Para comprender la explosión del rock argentino a mediados de los años 60, es necesario adentrarse en la situación social, económica y cultural que lo precedió. Esto es, la inmigración heterogénea que componía la sociedad, el ascenso económico continuo desde los años 40 que dio origen a una fuerte clase media y obrera y el golpe militar de 1955, pero también el furor por el rockero estadounidense Bill Haley y la invasión uruguaya-británica de mediados de los 60 que dieron paso a “La balsa” de Los Gatos, el primer hit del rock nacional en castellano.
Con la llegada de la llamada “revolución libertadora” -que como todo proyecto militar o político argentino que llevan las palabras “revolución” y “libertad” implicó un cercenamiento de los derechos laborales-, culminó en nuestro país un proceso de avance de casi 70 años. Como explica Juan Ignacio Provéndola en su libro Rockpolitik, para la mitad del siglo XX gran parte del país se había urbanizado y estaba compuesto por una enorme clase media y una extensa clase obrera industrial inédita entre los países tercermundistas de aquel entonces.
El tango dominaba el espectro musical, hasta que el 12 de diciembre de 1956 se estrena la película de Bill Haley, Rock Around the Clock, causando furor en la juventud argentina, en especial en Buenos Aires y Mendoza. Jóvenes de ambas ciudades se juntaban a bailar rock and roll en las calles hasta las cuatro de la madrugada. En Buenos Aires copaban el Obelisco, mientras que en Mendoza danzaban rock en el monumento al General San Martín.
Esto provocó que numerosos programas radiales comiencen a pasar rock and roll en su programación. Así surge Melodías de Rock conducido por César Lazaga por Radio Mitre que difundió a Little Richard, Eddie Cochran, The Platters y Paul Anka. También los programas Rock and Belfast conducido por Jorge Beilliard y la Revista Dislocada conducido por Délfor Dicásolo, emitieron rock estadounidense. Este último, de hecho fue responsable del primer tema argentino del género titulado “Rock con leche“, compuesto por Dicásolo junto a Santos Lipesker y Aldo Cammarota y publicado en 1956. El propio Dicásolo canta en la canción, y la futura sensación de rock and roll argentino Eddie Pequenino cantó una pequeña parte en inglés.
Eddie Pequenino se convertiría en un pionero del rock and roll en Argentina, liderado la agrupación Mr. Roll y sus Rocks. Fanático acérrimo de Bill Haley, Pequenino imitaba sus movimientos y gestualidad, y fue el primero en grabar varias canciones del género en el país, entre las que se encuentran “See You Later, Aligator”, “Mambo Rock”, “I Cry More” y “Shake, Rattle and Roll”. Su versión de la canción de Haley titulada “Don’t Knock the Rock” vendió en Argentina más copias que el propio Haley, como cuenta Daniel Colao en sus notas para la revista RockSuperstar.
Otro de los primeros rockeros argentinos fue Luis Aguilé. Su álbum Luis Aguilé Vol. 3, publicado cuando ya se había radicado en España, contiene clásicos del rock iberoamericano como “Cuando salí de Cuba” y “Dile“, esta última muy difundida en el mercado norteamericano e interpretada por Vonda Shepard con el título “Tell Him“. Un tema clave para comprender la importancia de su obra es “La balanza“, publicado en 1960.
Luego del estreno de la segunda película de Bill Haley titulada Don’t Knock the Rock, estrenada durante el verano de 1957 en el país bajo el título Celos y revuelos al ritmo del rock, el 29 de agosto de ese mismo año se estrena la película argentina Venga a Bailar el rock dirigida por Carlos Stevani. Esta última resultó ser un rotundo éxito que acrecentó la popularidad del género en el país, además de ser el primer film popular de rock de Latinoamérica. La canción que llevaba el mismo título que la película, compuesta por Éber Lobato e interpretada por él mismo y Alberto Anchart, sería otra de las canciones pioneras del género en nuestro país.
Ese mismo año, la cultura juvenil argentina se veía sacudida por la aparición de Los Cinco Latinos, una banda pionera en cantar en español emulando a los norteamericanos The Platters. Liderados por Estela Raval y su esposo el trompetista Ricardo Romero, publicaron su primer disco en 1958, titulado Maravilloso, maravilloso que tuvo hits como “Amor joven”, “Abran las ventanas” y “Recordándote“. La banda realizaría conciertos en todo el mundo hasta llegar a tocar en el show de Ed Sullivan, y lograron compartir escenario con sus idolatrados The Platters.
