El inicio del nuevo milenio marcó un antes y un después en la trayectoria artística de Björk. La cantante islandesa venía de sacar tres discos solistas que la consolidaron como una de las personalidades más relevantes de la década de los 90. Debut (1993), Post (1995) y Homogenic (1997) evidenciaron su radical ingenio vanguardista e introdujeron al mundo su pop desmesurado y enigmático. La artista decidió seguir este hito con un proyecto que se convertiría en el más sórdido y traumático de su carrera, la película danesa Dancer in the Dark (2000), en donde tuvo que encarnar física y emocionalmente a la protagonista Selma Ježková. Además de ser la actriz estelar, Björk se encargó del soundtrack titulado Selmasongs, un disco que revela la dualidad existencial que dejó este proyecto en la artista.
Al comienzo del proyecto, Björk solo se iba a encargar de la banda sonora del film, habiendo quedado encantada con el guion. Pero el director Lars Von Trier, fascinado con su canción “It’s Oh So Quiet”, se empecinó con la idea de que ella era ideal para el papel principal. Björk primero rechazó la oferta, pero Von Trier no le dio mucha opción y amenazó con abandonar el proyecto si ella no aceptaba. Sumergida en el hechizo de Selma, la islandesa dio el brazo a torcer no solo porque la suspensión del proyecto implicaría tiempo perdido, sino porque Dancer in the Dark era su oportunidad de hacer realidad su deseo de realizar un musical.
Para esa época, Von Trier ya era un director consagrado en Europa y reconocido por su interés en causar incomodidad a través de sus películas. Formaba parte del Dogma 95, un movimiento cinematográfico con sede en Dinamarca que se oponía a los grandes estudios estadounidenses y buscaba una estética de un cine más puro despojado de todo tipo de artificios. Su película Idioterne (1998) fue su carta de presentación en esta nueva ola de películas que incluso tenían un manifiesto en donde sentenciaban sus reglas.
Dancer in the Dark, si bien sigue varias de estas reglas, no encuadra del todo como una película del Dogma 95 porque se trata de una película de género e incluye saltos temporales (según el movimiento, las películas debían mantenerse en el “aquí y ahora”). Aún así, Dancer in the Dark cierra la trilogía del director titulada Corazón dorado que había comenzado con Breaking the Waves (1996) e Idioterne, ya que las tres películas comparten una misma austeridad estética en pos de enfatizar la falta de humanidad en sus personajes.
Dancer in the Dark cuenta la historia de una inmigrante checa que trabaja arduamente en una fábrica metalúrgica de los Estados Unidos. Pero Selma empieza a quedarse ciega, su trabajo empieza a ser afectado por su deterioro de visión, pero ella resiste con tal de juntar el dinero que le permita pagar la operación de su pequeño hijo que padece la misma enfermedad. Este infortunio está enmarcado en un musical que se aleja de la convención hollywoodense de una maquinaria de representación de la beatitud. Dancer in the Dark es cruda e infeliz y se sirve del género como vía de escape de una realidad penosa y desgastante. Las escenas musicales son ensoñaciones de la protagonista en las que fantasea con ver un mundo resplandeciente, pero la realidad es otra y es dura. La vida de Selma está marcada por la tragedia, pero ella mantiene una inocencia bondadosa hasta que su vida se convierte en un infierno y es empujada a atravesar sus límites.
Björk siempre fue capaz de hacer dialogar una amplia gama de sonidos que van desde la música clásica a la electrónica experimental y desde la sensibilidad acústica al éxtasis digital. En este conjunto de elementos, la artista islandesa encuentra una sintonía mística en común.
Selmasongs canaliza texturas frías y elementos de la música industrial para reflejar los paisajes desolados y precarios del film. Lejos del imaginario cosmológico que caracteriza su lenguaje, Björk absorbe la estridencia del engranaje de las máquinas industriales y provee a su música de los objetos cotidianos de la opresión del proletariado. Para la producción del álbum, Björk contó con la compañía del productor Mark Bell, quien ya la había acompañado en su disco anterior, Homogenic. Juntos lograron crear atmósferas que a la vez generan una sensación asfixiante, conduciéndonos a una percepción de la materialidad manufacturada como concepto central del capitalismo moderno.
Selmasongs es un disco corto pero deslumbrante, que nos pasea por un ambiente onírico desde su inicio con el instrumental “Overture” hasta el final con la delirante “107 Steps” y el cierre orquestal de “New World”. No aparecen las voces que participaron en la película, salvo en la segunda canción del disco, “Cvalda”, en donde escuchamos a la actriz francesa Catherine Denueve sobre una instrumentación mimetizada con los ruidos de una producción fabril.
En “I’ve Seen It All”, uno de los momentos más fuertes del disco, la voz del actor Peter Stormare es reemplaza por la de Thom Yorke, una de las colaboraciones más brillantes que acarreó el cambio de siglo. Es una canción con una potencia afectiva escalofriante que combina ambas voces en un clima enrarecido con un sentimiento nostálgico impregnado en el traqueteo constante del tren. En 2015, Björk volvería a acudir al líder de Radiohead para una nueva canción titulada “Náttúra”, tomando el nombre de una organización medioambiental islandesa.
“I’ve Seen All” tuvo una gran repercusión y fue nominada a los premios Oscars como “Mejor canción original”. Perdió contra “Things Have Changed” de Bob Dylan, pero Björk se presentó en la gala para interpretar la melancólica canción. Fue una presentación sorpresiva ya que, luego de haber ganado la Palma de Oro del Festival de Cannes y el premio a “Mejor actriz”, se había rehusado a acudir a cualquier tipo de eventos que la relacionen a su trabajo en Dancer in the Dark. A pesar de su desprecio a Von Trier, Björk mantenía un amor profundo por la canción de Selma y esa invitación a la alfombra roja de Hollywood era un reconocimiento que le pertenecía solo a ella. Con su carisma habitual y su elegancia estrafalaria, Björk dio mucho que hablar por semanas a la prensa con su vestido de cisne.
La relación turbulenta entre Björk y Von Trier ya era conocida por todo el ambiente cinematográfico antes de que la película se estrenara. Dancer in the Dark expone una experiencia desgraciada tanto en la ficción como en la realidad, ya que el largo proceso de filmación fue una tortura insoportable de la que varias veces Björk tuvo que abandonar el rodaje, desapareciendo incluso por días, luego de sufrir los maltratos de Von Trier. La tensión entre las dos celebridades culminó con lágrimas y escupitajos de por medio. Por su parte, Björk no calló jamás las reiteradas situaciones de abuso por parte del cineasta danés y esto le valió su distanciamiento total de la actuación por varios años.
Afortunadamente, hace poco se hizo eco la excelente noticia de que volvería al cine para actuar en The Northman, la próxima película del prometedor director Robert Eggers. Antes de Dancer in the Dark, Björk había trabajado en una película más pequeña titulada The Juniper Tree (1990), que habrá llamado la atención del director de The VVitch (2015) y The Lighthouse (2019) por la semejanza de sus universos ficticios. Pero el papel de Selma será por siempre la verdadera reliquia interpretativa por la que se la recuerda a la artista islandesa en el séptimo arte, tanto por su estrepitoso desarrollo y como por su resultado desgarrador.