Conversamos con Julián Perla, compositor, guitarrista y cantante de Mi pequeña muerte a horas de la presentación de Alimentan los lobos en La Tangente, del presente de la banda y de porqué la música sigue siendo una suerte de medicina vital.
Dejaste a MPM un tiempo largo en el freezer; ¿necesitabas un descanso? ¿o era más bien una necesidad de abocarse a proyectos personales?
Después de la gira presentación de El triunfo de La Paz, pasamos a tocar menos, nos tomamos un descanso que se dio naturalmente, hubo mudanzas, agrandamientos de familias…. Le escapamos bastante a hacer conciertos y preferimos aprovechar las horas en la intimidad de nuestro estudio, de colgarnos tranquilos tocando, conversando… A veces pasa desapercibido para la mayoría, pero organizar conciertos y giras para bandas independientes como la nuestra lleva mucha dedicación y tiempo, es como la parte administrativa de la música, tiempo que uno le roba a la propia música porque todos trabajamos el resto del día en otras cosas. Así que nos quedamos guardaditos durante un tiempo escribiendo y grabando que es lo que más nos gusta hacer. Después apareció una canción, se disparó una historia y ya teníamos una excusa perfecta para empezar un nuevo álbum.
El sonido de Alimentan los lobos se percibe más limpio, más depurado y al mismo tiempo suena más fuerte, más postpunk. ¿Fue así como lo planearon?
Desde que empezamos a armar las bases y cerrar los temas, se percibía que todos queríamos pasar un buen momento, tocar fuerte y meterle a la distorsión. Fueron hermosas tardes de liberación y ruido.
Musicalmente, ¿qué diferencias encontrás entre este y los discos anteriores?
La gran diferencia con el resto de nuestros trabajos tal vez haya sido cierta despreocupación en cuanto a la búsqueda de un sonido en particular, preservamos lo orgánico y el entusiasmo adolescente que teníamos con las nuevas canciones.
La figura del lobo es uno de los ejes del álbum. Pienso en ese animal como feroz, astuto, resistente,… ¿desde qué punto de vista se convierte en “ese lobo hambriento del destino”?
En “Balas de plata”, la protagonista emprende un viaje, un escape, un regreso y visualiza el destino como un lobo hambriento, inevitable, un perseguidor que no conoce la derrota. Pero hay una predisposición a la lucha y lleva sus armas. Son terribles perseguidores los lobos, pueden andar días y kilómetros hasta dar con su presa. Ronda por todo el disco, obstinado. No siempre del mismo lado de la piel, a veces un pensamiento repetido, una amenaza, un miedo que se transforma en alimento.
De hecho, casi todas las canciones tienen un componente dramático muy fuerte, ¿esto es premeditado?
También me hago esa pregunta; supongo que es el tono que elegimos para expresarnos cuando somos MPM y cae la moneda siempre para el lado de lo épico, de la canción sentimental.
El triunfo de la paz fue editado por Laptra, pero Alimentan los lobos no. ¿Se trató de una cuestión de libertad creativa?
Cuando editamos ETDLP veníamos hace tiempo tocando y compartiendo escenario con varios de los grupos Laptra, haciendo buenos amigos y compañeros. Fue lo más natural en ese momento. Una buena idea, una simbólica celebración de independencia. Y después estuvimos un tanto escondidos, perdimos un poco el contacto y subimos este disco a las redes sin pensarlo demasiado, todavía no decidimos como encarar la edición física.
Sus portadas tienen un componente visual muy notable (las de El triunfo de la paz, Primavera en Saigón y Alimentan los lobos son obras abstractas). ¿De qué manera esa influencia pictórica se traduce en las canciones?
El encargado de la traducción plástica es, desde siempre, Pablo Bisoglio, un gran amigo nuestro al que admiramos profundamente. Casi como una ceremonia, él es el primero en recibir las canciones y, a partir de ahí, comienza su intervención. Hablamos mucho de las letras, él me las explica (risas), me ayuda a tirar del hilo, es nuestra gran excusa para pasar madrugadas delirando. Nuestro gran juego.
La lírica tiene un lugar privilegiado en la obra de MPM. ¿Cómo es el proceso de composición, después de casi dos décadas de escribir canciones? ¿Todavía descubrís nuevas fórmulas que te sorprendan o ya encontraste la manera de componer con la que te sentís a gusto?
Generalmente escribo las canciones, se las presento a los chicos y empezamos a trabajar a partir de eso. Después pueden variar algunas estructuras. Tengo algunos cuadernos donde anoto ideas, que pueden ser frases o imágenes… Uso el teléfono para grabar alguna melodía aparecida. Generalmente las ideas aparecen cuando estoy lejos del ámbito musical, en el colectivo, caminando o andando en bicicleta, entonces necesito algo que grabe a mano. “La casa de todos” por ejemplo, es un ícaro que surgió mientras acunaba a mi hijo. Así de extraños son los procesos de composición. Hace un tiempo cuando no estaban tan a mano los celulares, dejaba mensajes en el contestador de mi casa, para no olvidar melodías o frases que me parecían relevantes, aunque rara vez lo eran.
