentará el jueves 30 de octubre a las 21 h en Centro Cultural Richards (Honduras 5272, CABA). Entradas disponibles a través de Passline, 30% de descuento con Comunidad Indie Hoy.









