Los Bad Seeds nunca tuvieron una dirección a la cual apuntar. Eso dicen en el documental Straight To You de 1994, dirigido por Nanni Jacobson. Sin embargo, sí se regían bajo ciertos aspectos estilísticos que unificaban su obra entera, y ahí hay una vértebra sobre la cual erguirse. Algo gótica, elegante, humana y religiosa. Claro que “humana” engloba un sinfín de temáticas como lo pueden ser el amor, la muerte, la violencia, la ternura y el humor, aspectos que se hilvanan a lo largo de la carrera de la banda australiana.
Con poco más de cuatro décadas en el circuito musical y 17 discos grabados hasta la fecha, Nick Cave and The Bad Seeds se ha consolidado como uno de los proyectos -sino el más- interesante de la actualidad. Se supieron adaptar, dejando de ser esos hombres oscuros que siempre llevaban trajes en apariciones públicas y videoclips, para dejando atrás- aunque no del todo- la actitud punkie y de desprecio, y convertirse en un grupo de compositores serios con prestigio mundial. Esto lo lograron afinando su técnica, sabiendo rellenar los espacios, seduciendo a nuevos adeptos, logrando un sello reconocible a la distancia y destrozando el techo que parecía les habían construido.
Es preciso destacar una observación que puede ejemplificarse en un sinfín de artistas que aparecieron entre la década del ochenta y los noventa, y es que muchos de ellos a día de hoy se mantienen gracias sus anteriores trabajos: descansan en sus laureles. Nadie escucha lo más reciente de Iggy Pop, con el respeto que se merece. En esa línea, el caso de Cave y los Bad Seeds es extraordinario, casi que único.
En 2016 publicaron uno de sus mejores discos, Skeleton Tree, un LP sobre el luto y la muerte del hijo de Cave, Arthur. En él, el cantautor declara que el odio dejó de ser algo interesante. Encontramos divergencias en su estilo lírico e incluso en la inflexión oscura de su voz. Se trata de un disco austero, cargado de emoción amotinada, como si un corazón desnudo lo hubiese ideado. Emoción que choca con una producción electrónica, fría y distante, y que despliega unos coros enternecedores que causaría la envidia incluso de Radiohead. Estos dos aspectos colisionan y se amalgaman con tanta lucidez que solo podría ser obra de un grupo de brillantes artistas portadores de una sensibilidad inalcanzable.
La vida secreta de la canción de amor
“La vida secreta de la canción de amor” fue el título que le dio Cave a la conferencia que dio en Londres en 1999. La charla se puede encontrar en YouTube, y su transcripción está incluida en las primeras páginas del libro Obra lírica completa 1978-2019 publicado por la editorial española Libros del Kultrum en 2022. El libro incluye una versión bilingüe de todas las canciones escritas de Nick Cave, con excepción de los discos y canciones compuestos para películas y series.
Dos años atrás, los Bad Seeds habían publicado The Boatman’s Call que inicia con la balada “Into My Arms“, discutiblemente una de las mejores canciones de amor escritas por el oscuro cantautor. La conferencia comenzó con la escucha colectiva de “West Country Girl“, del mismo disco, canción que Cave describió como la evolución de un tierno y pequeño poema escrito en Australia. Esta composición le sirvió para cimentar los criterios estéticos sobre los cuales quería desarrollarse. Fue escrita originalmente para una muchacha que conoció en su juventud, lo que le sirve a Cave para señalar un elemento necesario que tiene que tener una canción de amor para sobrevivir las fauces del tiempo: ser universal.
Recordemos que 1999 es también el año en el que contrae matrimonio con la que hasta el día de hoy es su esposa, Susie Bick, diseñadora y modelo, fundadora de la empresa de moda -cuyo título no puede describirla mejor- The Vampire’s Wife. Son los años en los que el australiano se bamboleaba en el limbo de la salvación. Una época bisagra en su vida, donde debía decidir si mantenerse aferrado a un cable que lo unía con su vida tóxica o hacer un freno en seco y alejarse de todo para encontrar la inspiración en la sobriedad.