Siempre me llamó la atención las referencias clínicas. Por enumerar algunas: Su primer disco se llama Hospital y tienen dos temas instrumentales, “Un día más en el hospital” y una homónima. En El triunfo de la paz, encontramos “El médico” y en “La gran hoguera” la letra celebra “Pero yo estoy afuera / Y vos en el antiguo hospital”. Todas estas referencias, ¿hablan de una historia personal? ¿Cuál sería el diagnóstico actual? Considerando que en estas nuevas canciones no se observan elementos hospitalarios, ¿podemos decir que le dieron el alta?
Cuando hicimos el primer disco, atravesaba una situación delicada con un familiar y recuerdo escuchar entre las sirenas de la ambulancia una melodía que memoricé y escribí como pude. Es la última canción del disco y terminó redondeando un concepto digamos… hospitalario. En esa época, con mis amigos, solíamos divertirnos y llamar a nuestra sala de ensayo como “El hospital”, porque era ahí donde se curaba cualquier mal que estuviera sucediendo; la música exorcizaba la pena, el dolor o la locura. “Un rato de medicina y todo pasa”, decíamos mientras conectábamos las guitarras y fumábamos algo. ¡Sigo pensando lo mismo! La música sigue siendo el modo que tengo para desenrollar el ovillo, liberar mi locura y mantenerme de este lado del muro.
En las letras no se filtran ideas sociales, políticas, contextuales; por momentos parecen atemporales y desterritorializadas, como si todo el mundo de MPM girara en torno a un mundo hermético. ¿Esta es la operación mental de la banda?
Yo creo que me acerqué a la música y a la escritura en los ’90, cuando estaba repleto de compañeros con los que compartíamos salas de ensayos o escenarios de fiestas estudiantiles que escribían con el diario en la mano, repetían los mismos slogans, las mismas temáticas. Tenían una canción para cada causa. Generé una suerte de anticuerpos contra eso. Escuchaba Sonic Youth y descubría el surrealismo, mientras cruzaba el conurbano para ver a mis bandas favoritas en Cemento. Ahí empecé con los primeros versos y me imagino que cierta tendencia a la encriptación se mantiene. Pero ¡todo verso es político! La voz del viento rebelde que transformaba las sombras en campos verdes, está en nuestro último disco.
Hace un ratito hablabas de proyectos personales, ¿nos podes contar, cuál es la propuesta musical de Los mundos posibles y si ese sería tu costado más pop?
Como te contaba, después de ETDLP y de girar bastante, estuvimos recorriendo el país tocando como banda de Rosario Bléfari y nos dimos unas vacaciones que aproveché para darle rienda suelta a la grabación de un proyecto más intimista y de canciones suaves, que terminó desembocando en Los mundos posibles. Tenía unas canciones que apuntaban en una dirección, y quería concretar la fantasía del disco crooner al piano, alla Closing Time de Tom Waits; con el tiempo (por suerte) fue mutando el proyecto y floreció cuando apareció la palabra y la voz de Rosario. Nos propusimos tocar enérgicos pero suave, olvidándonos del ruido y entregándonos al entretejido vocal que conformamos, armamos una banda soñada, con integrantes que admiramos, y se potenció el grupo. Volvemos a presentarnos el 3 de noviembre en La Tangente.
¿Cómo ven la industria musical actual?
¿Qué es eso?
¿Qué estás escuchando actualmente?
Hoy escuché Born to Run de Bruce Springsteen. Tuve mis últimas semanas de locura y de escuchar en repeat Bob Dylan de Bob Dylan. El último de The Last Shadow Puppets me encanta, el último de Black Rebel Motorcycle Club, uno de Foxygen (algo así como “somos los embajadores del siglo 21”) y suelo escuchar Ramones con mi hijo, y Nick Cave cada vez que puedo.
¿Qué relación tienen con Spotify y esas multiplataformas? ¿Las disfrutan o las padecen?
En mi caso, la disfruto.
Pensando en la situación actual, ¿creen que la paz logrará triunfar alguna vez?
Difícil imaginar un futuro brillante y de paz con los cínicos, millonarios e insensibles que están a cargo del poder en Argentina, oscilo entre la esperanza y la decepción, temo que no podamos saltar el cerco comunicacional, ni vencer sus estrategias de marketing. Tendremos que luchar, ser empáticos y abrazar a los que vale la pena abrazar.
Si MPM fuera un libro de la historia de la literatura, ¿cuál sería?
Yo estoy vivo y ustedes están muertos, la biografía de Phillip Dick por Emmanuel Carrére. Solo porque la acabo de leer y ¡es increíble!
¿Qué podemos esperar del show que van a dar el 8 de julio?
Vamos a hacer un show largo, repasando todos los discos. Tenemos algunas sorpresas, como temas del primer disco que hace rato no tocamos. Estamos en un momento muy lindo del grupo, y en los ensayos salimos volando. ¡Estoy seguro de que va a ser un gran festejo!
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Mi pequeña muerte se presenta hoy, domingo 8 de julio, en La Tangente (Honduras 5319, CABA). Más información.