Pasaron 40 años desde que Talking Heads sacaron a la luz su tercer trabajo discográfico de larga duración el 3 de agosto de 1979. Fear of Music fue un disco que ayudó a develar las adivinanzas de la banda new wave neoyorkina que encantaba a su público pero pocos entendían. Es que en realidad, la idea más difícil de entender era aceptar que no hay mucho por entender, y sin embargo había un trasfondo conceptual detrás de todo lo que hacían. Si en sus discos anteriores Talking Heads: 77 (1977) y More Songs About Buildings and Food (1978) habían comenzado una trayectoria lenta pero estable, Fear of Music encuentra al grupo en su momento cumbre de experimentación, dispuestos a comerse por completo cada rebanada de racionalidad en su música.
Para empezar, Talking Heads siempre fue un grupo difícil de clasificar. Más bien, es preferible, como una ley dadaísta, ubicarlo en una mesa de disección y descubrir que el género es algo que se difuminaba en el resto. En su primer disco el concepto de la banda todavía era muy prematuro, recién se estaba consolidando el punk con discos como Never Mind The Bollocks de Sex Pistols y Talking Heads daba sus primeros pasos como teloneros de los Ramones. Pero en esa pequeña brecha que existe entre fines de 1977 y mediados de 1979, la cosmovisión sobre la música (y el arte en general) cambió por completo. El new wave y el post punk son términos que reflejan un diálogo que cruzaba nuevos estilos. Eso explica por qué al centrarse en un género tan delimitado pudieron explorar distintos estilos, sin encajar perfectamente en ninguno. Talking Heads fue una banda innovadora que nació para romper todas las estructuras que se le atravesaron en su trayectoria.
Talking Heads se comunica a través de collages, con texturas yuxtapuestas, tonalidades ensimismadas unas a otras y combinaciones de sonidos de distintos colores. Desde el pie inicial de “I Zimbra,” con una reminiscencia ancestral africana y fuertes descargas futuristas, la banda recrea una selva donde la paranoia moderna se celebra como un ritual. La repetición es la inventiva de una construcción de capas y capas de armonías entre loops y coros. Es un inicio festivo, funky y conguero para un disco que disfruta la locura como un cielo estrellado, un trabajo que ve una oportunidad en los fragmentos separados de una realidad sin sentido alguno. “I Zimbra” invita a una danza pirómana frente a un fuego que recién provoca sus primeros chispazos.
La fascinación por las texturas es recurrente a lo largo del disco, empezando por su arte de tapa. En su sonido, Talking Heads usaba riffs de guitarras como si fuesen una especie de torbellino detenido en el tiempo. Esta premisa de acumulación también se demostraba en sus presentaciones en vivo. David Byrne era un frontman muy particular que combina la idea de un rockstar, un dramaturgo y un científico loco. Ha encarnado a distintos personajes sobre el escenario, con vestimentas extravagantes y destellos actorales que le permitían muecas disparatadas y trabalenguas vocales que le daban otro tinte a la interpretación. Talking Heads siempre priorizó el aspecto performático de sus shows, contagiados por la ambición de toda una generación adicta a las imágenes del universo cinematográfico y el establishment publicitario.
“Mind” es una de las mejores canciones del disco, es vertiginosa y extraña, con sonidos metálicos y espaciales. Byrne demuestra cómo puede perder la cabeza y hacer de sus canciones un flujo de la catarsis con coros desalineados y dramáticos, un bajo punzante y riffs entrelazados. “Cities” es otra llamada al caos, con una sirenas que se oyen entonando peligro a lo lejos, y gruñidos y jadeos que Byrne incorpora a su pronunciación y los explota en el esquizofrénico bonus track “Dancing for Money,” con una impronta puesta de lleno en la experimentación. En la producción de las voces hay juegos psicóticos de paralelismos y alternancia de la mano de Brian Eno, quien ofició de productor y dinamitó las melodías de la banda. Obsesionados con una forma rebelde y freak de desarmar las estructuras, Talking Heads siempre trató su música como una forma de transmitir el mensaje inconexo de la realidad.
Fear of Music está compuesto por distintos ritmos que van desde el funk de “Animals,” al rock clásico de “Life During Wartime,” baladas emotivas como “Heaven” y otras composiciones más curiosas y extrañas como “Air” o “Memories Can’t Wait.” A partir de este disco, Talking Heads no se limitaría a un solo género musical, y entraría en una búsqueda de sensaciones que no confrontaban el entendimiento sino la percepción de un juego dadaísta de formas y colores. Talking Heads tendrá su lugar en la historia por la renovación de sonidos y el atrevimiento a saltar por todo tipo de abismos en una trayectoria que duró hasta 1991. La banda conformada por David Byrne, Jerry Harrison, Tina Weymouth y Chris Frantz creó uno de sus mejores discos cuatro décadas atrás, y hoy sigue siendo motivo de celebración al poner play y dejarse asombrar por un sonido que parece siempre actual.
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Foto principal: Norman Seeff.