Una canción permite encapsular largos caminos recorridos en una breve frase, en una imagen borrosa, en una breve secuencia de acordes, o en un estribillo pop que se pega como por accidente. Algo de esa alquimia misteriosa entre la experiencia como camino y la fugacidad de su percepción cuando miramos atrás parece revelarnos Todo el tiempo en un relámpago, el nuevo disco de Marcelo Ezquiaga, prolífico músico, cantautor y productor argentino que estará presentando su flamante obra este viernes en Buenos Aires.
En un departamento de la calle Santa Fe, Ezquiaga recuerda entre risas sus primeros pasos musicales en una banda escolar junto a algunos compañeros de secundaria -entre los cuales se contaban los cineastas Ezequiel Acuña y Agustín Carbonere, y el escritor Félix Bruzzone– antes de dar forma al seudónimo que le permitió asomar la cabeza en una escena independiente aún en una etapa de consolidación. El primer disco de Mi Tortuga Montreux, Mar del Plata en invierno, se publicó en 2002 y le siguieron tres discos más bajo este seudónimo y seis con su proyecto solista homónimo.
Estos trabajos lo encontraron experimentando con géneros y propuestas de producción diversas, pero siempre con el formato canción como bandera, citando como influencias el pop de los 80 que sonaba en la radio cuando era chico, influencia quizás más palpable hoy que en sus inicios. “Hoy en día la canción se ve como una obra de teatro, que tiene que despertarte tensión de principio a fin, lo cual está bueno, pero a mí sinceramente me encanta hacer una canción que tenga una melodía”, cuenta el músico en conversación con Indie Hoy.
En su adolescencia, lo que más lo marcó fueron aquellos músicos que cantaban más con las manos que con la voz, quizás relacionado con su formación como pianista, en la cual extrapola esa forma de concebir el canto por fuera de la boca. A esta altura, con ya nueve discos editados, reconoce que en su forma de componer hay oficio, mezclado con el collage de las distintas influencias, así como con las distintas canciones hechas, siempre en busca de la melodía y un atento sentido de contemporaneidad. Melodías que, en su caso, reconoce que remiten a cierta escucha primitiva, propia de la adolescencia, en la que las canciones calan hondo.
A pesar de haberse formado como pianista, Marcelo reconoce que “cuando sos adolescente lo primero con lo que flasheás es con una guitarra eléctrica, con el escenario. No tenés una mirada tan crítica, entonces todavía está esa frescura de lo que te enamora por primera vez”. La melodía y el estribillo aparecen como parte del oficio del músico que implica reconocer qué es lo que le sale mejor sin dejar de aprender. Podríamos pensarlo como unir las herramientas propias de una artesanía de la canción (es decir, del tiempo), con la frescura propia de ver todo como por primera vez (es decir, del relámpago).
“El no mutar implica cosas muy negativas”, advierte Marcelo, aunque sin embargo, hoy por hoy está amigado con cierta búsqueda en un terreno de firmeza más pop que de experimentación vanguardista. En ese oxímoron de la totalidad del tiempo en un instante, bucea en pos de la contundencia melódica que despliega este último lanzamiento. ¿Cómo opera en dimensión a su obra esta noción del transcurso del tiempo?
Cuando Mi Tortuga Montreux apareció, reconoce Marcelo, el paradigma era otro: entre otras cosas, Charly García o Fito Páez “eran malas palabras”, y algunas influencias propias del mundo anglo, con una modernidad camaleónica y un grado de conceptualización elevado, como David Bowie o Radiohead, marcaban la cancha en lo que respecta a pensar la elaboración de una obra. “Hoy pienso que los artistas más exitosos son los que muestran más esfuerzo en lo que hacen, en un lenguaje muy reconocible -reflexiona el músico-. Es un poco grandilocuente querer cambiar de disco a disco, un poco pretencioso. El éxito es grabar algo y que me emocione“.
Ezquiaga reconoce saber lo que quiere a fuerza de trabajar, por experiencia y continuidad, en sus emociones. Señala que respecto al resultado, cuando graba una canción o un disco, entiende para dónde va y esa condición marca el horizonte, el punto de llegada que es el público. “Si le gusta a la gente va a estar bien y sino también”, dice despreocupándose con una sabia tranquilidad. Su canción “Amantes nuevos“, que ganó el concurso de Ibermúsicas, es uno de los caballitos de batalla del álbum y un buen exponente para entender la búsqueda tanto lírica como musical que guía hoy al cantautor porteño: los vínculos, la ciudad, sus transformaciones por momentos imperceptibles, por momentos vertiginosas.
Se yuxtaponen entonces influencias variadas en una producción montada a través de paredes de voces y de teclados, como se escucha en canciones como “Espiral” y “Condición“. Charly García aparece como un referente constante del disco, pero también los raperos Travis Scott, Kanye West o Ca7riel. “Me encanta como productor cómo usan los bajos y las baterías, cómo rompen la estructura de la canción”, admite. ¿Cuál es la mecha que uno empezó a prender? Esa pregunta formulada por Marcelo aparece como un puntapié para su trabajo artístico.
