“Las malas me regalaron las tetas”, suele decir Camila Sosa Villada a la hora de hablar sobre el boom que significó la novela. Parece una buena síntesis de su aporte a la literatura, una estética donde lo verbal se encuentra con el cuerpo, donde la felicidad colisiona con la recuperación de la otra memoria, la memoria trans, en donde la alta cultura es la sumisa de la lógica travesti.
Todo en su literatura es novedoso e impredecible. Su nuevo libro, Soy una tonta por quererte (Tusquets Editores), una antología de nueve cuentos, habilita a la cordobesa a experimentar con géneros tan diversos como la ciencia ficción, la fantasía, el terror y el realismo; todo con lentes travestis y tacones rojos gigantes.
Y nunca en mejor hora podría haber llegado esto: Argentina está cursando una verdadera sosavilladamanía: Las malas pasa por reediciones y reediciones, el texto es traducido y premiado hasta el hartazgo. Como un cartel de neón rosa, el libro encandila a un público inadvertido en una caverna cis: todo el campo artístico se ilumina por el destello que la escritura de la Sosa Villada emana.
Si su flamante libro no estuviera firmado y alguien, en un afán bibliotecológico, distraídamente, quisiera categorizar estos textos, bien podría ponerlos bajo diferentes autores y firmas. Y es justamente por eso que Soy una tonta por quererte se vuelve una unidad más que la suma de las partes. La voz de las narradoras de Sosa Villada muta, los estilos padecen de metamorfosis increíbles y hasta los personajes ven su discurso alterado. Por ejemplo, en el cuento del mismo nombre: dos travestis comparten sus miserias y sus felicidades con una estrella del jazz y hablan con léxico mexicano mientras usan expresiones cordobesas en el Estados Unidos de los cincuenta. Logran convivir formas de contar disímiles: en “La casa de la compasión”, la narración se esmera en detenerse y retratar con desesperación cronista la trama, mientras que en “La noche no permitirá que amanezca” los hechos suceden vertiginosamente, con un erotismo veloz y voraz.
“Pensé la escritura del libro con la lógica de una actriz -admite la escritora en conversación con Indie Hoy-. La de no ser de esas actrices o actores que siempre hacen de sí mismos. No voy a dar nombres, pero son un poco un lastre esos actores que en la búsqueda de una naturalidad o una espontaneidad siempre terminan hablando y actuando de ellos mismos. En el país se idolatra a esos actores encima. Y a mí me gustan otro tipo de actores, los que trabajan los personajes como si los bordaran a mano, con un trabajo que no es industrial, sino artesanal. Con los cuentos pensé así: como una actriz que dedica a cada monólogo o a cada personaje, un cuerpo diferente. Para eso me serví de todos esos géneros que vos decís, pero también de sintaxis bien diferentes, algunos narradores precisos, descriptivos, otros más reflexivos, terceras personas omniscientes, primeras personas que se disculpan por no saber escribir.
Jamás Sosa Villada deja de lado su faceta de actriz. Hay algo de la memoria muscular adquirida en su entrenamiento actoral que se traduce a su pluma. Recientemente, volvió a escenificar la obra que la catapultó al reconocimiento general: Carnes tolendas: retrato escénico de una travesti, un suceso en el circuito teatral cordobés. La obra, que fue la tesis de licenciatura de una amiga de ella, se basa en un proceso que ella misma aprovecharía para su literatura. En dramaturgia se llama “biodrama” al procedimiento por el cual una obra se construye partiendo de hechos personales reales hasta la ficción. En Carnes tolendas como en Las malas, la propuesta fue la de contar experiencias basadas en la vida de Camila. Si se tiene en consideración que, en ambas ocasiones, fueron éxitos sin precedentes, se puede sospechar que se está en presencia de una estrella.
En Soy una tonta por quererte, la autora persiste en la confección de una autobiografía ficcional en fragmentos. Los relatos “Gracias”, “Difunta correa y “La noche no permitirá que amanezca” parecen inspirarse en hechos de su propia vida. Y, sin embargo, ella misma reconoce que intenta desmarcarse de la técnica que la hizo célebre. Todos los demás textos se alejan de intentar mantener semejanzas con su propia vida.
