“Nuestro compromiso siempre es con la vanguardia”. Más de 30 años después de la formación de Massacre, Guillermo Cidade -más conocido como Walas– sostiene firmemente que su ideología no cambió. Como pioneros del skate punk en Latinoamérica, la banda argentina forjó su propio camino al fusionar destellos incisivos del hardcore y la actitud rebelde del punk de finales de los 70. Ayer, en los márgenes y a menudo infravalorados; hoy gozan del reconocimiento merecido en la historia del rock argentino.
Es cierto que, en sus primeros días, la banda experimentó cierto desprestigio. Bajo el nombre de Massacre Palestina, abordaron géneros que no siempre eran fácilmente clasificables o aceptados dentro de los parámetros de la época. La combinación de elementos oscuros y experimentales, junto con la inclinación de Walas por asumir roles de vocalista más expresivos, podría haber desconcertado a algunos oyentes más cercanos a la norma de la industria musical.
Con el paso del tiempo, Massacre se convirtió en una referencia esencial para la nueva oleada de bandas que buscan darle frescura a la escena emergente del país. Su legado perdura de tal manera que este viernes van a ser el plato fuerte del Festival Nuevo Día, donde comparten escenario con Winona Riders, Buenos Vampiros, Mujer Cebra, Dum Chica y Sakatumba, entre otras. La influencia de Massacre es tan profunda que el propio nombre del festival rinde homenaje a una de sus canciones, consolidándolos como una banda icónica que trasciende generaciones.
Sin dudas, la espera valió la pena para Walas. Lejos de quedarse anclado en los viejos tiempos del rock, el frontman se mantiene actualizado, adaptándose a la nueva revolución sónica que se gesta. Su capacidad para evolucionar y abrazar las corrientes contemporáneas demuestra la versatilidad que trasluce su amplia discografía. “Nosotros ahora entramos en sintonía -cuenta en conversación con Indie Hoy-. Massacre siempre fue una banda medio incomprendida, pero de vanguardia. Ahora que aparecieron todas las remeras de Nirvana, Joy Division y Velvet Underground, me siento comprendido. Ahora no hablo en chino, sino que hablo de igual a igual con los que me conocen”.
En un terreno donde la autenticidad a menudo se enfrenta a la comercialización, el espíritu under de Massacre sigue siendo el estandarte de la resistencia, recordándonos que el verdadero poder del rock radica en su capacidad para desafiar y perdurar.
¿Qué sienten al encabezar un festival que celebra una de sus primeras canciones? ¿Y qué te parece esta nueva escena de rock alternativo?
Es un orgullo, es un honor. Me hizo acordar a cuando inauguraron un skate park en Buenos Aires y le querían poner mi nombre y yo dije que no. Me faltó vanidad, me faltó ego o no sé qué. Encima, un skate park re bueno, uno de los mejores de Buenos Aires. Al festival le pusieron “Nuevo día” y estamos re contentos de participar. Me encanta lo que yo llamo el rock de la postpandemia. Como en su momento estuvo el rock de la postdictadura, ahora está el rock de la postpandemia que tiene su semillero en Strummer, donde salen bandas cada vez mejores.
¿Qué nos podés contar sobre ese clásico de la banda?
“Nuevo día” es un tema viejísimo de la época de Massacre Palestina y que está incluido en el primer disco Sol Lucet Omnibus (1992). Me encanta, es uno de los que más me gusta tocar, tiene una polenta bárbara. En el DVD de los 30 años en Obras vino un guitarrista invitado, Lechu, de Plan4 y de Restos Fósiles. No solo metió viola, sino que metió coros y lo hizo bien a la vieja escuela. La verdad que quedó buenísimo, me encanta esa versión.
¿En qué sentidos decís que se sentían incomprendidos cuando empezaron?
Y pensá que cuando nosotros éramos chicos, íbamos a las radios y nos preguntaban cuáles eran nuestras influencias y decíamos: por un lado, el rock californiano de Agent Orange, y por otro lado, la Velvet Underground y Joy Division. Nadie nos entendía. En los 80 no nos entendía nadie. En los 90 no nos entendía nadie. En el 2000 todavía no nos entendía nadie. Hasta que por fin se reivindicaron estas bandas a través de ciertos documentales y otros factores. Se reivindicó este rock de culto y ahí entramos nosotros a tener representatividad.
Después de 30 años de carrera, ¿cómo hacen para mantener la llama sobre el escenario?
Es lo que más me gusta en la vida. Las bandas tienen tres universos: el estudio, el ensayo y el escenario. A mí me encanta el escenario porque me permite convertirme en otro. Yo me morfo el escenario en los festivales donde hay 35 mil personas o en La Trastienda donde todo el público es mío. Me encanta la performance, me encanta convertirme en otro.
¿Qué significó para vos tocar con una banda que tanto influyó a Massacre como The Cure en el marco del festival Primavera Sound?
Tengo la pulserita de recuerdo. Robert está bárbara, está más flaca. Es un prócer para mí, yo tenía los posters de Robert Smith en mi cuarto cuando era chiquito. Tuve una triple experiencia: toqué con The Cure, vi el show de The Cure y, una cosa espectacular y muy valiosa, vi la prueba de sonido de The Cure. Por casualidad, el día anterior probábamos sonido las bandas y cuando termina la prueba de Massacre yo pregunté: “¿quién está por probar al lado?”. Me dicen: “The Cure”. Me quedé como un nenito sentado ahí al costado, agarré una botellita de agua y me vi toda la prueba entera, desde cero. Ese día la rompimos, estuvo buenísimo el show de Massacre.
