Un 15 de febrero del año 2000, un día después de San Valentín cuando todas las flores de los enamorados empezaron a marchitarse, salió Bloodflowers, el undécimo disco de The Cure. Se trata de uno de los trabajos más tristes de la melancólica trayectoria de la banda inglesa liderada por Robert Smith. Alrededor de esa época apareció el rumor de que sería el réquiem de The Cure, y Smith incluso confesó que podía ser el último disco de la banda en ese momento, pero su gira de presentación les devolvió la vitalidad. Es un disco que expresa el lado más oscuro y afligido con heridas que no cesan de sangrar a pesar del paso del tiempo. Ahora sabemos que no fue el disco de despedida de The Cure, pero sí fue un intento de despedida, un decir adiós en el ocaso.
Robert Smith eligió a Bloodflowers como el cierre de la trilogía que empezó con Pornography (1982) y siguió con Disintegration (1989). A pesar del material que la banda sacó entre estos discos, esta unión fue llamada por los fans llamaron “la trilogía siniestra”. La banda se juntaría para interpretar los tres discos en vivo y en orden cronológico en el Estadio Tempodrom de Berlín, cuyo álbum doble fue publicado en junio del 2003. En una primera escucha, no parece que Bloodflowers tenga mucho que ver con los otros dos discos de la trilogía. Pero sus canciones son un viaje profundo a las entrañas y condolencias del grupo de rock gótico.
Bloodflowers presenta a un Robert Smith abatido por la reflexión existencialista. “The Last of Summer” fue escrita cuando el cantante acababa de cumplir 40 años y se vio ensimismado al abismo de la vejez. Empezando el otoño nostálgico de su cuarta década de vida, Smith formuló sus emociones en una de las piezas más escalofriantes del disco. Las metáforas siempre fueron de profunda devoción para la pluma de Smith, y “el último día del verano” trata a cada década como si fuese una estación del año. Otro momento en el que Smith deja su corazón es en la nostálgica “There Is No If”. Su poética singular se enaltece también en “Where the Birds Always Sing”, y la que cierra el disco y lleva su mismo nombre, “Bloodflowers”, para cerrar con el ánimo bien abajo y entregar una final desgarrador.
Pero la melancolía no es solo una cuestión lírica en Bloodflowers, un disco que cuenta con largos pasajes instrumentales en sus composiciones. La canción inicial del disco, “Out of this World”, comienza con una larga introducción de un poco más de dos minutos, donde empiezan a incorporarse instrumento por instrumento, el sonido estrambótico de la batería, la guitarra criolla, y el punteo afligido del teclado, haciendo hincapié en la dolorosa promesa rota que canta Smith. En la poderosa “39” se escucha una línea de bajo prepotente, unos llantos agudos de guitarra, y unos sintetizadores, que crean un clima tormentoso. “The Loudest Sound”, con su introducción sombría, determina otro de los momentos más ensoñadores de Bloodflowers.
El disco fue publicado sin singles ni videoclips, como si hubieran querido vomitar todo el dolor de una vez para mayor impacto. Aún así, Bloodflowers llegó a conseguir muy buenos elogios por parte de la crítica y sus oyentes. “Maybe Somedays” es recordado como uno de los himnos solemnes de la banda y en su momento sonaba en varias radios que celebraban el regreso de la banda a sus raíces. El disco incluso fue nominado a los premios Grammys como Mejor álbum de música alternativa, aunque no resultó ganador.
Pasaron 20 años desde que Bloodflowers salió y hoy conserva la misma atmósfera, como si la angustia que generó el planeta en estas dos décadas no hubiera podido apaciguar el dolor que irradian sus canciones. Después de todo, la pena siempre se siente contemporánea. Bloodflowers advirtió un final, pero sin embargo abrió una nueva puerta por la que le siguieron dos discos de estudio más: The Cure (2004) y 4:13 Dream (2008), y un tan esperado disco que saldrá este 2020.