Esta apuesta por la novedad solamente reafirma la maestría de su dominio artístico. Es que, es gracias a eso que la antología, como objeto, es travesti. Va coqueteando con estilos y procesos según su gusto y parecencia y no tiene interés por comprometerse con ninguno. Colocando la voz en diferentes zonas del cuerpo, ensayando formas de moverse y seducir, jugando a vestirse con otra ropa es que se siente que el libro tiene un propósito unificado. Incluso así, no faltarán lectores desatentos que señalen que Sosa Villada se repite. Que incurre en los mismos temas. Que todos sus personajes son travestis. Que todo parece una reiteración menor de Las malas. Nadie evalúa a los centenarios autores heterosexuales de repetitivos por hacer solo ficciones cis.
En comparación a la entrevista que le hizo hace casi quince años Chiche Gelblung a Naty Menstrual, hoy las artistas y la literatura travesti y queer gozan de otra reputación. ¿En qué ves que cambió la forma de leer o consumir arte, del público heterosexual especialmente?
No sé si habrá cambiado el modo de consumo. Me parece que es más algo del orden de lo disponible. Hay mucho más por leer. Sobre todo, hay muchas más mujeres por leer. Eso ya cambia la manera de percibir la lectura con todos sus ritos y sus placeres privados. Es decir, vas a una librería y ves que hay muchas mujeres escribiendo, que están exhibidas en las mesas y no en un rincón polvoriento al fondo del salón. Ves que son mujeres que hablan de algo muy cercano a otras mujeres. Y luego ves que también emergen de esos rincones otras maneras de existir, travestis, transexuales, personas no binarias. Están escribiendo. Se atrevieron, porque vieron a otras u otros hacerlo. Ahora, lo que los pakis no quieren reconocer es que desde que el mundo es mundo, leen a lesbianas y maricones y quién sabe cuántas degeneraciones más. Vamos, han leído a Lorca, a Capote, a la Pizarnik, a Lemebel, han leído a Wilde. Yo creo que en la literatura los pakis son una minoría. Una minoría ruidosa e insoportable y negadora. Pero quienes han hecho verdadera escritura, siempre han tenido su costado o su centro maricón y los han leído todos.
En una entrevista dijiste que “una gran cantidad de gente no está acostumbrada a la palabra ‘travesti’, al modo de usar las palabras que tenemos las travestis, al modo que tenemos de usar las palabras al escribir”. ¿Qué encontrás que tiene de particular la palabra “travesti”?
Es como la palabra “puto”. Una palabra que, a fuerza de trabajo, floreció. Dio más de lo que se esperaba de ella. Podría decir que fue una apropiación, pero entiendo que hay algo más, una relación íntima con el insulto. Victoria Santa Cruz tiene esa canción legendaria donde cuenta cómo entendió quién era porque en la calle le gritaron “negra” y comenzó un viaje en el que, al principio, sintió vergüenza y luego se llenó de orgullo por descubrirse negra. Y fue gracias a eso que quisieron hacer pasar por un insulto. Con la palabra “travesti” me sucedió lo mismo. Al comienzo, el uso era como una pedrada, querían desnudarte en la calle, lo gritaban como una alerta. Y una sentía esa vergüenza y todos los peligros que implicaba que comenzaran a gritarlo de ese modo en la calle. Y un día, ocurrió algo dentro de mí, que revelaba un brillo, una particularidad, una ternura. Y vi a otras y pensé que brillaban en un mundo sin color. Y escuché decir a Claudia Rodríguez: soy travesti y resentida. Y enloquecí de amor. Una disputa que al menos yo, gané sobre el lenguaje. Es un pobre triunfo pasajero como dice el tango, pero es mío. Y si me pasa a mí, que soy tan comunacha, le debe estar pasando a otras.