1958 sería un año clave para el rock and roll argentino. Al contrario de lo que pasó en Estados Unidos, la figura de Bill Haley no se diluyó con la explosión de Elvis Presley. De hecho, las dos primeras películas de Elvis pasaron desapercibidas hasta que ese mismo año se estrena Loving You. A partir de esa película Elvis tendría una profunda influencia estética en los jóvenes rockeros argentinos, ya sea desde el uso de las camperas de cuero, los peinados o el hábito de mascar chicle. Bill Haley finalmente llegó a la Argentina en mayo de ese año. Esperado con ansias y por multitudes en el aeropuerto, desató un furor total en sus dos presentaciones en las que fue telonero el trompetista Nicanor Carballo junto a su orquesta, como recuerda también Juan Provéndola en Rockpolitik.
El primer “rocker” argentino
El primer rockero argentino sería Billy Cafaro, que con su éxitoso single “Pity, Pity” y el impulso de Radio El Mundo, lograría vender 300.000 copias en 1958 (como referencia, “La balsa” de Los Gatos vendió 250.000 copias). Cafaro produjo el primer fanatismo de rockmanía dentro de Argentina, teniendo que volar en helicóptero hasta el Obelisco para poder entrar a los estudios de Radio Nacional por la horda de seguidores que esperaban su llegada.
La canción se trataba de un cover del cantante y actor canadiense Paul Anka, pero el verdadero auge de Cafaro llegaría poco tiempo después con otro cover en castellano, esta vez de la canción italiana “Kriminal tango”. Este lanzamiento lo llevó a ser asediado y repudiado por los tangueros, que estaban fuertemente enfrentados contra el rock y su cultura juvenil, y terminó por emigrar del país.
A partir de los años 60, dos elementos serían esenciales para la popularización de la nueva cultura juvenil y el rock: El Club del Clan y el Instituto Di Tella.
El Club del Clan surge por iniciativa del empresario ecuatoriano Ricardo Mejìa, que quería crear algo nuevo para los jóvenes viendo cómo había decaído la popularidad del tango y el folclore. A cargo de la gerencia de RCA Victor, creó primero “La Cantina de la Guardia Nueva”, y luego “El Club del Clan”. Este último reunía a personajes tan diversos como Palito Ortega que hacía de muchacho humilde, Lalo Fransen evocando a un joven de Barrio Norte, y a “Chico” Novarro y Raúl Lavié que asemejaban a chicos de clase media.
Comenzando con el rock and roll de figuras como Johnny Tedesco o cantautoras de la talla de Violeta Rivas, el programa fue lentamente enfocándose hacia una música pasatista. La clave de su éxito fue su universo conceptual multitarget y su lenguaje jovial, que entraba en sintonía con la nueva cultura juvenil argentina que se había iniciado varios años atrás con la llegada del rock and roll.
Esta juventud ya no encontraba ídolos en los adultos, sino en figuras jóvenes, con un nuevo universo de sentidos, estéticas y vivencias. Por eso, si bien El Club del Clan no podría tildarse de contracultural -como en cambio sucedería con el Instituto Di Tella y más tarde con el inicio del rock nacional moderno de artistas como The Beatniks o Los Gatos-, sí hizo un aporte a la hora de renovar cierta mirada artística a nivel nacional, incluso en lugares distantes de la Capital que estaban dominados por el folclore y el tango.
Por su parte, en 1963 el Instituto Di Tella creó su Centro de Artes Visuales dirigido por Jorge Romero Brest, e invitó a Marta Minujín a que realice sus performances y despliegues escénicos que ya había realizado por Europa. Con “La Menesunda“, el público entró en contacto con las artes visuales y la nueva música que Minujín traía de sus estadías por Estados Unidos y Europa.
Tiempo más tarde, artistas como Manal y Almendra tocarían en las performances de Minujín, y también sería el lugar en donde se formaría Roberto Jacoby, futuro letrista de Virus en los años 80. La devoción hacia la experimentación y el desarrollo de nuevas formas culturales conectadas con las tendencias internacionales lograron transformar al oyente clásico del rock argentino. Como explica Cristina Civale en Las mil y una noches, este público comenzaría a dejar de ver en el rock una cuestión meramente musical para agregarle un elemento filosófico y espiritual.