Hoy, como podemos leer en su newsletter The Red Hand Files, Cave realiza críticas exhaustivas sobre las drogas y la veneración por los artistas adictos. Habla de su relación como una completa demencia y advierte que aquel que abrace las sustancias pensando que funcionan como un barco que habilita la navegación en las aguas de la inspiración es un estúpido que no ha experimentado las mieles de la vida. Que no hay vestigios sagrados en el dolor del artista, y que estos no distan de ser los mismos que los de una persona común y corriente, pero que, por alguna razón, las personas que no habitan el territorio creativo terminan siendo demonizadas por su consumo, mientras que los artistas elevan aún más su mito, convirtiéndose en “malditos”, portadores de un corazón demasiado sensible.
Entonces Cave continúa hablando de su canción “People Ain’t No Good“, una declaración imparcial dirigida a una poderosa amante y una posible aislación del resto de la sociedad. Sobre esta canción habla poco, prefiere ahondar en otros temas y declara que sintió terror en estado puro cuando se decidió por exponer sobre este tema. Divaga sobre la juventud y la hipocresía, habla de su padre, un profesor, y de cómo pensaba que odiaría convertirse en él, y ahora se encontraba impartiendo –en cierta medida- una clase para una gran audiencia. La muerte de su padre dejó un gran vacío y procuró llenarlo con palabras. Profundiza acerca del dolor y la evocación de imágenes, la entrega total del alma, ofrecida por un bien superior: la creación artística, el transmutar los sentimientos en algo que sirva para algo, aunque su función sea simplemente la liberación de un nudo ancho y entreverado.
Amor y saudade
“La canción de amor sería, por tanto, la materialización de nuestros vanos esfuerzos por convertirnos en seres divinos, para elevarnos por encima de lo terrenal y de lo banal. La canción de amor es la canción de la tristeza“. Para complementar esta afirmación, Cave se refiere a la expresión portuguesa “saudade”, que se traduce en una especie de anhelo inexplicable. Algo así como una melancolía dulce, una añoranza que no llega a punzar el pecho, que carga un faro luminoso en la oscuridad.
Ya es anecdótica la estancia de Cave en Sao Pablo en los noventa. Canciones como “Foi Na Cruz” son el tatuaje de su estancia allí. La canción de amor debe tener un potencial desorbitante para retratar el dolor, dice luego de referirse a la poética y búsqueda de Federico García Lorca, Bob Dylan y Leonard Cohen, entre otros. Y pasa a enumerar otro ejemplo dentro de su obra: “Sad Waters“, del disco Your Funeral… My Trial de 1986. Allí, entre sus líneas, encontramos un abanico esplendido de referencias sutiles a la Biblia y los aspectos divinos. Cave explica que cuando rondaba los 20 años conoció los salmos de la Biblia, a los cuales describe como canciones de amor “impregnadas de saudade”. Allí fue que encontró aspectos que serían vitales para su posterior desenvolvimiento creativo: la desesperación, el anhelo, la exaltación, la violencia erótica y la brutalidad.
Entonces cita el “Salmo 137”, uno de sus favoritos, y argumenta que en el mundo de la canción pop no encontramos grandes canciones de amor porque ninguna se permite la tristeza. Habla de excepciones como “Better the Devil You Know” de Kylie Minogue, una extraña y desenfrenada canción de electropop que puede llegar a sorprender, pero pero que guarda cierta remembranza a los salmos. Su letra simple logra espabilar los ojos arrugados y se choca con el ritmo upbeat de la instrumental y la performance de la cantante coterránea de Cave.
El origen está en la letra
La génesis para Cave siempre está en la letra. Una vez que está definida Cave se aísla con el piano y el cenicero -ya no fuma- y genera una melodía, acordes e intenciones. Decide cuál será el énfasis en su voz y planta bandera en la temática, para luego presentarla en el estudio ante la atenta mirada del resto de los Bad Seeds. Ellos hacen sus aportes y la canción se desarma, cae de rodillas, golpeándose contra las paredes insonorizadas, y emerge algo distinto, una composición fuerte en su estilo y con más detalles quizás.
Estos aportes suelen ser bien claros ya que navegan las distintas personalidades de los miembros; podemos notar la entrada de Warren Ellis a las filas del ejército en 1997 en su juego con las cuerdas, los sintetizadores y las espectrales resonancias en discos posteriores. Recordemos que Ellis forma parte desde 1992 del trío instrumental Dirty Three, el cual es notorio por sus atmósferas y creaciones tan viscerales como crudas.
