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    No Demuestra Interés: “No formábamos parte de esa élite que llamaron ‘Buenos Aires Hardcore’”

    Conversamos con Adrián Outeda sobre la historia de la mítica banda de hardcore y sus nuevo proyecto Los Péndulos.
    De Juampa Barbero16/10/2025
    No Despierta Interés
    No Despierta Interés. Foto: Gabriel Liberji Cuneo

    A principios de los noventa, cuando Buenos Aires hervía entre la efervescencia del punk y el nacimiento de una escena hardcore local, No Demuestra Interés apareció como una reacción química entre juventud, rabia y pensamiento. Fue una anomalía no solo por sonar distinto, sino por pensar distinto. El nombre lo decía todo: una renuncia a la pose, una invitación a la acción pura, sin cálculo ni permiso.

    A un día del show en Uniclub, Adrián Outeda suena tranquilo. Pero en el fondo sabe que no es uno más: por primera vez, No Demuestra Interés tocará Mensaje no preciso de imagen (1996), su tercer y último álbum, de principio a fin. “Apenas se terminó de grabar, la banda se separó. Después volvimos, pero con otra formación, y si bien tocábamos algunos temas, nunca lo presentamos en su totalidad”, cuenta el cantante de la banda en conversación con Indie Hoy. Treinta años después, esa deuda encuentra su momento.

    Lo que para algunos será una celebración, para Adrián también es una oportunidad de darle una vida nueva a un disco que marcó una etapa. “Más que nada es para que generaciones que quizás ni llegaron a vernos en vivo puedan apreciar ese disco. Para mí marcó una ruptura con todo lo que se hablaba en ese momento sobre lo que era ese estilo de música. Nosotros éramos abiertos, no formábamos parte de esa élite que el periodismo llamó ‘Buenos Aires Hardcore’. A mí siempre me interesó tocar con otra gente, porque desde chico fui melómano y nunca me gustó quedarme encerrado en una historia”.

    Adrián Outeda de No Demuestra Interés. Foto: Gabriel Liberji Cuneo
    Adrián Outeda de No Demuestra Interés. Foto: Gabriel Liberji Cuneo

    Extremo sur (1993) fue el grito primario: urgente, desafiante, una descarga eléctrica que prendió fuego los sótanos y los cuerpos. Días de furia (1994) consolidó el músculo, pero fue Mensaje no preciso de imagen el salto al vacío, el gesto de libertad que rompió con toda expectativa y dividió aguas para siempre. Y en ese riesgo está su belleza.

    Cuando recuerda la grabación, le viene una imagen precisa: el estudio Del Abasto al Pasto, en Mario Bravo e Hipólito Yrigoyen. “Era un lugar mítico”, asegura. Lo demás se le mezcla: el grupo ensayando sin hablarse mucho, los silencios largos, una etapa de mutaciones internas. “Fue una ruptura con todo eso. Cuando volvimos a tocar, hubo gente que lo tomó para mal. Supongo que el hardcore en ese momento era muy estructurado, incluso a nivel de pensamiento”.

    En los noventa, el público más ortodoxo del hardcore no siempre supo cómo leerlos. N.D.I. venía de esa raíz, pero ya estaba mirando hacia otro lado: una frontera difusa donde convivían la pesadez del metal, la poesía urbana y una sensibilidad más artística que dogmática. Esa mezcla, incomprensible para algunos, se convirtió con el tiempo en el rasgo que más los distingue. Adrián lo resume con sencillez: “Tratábamos de zafar de la burda copia. Queríamos tener nuestro propio sonido”. A medida que la escena crecía y se convertía en un movimiento cerrado, la banda decidió tomar distancia. “Hablamos entre nosotros y decidimos abrirnos, bajar las velocidades, plasmar lo que nos interesaba a todos. Los chicos conocían más sus instrumentos, yo venía muy conectado con el arte. Queríamos ampliar el abanico y hacernos a un lado de todo eso”.

    El llamado Buenos Aires Hardcore empezó a tomar forma como un movimiento subterráneo y autogestionado. En sótanos, galpones y clubes barriales, bandas como Fun People, XautocontrolX, Minoría Activa, Diferentes Actitudes Juveniles, B.O.D., Confort Supremo o Existencia de Odio, entre otras, forjaban una escena marcada por el ruido y una ética comunitaria. El género se vivía como una manera de existir: entre recitales en cadena, fanzines y amistades que se volvían familia, cada banda sumaba una voz a esa energía compartida. Con el tiempo, esa identidad también empezó a pesar, con sus gestos y sus fronteras. “Siempre me codeé con gente que no tenía nada que ver con esa historia. Tocábamos con ellos, hacían otra música. En un momento decidí abrirme a sonidos nuevos”. 

    Cuando se le pregunta qué bandas sentía como afines durante aquellos años, Adrián responde sin nostalgia: “Yo venía más del hardcore punk, no tanto del hardcore americano. Escuchaba mucho reggae, cosas jamaiquinas. Era bastante abierto musicalmente”. Su mapa de influencias incluía nombres que marcaron a toda una generación: Los Pillos, Todos Tus Muertos, Los Corrosivos, Chiquero. De ese caldo de época nació la energía inicial de No Demuestra Interés, atravesada por una pulsión más cruda, cercana al espíritu de GBH o Discharge, antes que a la tradición más ortodoxa del hardcore norteamericano.