Sandro y la invasión británica-uruguaya
A comienzos de los 60, la compañía RCA Victor contaba con un gran poderío sobre la industria musical, al tener en su catálogo a todos los artistas de El Club del Clan. Es por eso que su competidora CBS, que solo poseía a Billy Cafaro y ya estaba exiliado, comenzó una búsqueda de nuevos talentos que culminó en 1963 con la contratación de Roberto Sánchez y su inefable seudónimo, Sandro.
La figura de Sandro responde a una filosofía enérgica del movimiento, que nada tiene que ver con la melancolía que se cernía sobre la juventud de la posguerra ni sobre el blues norteamericano. Su performance estaba influenciada por el primer Elvis, plena de intensidad y sensualidad. Al venir del Conurbano, Sandro y los de Fuego comenzaron a aparecer en el circuito de bares y boliches de la provincia de Buenos Aires, antes de foguearse masivamente con apariciones televisivas.
En 1964, Sandro y los de Fuego graban su primer álbum, en donde destacan canciones como “Te conseguiré” y el cover de The Beatles, “Anochecer de un día agitado”. Además de ser sumamente exitoso, este disco -junto con la película Convención de vagabundos– fue clave para la transformación del rock hacia formas más radicales de expresión que se consolidarían algunos años más tarde de la mano de Moris y Lito Nebbia.
Como ya estaba sucediendo en otros puntos de América Latina, la cuestión del idioma, las traducciones y la incomprensión general de las letras apareció desde un primer momento en el rock and roll en Argentina. Para mucha gente, lo habitual era comprender el sentido de las canciones en inglés por unos pocos indicios, como el título en español, y cantarlas de manera puramente fonética.
Por un lado, empezaron a traducirse al español los títulos de las canciones y los nombres de las bandas norteamericanas, y luego seguirán las mismas letras. Pero por otro lado, los músicos y bandas locales adoptan nombres ingleses y a veces tergiversaron el significado original de las canciones en inglés, como pasaría con el éxito “Pity, Pity” interpretado por Billy Cafaro, para quien Virgilio Expósito decidió no usar la traducción del título (que significa “Piedad, piedad”) con la intención de que pareciera un nombre de mujer.
En paralelo a la explosión de Sandro, 1964 representó la invasión de la Beatlemanía a nivel mundial. Con ella, llegaría un nuevo estilo de música originada por la clase obrera inglesa que iba a revolucionar al rock hacia otros horizontes. Curiosamente, mientras la incipiente bohemia argentina de pelos largos aún naufragaba entre los bares del bajo Belgrano o La Galería del Este hacia La Cueva o el Bar la Perla de Once, sucede la invasión de la agrupación uruguaya The Shakers.
La banda contaba con un nivel de producción inusitadamente moderno para la época e, imitando a The Beatles en A Hard Day’s Night, su éxito de 1965 titulado “Rompan todo (Break It All)” se asociaría al comienzo del rock moderno a nivel mundial. Los Shakers comenzaron a presentarse en vivo en muchos programas de televisión de Argentina y del extranjero, pero debido a su decisión de no desarrollar las letras de sus canciones en castellano, su popularidad decayó en unos años. Un grupo nacional que tomó la influencia de los uruguayos fueron The Seasons , integrado por Carlos Mellino y Alejandro Medina, futuros fundadores de Alma y Vida y Manal.
De náufragos y vagabundos a la masividad de “La balsa”
Mientras programas como Ritmo y Juventud o El Club del Clan alzaban la bandera del pop alegre y romántico, en Buenos Aires se estaba cocinando una escena underground. Una corriente de jóvenes músicos se reunían en Plaza Francia y pasaban todo el día caminando la ciudad. Músicos como Moris, Pajarito Zaguri, Javier Martínez, Miguel Abuelo, Tanguito, Lito Nebbia y Ciro Fogliatta se reunían a zapar y charlar sobre el estado actual del mundo. El clima político de Argentina se estaba caldeando y el nivel de politización entre los jóvenes iba creciendo, sumado a la necesidad de comenzar a expresar una música nueva compuesta en castellano.
