Mauro Lo Coco responde algunas preguntas sobre su libro “18 éxitos para el verano” que Zindo & Gafuri publicó en 2012.
Para darse una idea del estilo de “18 éxitos…” sólo basta con leer los títulos de algunos de sus poemas: “tuvimos un perro esas vacaciones”, “morón gana más de visitante”, “aunque no estaba pensando en nada”, “son situaciones y situaciones”, “juli no cambió más”, “de los pibes nada más vi al tuca y al gordo”, “los juanetes le duelen a elsa”.
Los poemas que lo integran parecen fragmentos robados de conversaciones ajenas escuchadas en la mesa de un bar o en plena calle. Son poemas coloquiales, con la potencia de un relámpago y una galería de personajes que juegan con el sentido común más pervertido. Imprudentes en su juicio, pero siempre lúcidos en su decadencia.
Para empezar, ¿podrías contarme cómo y cuando empezaste a escribir?
Creo que escribí algo en la adolescencia, como muchos. Después fue un taller en la Universidad. Esto fue fundamental porque me registraron y le prestaron atención a mi trabajo, nunca había vivido eso. No estaba muy familiarizado con la literatura, así que mucho menos podría imaginarme a mí mismo escribiendo.
¿Podés intentar definir “18 éxitos para el verano”?
Es un libro polifónico, una despedida a la clase media argentina que terminó de desaparecer en los ’90. Es la derrota de una clase en clave coral. Son muchas voces de gente abandonada a la soledad de la desocupación, el tiempo, el pensamiento y la conversación.
¿Y más particularmente el extenso poema “Puro flúo / remix”? La voz que lo cuenta es una voz coloquial, caótica y desordenada, o más bien ordenada caóticamente, como un rompecabezas despiezado que precisa de una visión más panorámica para completar una lectura acabada…
Los poemas del libro son coloquiales. Me interesa la impotencia de la comunicación y los cabos sueltos que dejan los hablantes. Toda esa entropía de subordinadas que no culminan, las marchas y contramarchas explicativas, las palabras atascadas, el discurso referido en directo, son sólo algunos de los accidentes verbales que nos ocurren a los seres que hablamos. El poema está poblado por ellos. Es algo que sucede cada vez que usamos el lenguaje: lo que más hacemos es intervenir levemente fragmentos enteros de discursos ajenos, que vienen hacia nosotros en distintos estados: a veces en estado de pureza, otras muy manoseados. Me divierte evidenciar que vivimos construyendo nuestra identidad hablando una lengua que no nos pertenece.
¿Puede considerarse únicamente el criterio de la extensión para definir a un poema como “extenso”?
Hasta que me hiciste esta pregunta, sí. Ahora que ya me la has hecho, me dan ganas de responder algo más inteligente, aunque claro, la única respuesta es esa. En el caso de mi poética, lo extenso se relaciona con lo exhaustivo y sobre todo con lo inagotable. También algo puede ser extenso por la variedad de asociaciones horizontales que se pueden hacer con el material. Su plasticidad para pasearse por múltiples estados podría considerarse extensa.
En todo el libro eliminás, prácticamente, la puntuación. No sé si tiene que ver solamente con eso pero lográs generar ritmos de lectura personales, activos. ¿Cómo trabajas el ritmo interno de tus poemas?
El ritmo es un elemento indispensable para mi escritura: los silencios son la herramienta de trabajo para que el poema vaya adquiriendo nitidez sonora, si no el pegoteo le hace perder efecto. La palabra, además, tiene sentido si está rodeada de otras y de su ausencia. En cualquier caso, me cuido de no incurrir en estrofas farragosas que no caben en el pecho. Como el libro opera desde la oralidad, eliminé prácticamente todos los signos de puntuación, porque en el habla es sonido o silencio. A lo sumo, uso a veces la coma para significar una suerte de silencio de duración intermedia entre la pausa más breve que hay entre palabras y el hiato más largo que hay entre versos. Eventualmente uso la puntuación para hacer señalamientos musicales, no me interesa su función organizadora del discurso.
El dinero, la comida y la subsistencia son de recurrente aparición en el libro. ¿Por alguna razón especial?
Dinero y comida hacen a la subsistencia. En mi libro anterior hablaba del techo. Son cosas que escasean o cuestan mucho esfuerzo. Cuando faltan, la dignidad se resiente, queda comprometida. Es jodido estar todos los días peleando por necesidades primarias. Me interesa la pena de quienes alguna vez tuvieron otros horizontes más ambiciosos y se encuentran un día peleando por sobrevivir.