“El autotune es un instrumento re útil -continúa-. No estoy en contra de nada. Los plugines son herramientas de producción como cualquier otra. Escucho, y si hay algo que me parece interesante para lo que vengo haciendo lo uso”. En esa tensión entre aggiornarse a la tecnología y ser purista de cierta búsqueda compositiva que se cree a priori más orgánica, muchos artistas suelen tener problemas o disquisiciones que a Ezquiaga parecen no presentársele. No busca seguir las modas pero está atento a la inyección de contemporaneidad que artistas de otros géneros le imprimen al lenguaje de la producción musical actual. Sin embargo no se engaña: la canción es su oficio, la “mecha que él prendió”.
Verborrágico y calmo a la vez, hila ideas, conceptos y ejemplos: retoma uno de Andy Warhol, de “Mi filosofía de A a B y de B a A”: el restaurante que tenía toda la onda de los 50 que trató de adaptarse a las modas de los 60 y en los 70 quebró. “Si hubiera mantenido la onda del principio hubiera sido un clásico. Hay que saber mantener el equilibro entre la mecha que vos prendiste desde el principio y obviamente no estar cerrado a todo lo nuevo que va apareciendo”, afirma.
La poética de lo urbano que recorre el disco tiene que ver con el reencuentro con la ciudad luego del encierro pandémico. “La ciudad estaba muy vacía y tenías esa posibilidad de verla medio como si fueras El Eternauta en ese momento -recuerda-. Tuve una especie de epifanía sobre la vida en la ciudad. Es un actor medio tácito de lo que a uno le pasa: están los vínculos, las cosas que le pasan a uno y Buenos Aires, como una testigo constante de todo lo que va sucediendo, especialmente en los vínculos y el aprendizaje que uno va teniendo”.
Entre las personas que pusieron su grano de arena para que el disco fuera posible se encuentra la fotógrafa Nora Lezano. “Con Nora hicimos unas fotos en una nota para Página 12 sobre Mi Tortuga Montreux -cuenta-. Es toda una experiencia trabajar con ella. Desde ese momento quedamos con muy buena onda”. Ella fue la encargada de sacar la foto que ilustra la tapa, sacada en la Biblioteca Nacional. Otros artistas que aportaron su energía fueron Fernando Samalea, Nicolás Kramer de El Robot Bajo el Agua, la chilena Niña Tormenta y el diseñador Sergio Flaminio, quien realizó el video para el álbum completo que se puede verse en YouTube y del cual se desprenden los videos de los singles “Relámpago” y “La palabra“.
“Ningún hombre es una isla -afirma Ezquiaga citando la película About a Boy-. Tenemos que hacer las cosas en relación con los otros porque ahí está el aprendizaje. Sino no tiene sentido sacar una canción solo porque uno piensa que tiene que existir en el mundo. Es comerse una peli inútil”.
¿Cómo materializaste el concepto del tiempo y la ciudad en el disco? ¿Cómo sentís que opera hoy la perspectiva del tiempo en la composición, la producción y el lanzamiento del disco? ¿Qué cambió de otros momentos, por ejemplo en tus inicios, o durante la pandemia?
La cuestión del tema del tiempo la relaciono con el dinero. Creo que todos en la pandemia tuvimos dos momentos: una percepción del tiempo detenido, que estuvo bueno un rato y después se empezó a poner incómodo. ¿Qué hay que hacer con la vida, con esas ficciones que nos inventamos? Esa idea es la que hace que la vida tenga sentido. Y cuando llegó la pandemia, nos dimos cuenta que estaba esa noción del tiempo detenido. ¿Qué ficción estoy viviendo para mi vida? ¿Estoy cumpliendo los sueños que quiero cumplir para mi vida? La frase de que “todo el tiempo en un relámpago” es porque el tiempo es muy rápido e intenso. El relámpago es una idea de deseo: que no sea una vida ligera, que sea una vida que valga la pena vivir. Roza con lo kitsch lo que estoy diciendo pero es así. Lo otro sería vivir esas ficciones que por ahí no queremos vivir. No hay que perder de vista por qué hacemos las cosas.
¿Dónde sentís que se enmarca este disco en la música del hoy? ¿Con qué bandas, colegas? ¿Forma parte de cierto espíritu de época?
Siempre la referencia es lo que tengo ganas de hacer, no busco que suene a tal cosa o tal otra. Me gustaría, porque me encanta lo colectivo. Me encantan Dani Umpi, lo que hace Mariano [Di Césare de Mi Amigo Invencible], Juana Aguirre, Lucas Martí…
¿Cómo vas a encarar la presentación del viernes?
Va a ser a banda completa. Va a abrir la noche Germán Andrés con un DJ set. Vamos a tocar todo el disco nuevo y también canciones de casi todos los discos anteriores. No va a ser tampoco Las Bandas Eternas, pero vamos a tocar de todas las épocas.
Marcelo Ezquiaga se presenta el viernes 1 de diciembre a las 22 h en Humboldt (Humboldt 1358, CABA), entradas disponibles a través de Passline. Escuchá Todo el tiempo en un relámpago en plataformas de streaming (Spotify, Tidal, Apple Music).