Hoy que están en festivales gigantes, ¿qué postales se vienen a tu mente al recordar lo que era la época dorada del hardcore nacional a finales de los 80?
En ese momento éramos muy chicos, éramos los Massacre Palestina y tocábamos en el circuito de Buenos Aires que era el Parakultural, Cemento y algunos boliches que se abrían en San Telmo. La verdad que era muy intenso, porque eran los primeros años de la democracia, con lo cual todavía la represión estaba latente. Se armaban unos despelotes bárbaros, había mucha violencia contenida por parte de la sociedad y el público. Esa tensión se liberaba en los recitales a las piñas entre facciones, ya sean punks, heavys, skinheads o skaters.
El álbum homónimo de Massacre Palestina es un disco de culto en la actualidad. ¿Qué recuerdos tenés de esa etapa inicial de la banda?
Ese primer disco en realidad fue una indemnización por un show que no pudimos hacer. Armamos un show y se armó quilombo en la puerta. Como siempre, vino la cana y nos echó a todos. Por no haber podido tocar, el dueño del lugar nos pagó con horas de grabación en un estudio de la provincia de Buenos Aires de Ramos Mejía. Hoy en día es un disco muy buscado a nivel coleccionista y se paga cualquier guita.
Además de tu pasión por la música, sos un referente en la escena skater nacional e incluso tenés tu propio museo del skate. ¿Qué te llevó a iniciar este proyecto?
Yo soy un gran amante de los skates, de hecho entré al mundo del rock a través de los skates. Era un gran skater en Argentina, un campeón. En un momento conjugué mi vida con la guitarra eléctrica y así Massacre Palestina se convirtió en referente del skate. Ahora le devuelvo ese amor tan grande que le tengo a través de un museo que tengo de skates y que cada tanto lo exhibo en diferentes ciudades. La última vez fue en Tecnópolis, hicimos un show de 2 Minutos, Massacre Palestina y el museo de skate. Vinieron 50 mil personas.
En los shows y varios de los videos de Massacre se destaca tu fascinación por los muñecos. ¿Cómo elegís cuáles integrarán tu colección?
Tengo una gran colección de muñecas antiguas. Lo que le busco a los ítems cuando colecciono es que tengan rasgos humanos, que no se sepa si son buenos o si son malos, que tengan algo de patetismo. Además, tengo payasos antiguos y muñecos ventrílocuos. Pierdo la cuenta porque los llevo al escenario y los meto en los videoclips.
Sabemos de tu fanatismo por el terror y también que estuviste filmando una película. ¿Qué podemos saber de esta experiencia? ¿Cómo ves la expansión del género cinematográfico a nivel nacional?
Filmamos una película este año. Es onda La masacre de Texas (1974), pero es en el Delta. O sea que hay asesinatos, muertes, falsos gurúes, hachazos, guadañazos, machetazos, gore, splatter, slasher, de todo. Me convocó el director, se ve que me conocía y dijo: “este personaje le calzaría a Walas”. Hago de un falso español. Me hago pasar por mi padre que era un gurú español y entonces con mi hermano lo matamos, tomamos el lugar de él y empezamos a estafar a la gente que viene a buscar a este gurú. La amo a Mariana Enríquez, y el otro día fui a ver la película argentina Cuando acecha la maldad, es espectacular. Esa cosa rural y paranormal, tiene un tono muy Enríquez que me encantó.
Tu forma de escribir canciones también apuesta mucho a lo narrativo. ¿Cómo abordás el desafío de traducir experiencias personales en historias que conecten con la audiencia?
Me inspira lo emocional, lo humano y lo paranormal. Me gusta meter todo eso en un plano medio surrealista, medio psicodélico, medio absurdo. Apelo también al nonsense, al sinsentido. Pero me gusta mucho crear divinidades, crear figuras mitológicas. Eso me encanta.
Pasaron nueve años de Biblia Ovni, el último álbum de estudio de Massacre, y ahora volvieron a generar expectativas con el single doble Ella va/La cita. ¿Podés compartirnos algún detalle sobre el próximo disco de la banda?
El disco nuevo es un discazo. Ya está casi listo, estamos cerrando el orden de las canciones. Se va a llamar Nueve, es el noveno disco de Massacre y tiene nueve canciones. Fue grabado un poco en Sonic Ranch de Estados Unidos, un poco en Los Ángeles con Gustavo Santaolalla, otro poco en Buenos Aires en Panda y en Romaphonic, y un poco mezclado también en Brooklyn, en Nueva York. En cuanto a lo sonoro, tiene de todo: mucha psicodelia y mucha espiritualidad. La verdad que está espectacular.
Massacre se presenta el viernes 26 de enero en el festival Nuevo Día en Konex (Sarmiento 3131, CABA) junto a Winona Riders, Sakatumba, Dum Chica, Marina Fages y Las Tussi, entradas disponibles a través de la web de Konex. Escuchá Ella va/La cita en plataformas de streaming (Spotify, Tidal, Apple Music).