    Escuchar hoy aquellos discos es reencontrarse con un sonido que parece haber anticipado algo. La crudeza de las guitarras, el eco casi ritual de la voz, los temas ultra viscerales: todo suena a una época donde la urgencia era una forma de verdad. Cada canción parece escrita al borde del abismo, pero con una claridad que todavía sorprende. 

    En Mensaje no preciso de imagen, Adrián volcó experiencias íntimas, sobre todo familiares y vinculadas a sus relaciones afectivas. “No daba contarlas directamente —explica—, así que elegí una poesía más encriptada. Cada uno puede interpretarla como quiera, pero yo sé de qué habla. No quería que el poder del micrófono trabajara de forma tan directa sobre la gente. Preferí hacerlo más poético”. En retrospectiva, reconoce que tal vez las letras se extendían demasiado, pero celebra haber construido ese lenguaje simbólico y sensible, tan poco habitual dentro del circuito donde se movían.

    Mensaje no preciso de imagen condensaba una sensibilidad feroz. Desde “Superficial”, la banda abría un territorio de emociones sin filtro: “La esperanza que transpirás, no te das cuenta que va entumeciendo tu piel”, grita Adrián con una intensidad que parece desgarrar algo más que la voz. La canción se estira por más de siete minutos, y en ese recorrido se acumulan capas de energía. Ese mismo pulso atraviesa temas como “Aunque”, “Recuerdos” o “Quemar”, donde el sonido se vuelve un espacio físico, algo que se puede habitar. En medio del ruido surgen destellos de una sensibilidad extraña. Los gritos que en “Amanece grises” suenan a plegarias mientras que en “Dame pobreza” la melodía se abre paso entre la distorsión y una experimentación desconcertante, saliéndose del formato canción para buscar otra forma de expresión. Todo el disco avanza como una llamarada: ilumina, arde, y deja una estela difícil de olvidar.

    Hoy, cuando vuelve a escuchar el disco, encuentra detalles que cambiaría, pero también una madurez que antes no veía. “Quizás las letras son muy largas o las guitarras suenan demasiado heavys, pero bueno, ya está. Se curtió así. Dicen que es un disco de culto, pero a mí esa palabra mucho no me gusta. No me gusta clasificar nada: la música me gusta o no me gusta, nada más. Me molestan todas las etiquetas”.

    Con el paso del tiempo, esa amplitud sonora se tradujo también en una forma de pensar. “No soy músico —dice—, pero hago música. Quizás soy un artesano. Me exijo mucho, me doy bastantes palos a mí mismo”. En su voz hay cierta serenidad al reconocerse como un creador que revisa lo propio, sujeto a aprendizajes. “Con el tiempo veo la obra de otra manera, quizás más como un crítico de eso. Pienso en qué cambiaría, pero más para aprender y tenerlo en cuenta en mi nuevo proyecto”.

    Su vínculo con la escritura cambió con Los Péndulos, el proyecto que lo ocupa desde el 2021. “Nos dividimos las letras. Cuando veo que una canción es más para mí, ahí voy yo; cuando el guitarrista [Juan Pablo Rey] trae algo suyo, lo acompañamos entre todos. A veces nos sentamos a corregir, es un trabajo más colectivo”. Esa práctica compartida parece liberar algo que durante los años de N.D.I. se mantenía más concentrado en una sola voz.

    No Demuestra Interés 2
    No Demuestra Interés. Foto: Gabriel Liberji Cuneo

    Es honesto sobre las canciones de No Demuestra Interés (“Mil veces caigo” y “Jamás sería una estrella”) que salieron sin su participación en 2024: “Ni las escuché. Igual yo mismo les propuse que siguieran, que hicieran su camino”. No hay distancia emocional, sino aceptación del ciclo cumplido. “Después ellos me propusieron volver y no tuve problema. Solo aclaré que mi banda hoy es Los Péndulos, y que puedo tocar con N.D.I. de vez en cuando, pero no seguido. Ya por la edad, el trabajo… yo no vivo de la música, los tiempos se acortan y la vida es cada vez más rápida”.

    Mira hacia atrás con una lucidez sin dramatismo: “Veo los discos como cualquier persona a la distancia. Soy muy del presente, de mirar para adelante”. Del debut recuerda la juventud desbordada, “demasiada testosterona que había que gastar por algún lado”. Del segundo, la ruptura consciente con todo lo anterior, la necesidad de torcer el rumbo. Y del presente, una serenidad activa: Los Péndulos están por grabar material nuevo, después de un año movido. “Sacamos un siete pulgadas con una versión de Violeta Parra, y la misma versión en dub. Y ahora ya empezamos a grabar lo nuevo. Cada año tenemos que hacer algo”.

    Treinta años después, No Demuestra Interés sigue siendo una herida abierta que cicatriza a su manera. Su regreso no es un revival: es una reconciliación con la historia, con su gente y con ellos mismos. Lo que vibra en sus canciones no es nostalgia, es presente. Porque el hardcore que inventaron nunca fue una moda: fue una forma de mirar el mundo, de resistir, de creer que todavía hay algo que vale la pena gritar.

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