Mick Harvey -quien fue miembro fundacional de los Bad Seeds y abandonó el grupo en 2009- aportó un sonido directo y reconocible a la distancia en las guitarras, mimetizando la manipulación de pistolas con rasgueos a destiempo que se perciben metalizados y ásperos, generando riffs monstruosos y que se compaginan a la perfección con los pianos psicóticos y dramáticos ejecutados por Mr. Cave. Todo se encuentra perfectamente posicionado. El ejército ocupa todo el campo de batalla y espera solemnemente, con sus instrumentos como carabinas, la llegada del enemigo que, como en todos los casos, es la muerte.
La gran canción de amor
Entonces Cave continúa expandiendo aún más en su tesis, citando canciones de su –hasta ese momento- más reciente disco, como la hipnótica y anestesiada “Far From Me“, para hablar sobre los vacíos que se multiplican por todos lados, de la tristeza, la saudade, los duendes y el paso inasequible del tiempo. Dice sentirse complacido por tanta tristeza, que no le quita el sueño la imposibilidad de ver de una vez por todas el rostro de Dios, que al sentarse a esbozar un nuevo intento por lograr la gran canción de amor uno comparte mantel con la pérdida, la locura, la alegría, el éxtasis y la magia.
Y podría haberse expandido aún más. Hay cientos de ejemplos de los cuales agarrarse dentro de la discografía de los Bad Seeds si uno quiere explayarse sobre las canciones de amor. “I Let Love In” no solo carga con una fuerte letra que patea y empuja hasta la rendición, sino que ostenta un riff que se siente rígido, grueso y con potencia, sin nombrar los coros que se abren como un paraguas en medio de la lluvia.
“The Ship Song“, es más suave pero incluso más emocionante que la anterior. Una canción de corte más épico, que estalla luego de una tierna y austera subida por las paredes en los versos, con Cave sentado al piano en compañía de un bajo que juega deslizándose sobre el mástil, pero sin generar demasiada distracción, y unas voces que armonizan hasta permitir la entrada de los demás instrumentos, ejerciendo un puente espectral que dialoga y conecta lo que ya conocíamos con un estribillo atmosférico y conmovedor que derriba al oyente por completo.
Como estos hay muchos, porque como dijo Cave en una entrevista de 1998, su objetivo principal es el de crear la gran canción de amor. En ella están todos los aspectos a tratar, o por lo menos los más profundos y trascendentes. Canciones que permiten la unificación de la experiencia real con la tamización poética. Dice que ellas se mantienen vivas de la misma manera que los recuerdos y, precisamente por ello, crecen y sufren cambios. Luego Cave retoma su idea sobre la universalidad y cómo esa es la forma de enaltecer una canción, brindarle la fuerza necesaria para que soporte las décadas, las otras creaciones y el aburrimiento: “Conforme la relación con la canción se derrumba, gimiendo de agotamiento, ella se libera del yugo del compositor y alza, por fin, el vuelo para asaltar los cielos”. “Loverman y “Rings of Saturn” son otros ejemplos claros y fuertes sobre estas declaraciones.
La de Cave es una evolución que acarrea el paso del tiempo. Un hombre que derrama experiencias, aprendizajes y sabiduría y que las vuelca en sus respuestas a las preguntas que le hacen sus seguidores a través de los Red Hand Files. Compositor, pintor, escritor y predicador que sigue tiñéndose el pelo y ocultando las rarezas naturales, que deambula por el escenario y que se acerca siempre al público, iluminado por un disparo de luz blanco. Alguien que aprovecha todo lo que ha construido.
Una figura pública que no le interesa la polémica –véase la última, al atender a la coronación del nuevo Rey de Inglaterra- ni las portadas de grandes revistas. Un artesano de la palabra que ha escrito novelas, poemas sobre bolsas para el mareo e innumerables canciones de un fuerte color negro, oscuro, y rojas intensas. Canciones con personajes, situadas dentro de castillos, carreteras despojadas y que dialogan tanto con deidades como con nosotros, los habitantes de un territorio infundado por el miedo y las incertidumbres, que morimos casi todos los días pero que contamos con el halo plausible de estas creaciones para recordarnos que también estamos vivos.