Tus poemas parten del vacío, con una jerga que coquetea con los lugares comunes, con un inconciente colectivo, con “lo que se dice en la calle”. Son insignificantes nadas, que se convierten en grandes aventuras. ¿Sos conciente de éste recorrido? ¿Por qué elegís este lenguaje?
No sé si es una elección. Hablo la lengua que me deja hablar, la que se deja usar por mí. Asumo ese fondo vacío de los significantes que se llenan hasta empobrecerse. No le tengo ninguna fe al lenguaje, me encantan sus derrotas. Esas son las aventuras del libro, la experiencia del hombre abatido por un lenguaje que no puede significar su experiencia. Cada uno asume estos fracasos en el idioma que puede. Hablar es comprobar que con el lenguaje no se puede. Pero hasta que no hablás y fracasás no te convencés de eso. Y ningún desencanto te convence del todo, así que ahí va de nuevo tu compulsión al fracaso de expresarte. Uno es incorregible y sigue hablando para su propia decepción.
Una pregunta que no le importa a nadie más que a mí y probablemente no tenga respuesta: ¿existe alguna razón por la que no hay mayúsculas?
La oralidad no tiene mayúsculas, como no tiene puntos ni comas. Es sonido, silencio, acento, modulación y respiración. Si no suman, restan.
¿Cuál es tu ejercicio o rutina de escritura, si es que tenés alguno?
Hay fases. Mientras está germinando, el libro se hace principalmente en el transporte. Viajo mucho por toda la ciudad y el celular tiene todos mis embriones de poemas. En casa no puedo escribir, necesito estar en la calle y en tránsito.
En la segunda fase corrijo. Cada poema tiene al menos 20 pasadas hasta que quede bien. Los leo en voz alta, les cuento las sílabas, los pruebo de muchas maneras, especialmente sonoras. Después, los paso a una mesa que está pintada como un pizarrón, así puedo escribir y borrar con facilidad. Necesito ver el poema a distancia, en grande y como un cuadro. Me lleno de tiza escribiendo, me gusta ensuciarme así, siento que estoy trabajando. Arriba de esa mesa reescribo. Muchas veces le saco foto por temor a perder una versión mejor.
La tercera fase es pasar del pizarrón a la computadora e imprimir. La cuarta es hacerle unas 10, 15 pasaditas a todos los poemas juntos hasta que queden prolijos. Los que están mal vuelven al pizarrón hasta que queden bien.
Generalmente, acompaño este proceso con Chopin y algún amigo más. Y llevo el Tao y a Bilardo siempre conmigo.
¿Pensás que todavía existe una especie de conflicto en creer que la poesía tiene que ser solemne, hablar de cosas importantes o donde solo pueden tocarse ciertos temas y que si vas por otro lado, te tildan de antilírico, como si eso fuera malo?
Me opongo a cualquier deber ser, eso seguro. En la poesía y en la vida. No me parece que nada tenga que ser de ninguna manera. Tampoco me gusta hablar de poesía. No sé qué debería decir. Creo que no entiendo lo suficiente como para opinar.
¿Hay un “saber” que puede aprenderse (o enseñarse) para escribir poesía?
Por supuesto. Es un oficio y hay muchos saberes. Yo aprendí a contar versos, a fijarme en los acentos y en los silencios, a no terminar con bombos y platillos todos los poemas… No me va a alcanzar la vida para aprender todos los trucos y técnicas que debe haber. Y en la parte espiritual también hay mucho para transitar, no sé si aprender es la palabra. Pero esa parte es jodida de abordar porque uno termina sermoneando, así que prefiero hablar de la técnica.
¿La poesía cambió algo en tu vida?
Me ayudó a surfear el desastre. Te enseña a hacer payasadas sobre una ola que igual, más tarde o más temprano, se te va a caer encima. Supongo que esa postergación vendría a ser mi obra.
¿Podés contarme un poco de tus próximos proyectos literarios?
Terminé hace menos de un año un libro que se llama Mi sabiduría es arruinarla. Es un libro simple y en primera persona, con una sola voz. Tenía ganas de hablar llano. Sale en 2015. También estoy preparando un volumen de cuentos: ¿siempre a nosotros nos caga franzoia? Me estoy divirtiendo mucho porque es como hacer palotes de nuevo, no tengo ningún oficio de cuentista.
“18 éxitos para el verano”, de Mauro Lo Coco
2012, Editorial Zindo & Gafuri
146 páginas