De la comunión de Lito Nebbia y Ciro Fogliatta surgió Los Gatos Salvajes. Con canciones como “Harás lo que te pida”, “Como yo vivo” o “Dónde vas”, componen un sonido moderno y auténtico que tomaba elementos del “Beat” anglosajón. El ejemplo máximo -como explica Civale en Las mil y una noches– es la reversión en castellano que hicieron de “Under the Boardwalk” de The Drifters titulada “Bajo la rambla”.
Tanguito también fue un personaje clave dentro del movimiento. Su primera banda, Los Dukes, grabó su disco en 1963 con canciones como “Decí por qué no querés” y “Mi pancha“. También de sus trasnoches con Litto Nebbia coescribió “La balsa”, el futuro primer masivo éxito del rock argentino. Sin embargo, debido a sus adicciones, su debut discográfico solista se retrasó hasta 1968 cuando publicó “La princesa dorada” y “El hombre restante“, sin mucho éxito.
En 1966, con la llegada de la dictadura de Onganía, las cosas se pusieron ásperas para la escena artística en Argentina. Desde las razzias que hacían en diferentes lugares que servían de hospedaje para la bohemia creativa -la más recordada es “La noche de los bastones largos” en la Facultad de Ciencias Exactas-, hasta llegar a detener a todo hombre con pelo largo y toda mujer con minifalda por considerarlos una ofensa a la buena moral.
La dictadura fue mostrando sus dientes y desangrando el underground. Producto de este contexto surge The Beatniks, agrupación liderada por Moris y en la que participaba Javier Martinez como sesionista. Con una actitud rockera y contracultural grabaron para lo que para muchos es el primer tema del rock argentino: “Rebelde”. Se trataba de un pequeño retrato ilustrado de los tiempos violentos que sacudían a la Argentina, donde si bien la clase media y obrera era la mejor paga de todo Latinoamérica, la vida cotidiana se tornaba complicada y caótica para quienes tenían ideas diferentes de cambio social y cultural para el país.
Para promocionar la canción, tuvieron la original idea de pasearse por la ciudad de Buenos Aires, tocando sobre un camión (algo que The Rolling Stones también haría durante los 70), pero solo consiguieron vender 200 copias de su disco. Los Beatniks se separaron un año después, dando paso a la futura carrera de Moris como solista y al surgimiento de Manal, liderada por Javier Martínez.
En 1967, una banda lograría capturar el zeitgeist de la época, con una facilidad para modular la visión de lo que vendría más tarde y dejar todo pasado atrás. Esta banda fue Los Gatos Salvajes, que redujeron su nombre a simplemente Los Gatos. Desde un comienzo, contaron con el apoyo de Sandro, quien con el dinero ganado de sus shows alquiló la mitológica La Cueva, refaccionó el lugar y los contrató como grupo permanente.
La agrupación fue encontrando un lenguaje moderno y popular para la época, que equilibraba las melodías de la Nueva Guardia con la vanguardia de Moris y Tanguito. Así, en una noche de “naufragio” en los baños de La Perla de Once, Litto comenzó a elaborar una melodía que Tanguito comenzó a cantar: “Estoy muy solo y triste, en este mundo de mierda”. En instantes, Nebbia lo corrigió cantando “Estoy muy solo y triste acá, en este mundo abandonado”. Así, el 3 de julio de 1967, se publicó el primer single de Los Gatos. “La balsa” – con “Ayer nomás” como lado B- se convirtió en un éxito masivo e inició la hora cero en la historia del rock argentino.
La generación rockera de los 50 y 60 debió luchar contra una sociedad formada en gustos fuertemente enraizados como el folclore y el tango. Sumado a esto, el duro clima de inestabilidad política de las dictaduras les dio una épica poética que continuaría en el tiempo hasta la llegada final de la democracia en 1983, donde devino el pop moderno de Virus y otros.
Su obra es la de un legado modernista y romanticista, que encarnaba un posible futuro mejor pese a las penurias del presente, producto de la revolución cultural y sexual que transitaban los jóvenes por ese entonces, donde pugnaban nuevas costumbres y experiencias sociales en un viejo mundo adulto de posguerra. De este modo, hasta comienzos del siglo XXI el rock se transformaría en espejo de rebeldía, expresión y arte para la juventud argentina.