Los cuentos de Villada se mueven ágilmente entre el humor y lo trágico, cambiándose de peluca y vestuario en un santiamén. Llevan al lector de lo prodigioso a lo kitsch, como en “Cotita de la encarnación”, una reescritura de la historia colonial latinoamericana que relata la vida de las personas queer sin solemnidad ni corrección política. Por el contrario, el relato procura disputar la memoria con la lógica en la que escriben las plumas queer: en sus términos, con erotismo y otredad, con sexo, perversión y traición. A veces, los cuentos te tratan como esa amiga que te espabila y te cuentan anécdotas de sus hazañas para que dejes de ser un dormido. Este es el caso de “Mujer pantalla”, el hilarante relato de una mujer que se gana la vida fingiendo ser la novia de sus amigos gays para dejar a las familias de clase alta tranquilas.
Y todo lo que logra, lo alcanza en sus términos. Soy una tonta por quererte es travesti y no tiene preámbulos ni explicaciones. No intenta educar, ni bajar línea. Se esmera, más bien, en concretar su diseño de lentejuelas y de amor entre aquellos que han sido y son los excluidos. Las tramas están tejidas por la mirada de los humanos que siempre son secundarios, accesorios. En “No te quedes mucho rato en el guadal”, el cuento recompone la experiencia de unos niños bajo un padre hosco y la amistad del nene con una anciana del pueblo. Sosa Villada opera magistralmente en escenas microscópicas. Para pormenorizar el imperativo de virilidad que el padre ejerce sobre su afeminado hijo le bastan un par de oraciones.
Las ficciones de la novísima antología exploran lugares recónditos, por lo general, reservados para textos académicos o conceptualizaciones tontas. En “La merienda”, una conversación entre abuela y nieta sobre el racismo, los personajes discurren sobre las tetas y los pezones de una niña y una anciana sin infantilismo ni corrección desmesurada. Sin prejuicios de la observación, Soy una tonta por quererte parece que te está contando las cosas a vos especialmente, como revelándote un secreto.
Aunque por momentos se vuelven emotivos, los cuentos no cargan con la cruz culposa que en otros tiempos se imprimía en las ficciones queer. Por el contrario, el tono es celebratorio, festivo. Esto último, y la propuesta general del libro, se ve en el último cuento, “Seis tetas”, un sublime relato de ciencia ficción donde las travestis y sus familias son exiliadas hacia una nueva sociedad que fundan ellas mismas y la narradora describe lo siguiente sobre una fiesta: “… hablábamos todas a la vez, de todo al mismo tiempo, hablábamos del presente, del pasado, del futuro…”. En su gramática travesti, el relato se ensimisma sobre sí mismo, se adelanta, se tropieza a propósito para hacer show, cambia de entonación y es la voz de una varón-mujer, de nacionalidades diversas en simultáneo. Soy una tonta por quererte hace mucho más que imaginar realidades travestis: imagina una literatura travesti, y como si fuera poco, lo consuma de una manera entretenida y sumamente lograda.
Hay un tweet donde te reís un poco de la noción de la clasificación de Las malas como una “literatura necesaria”, ¿crees que adjetivan así tu literatura por quien sos vos? ¿te parece que el arte tiene alguna función?
No tengo la menor idea de qué signifique un libro necesario. Los libros gustan o no, enseñan o no, divierten o no, pero no existen los libros necesarios. Necesario es el dinero. Necesario es tener un buen psicólogo, un buen médico. Eso de andar pidiéndole a la ficción que trabaje por un supuesto bienestar común es de una imbecilidad que me pone esfungia. Qué bronca me da. Y creo que dicen eso de Las malas porque no admiten que sea una ficción, porque no admiten que las travestis puedan hacer mundo o lenguaje. Estás condenada a hacer crónicas del horror que fue tu vida o nada. Y eso es necesario porque les encanta mirarse en el espejo y decir: “ay sí, qué malos somos y qué ignorantes somos sobre nuestra maldad”.
Antes, las ficciones queer estaban muy marcadas por lo trágico. En tus textos, aunque haya tragedia, suele haber una victoria, una celebración de lo diferente y el humor. ¿Qué es lo que te lleva a incluir esta búsqueda de lo bello en tu literatura?
Me pregunto por qué no habría de hacerlo. ¿Dónde está prescrito que solo puedo hablar sobre una tragedia? La escritura es libertad. ¿Cómo podría no permitirme hacer todo lo que se me cante?