En cierta ocasión, Ray Bradbury declaró que no le interesaba predecir el futuro sino más bien construirlo. Antes que deslumbrarnos con paisajes y personajes (robots, monstruos o marcianos) alucinantes, le interesaba poner el foco en el drama social y la conducta humana frente a circunstancias extraordinarias y panoramas distópicos. Y es en aquella predilección por ahondar en la naturaleza de las odiseas psicológicas y sociales donde, sin lugar a dudas, radica la mayor riqueza de su obra.
En plena era post-digital, posmoderna y post tantas cosas, las creaciones artísticas que lindan con la ciencia ficción y versan sobre lo tecnológico pueden resultar más reveladoras que nunca. La literatura que se atreve a deambular en esos terrenos tiene entonces la posibilidad de preguntarse por los límites de lo que entendemos por “natural”, “real”, “humano”, incluso lo que consideramos como “vida”.
¿Puede la consciencia humana extenderse más allá de nuestras corporalidades y subsistir tal cual en una nube de datos en la web? ¿Qué tan tangible puede llegar a ser la realidad virtual? ¿Qué es un cyborg? ¿Ya somos cyborgs? Esas son apenas algunos de los interrogantes que Walter Godoy nos plantea a lo largo de las páginas de su más reciente libro, publicado por la editorial Artexto, que reúne no solo Cazador de Pokemones -que viene a ser el relato principal-, sino también Vendedor de Tamagotchis e Intrusas Electrónicas, todas historias separadas, pero que al final discurren sobre temáticas afines.
Al leerlo vamos al encuentro con un híbrido de poesía narrativa y fragmentos en prosa. Haciendo gala de un sentido del humor que apunta a lo cotidiano y lo bizarre, Walter demuestra ser un autor demasiado consciente del flujo de la información en estos tiempos. Se devela interesado, casi que obsesionado, por el acontecer de la raza humana: sus costumbres, su legado, su existencia misma, sobretodo en relación con los recursos cibernéticos y tecnológicos.
Desde la intro del texto mismo dispara frases como:
“Es de público conocimiento que ya no se leen libros. Más bien se lee lo trituradísimo que nos arroja internet a nuestro plato”.
“Le advertimos que el juego que proponemos no es salir de internet, sino, expandir internet a la realidad, como lo pretende un celular, pero sin los intereses de empresas malucas”.
Es así como se nos hace una advertencia muy pertinente para, páginas después, adentrarnos en un mundo no muy diferente del nuestro, del actual, donde los pokemones cazados en una aplicación para smartphones (véase Pokémon Go) cobran vida en el plano físico y atacan a los usuarios de la misma zombificándolos.
Tanto la prosa como las partes en poesía están cargadas de pasajes jocosos que se entremezclan con reflexiones existenciales, entregando un texto divertido sin patinar en lo superficial. Conforme avanza la historia, el problema de los pokemones deja de ser lo central para convertirse en una excusa para discutir la figura del cyborg como siguiente paso en la “evolución” humana. En varios párrafos esto se pone en evidencia:
“Seré todo cuerpo digitalizado en la Gloria de Internet, y cada evento de mi vida será transmitido a través de mi URL, que será en suma mi verdadero cuerpo”.
En todo caso, el devenir de las personas en cyborgs es un asunto que Godoy ya había abordado en textos anteriores como 2Z, plaqueta de poesía ciencia ficción publicada hace poco más de un mes a través de Bolena Ediciones. Pero en Cazador de Pokemones se edifica con mayor solidez la idea de la fusión del humano con internet; lo que puede suponer una forma de extensión, de corrupción, o de fin de nuestra existencia como seres vivos, todo depende de la perspectiva con que se mire. Y es en la proposición de tales escenarios, y en los dilemas que suscitan, donde radica la relevancia de la propuesta de Walter. Si bien hoy es innegable que cada vez pasamos más horas en frente de una pantalla, comunicándonos, trabajando y en suma viviendo a través de diversos dispositivos, a este autor le interesa llevar al extremo total la idea de la hiper-conectividad y el aislamiento de la “realidad física”. Bien sabe que es llevándola a dichos límites que surgen preguntas más serias.
Luego en poemas como “El Señor de los Novillos” encontramos mordaces críticas al sistema religioso católico en apartados como:
“Fue canonizado a los 352 días
de morir en 1232
Es el segundo santo canonizado
más rápido por la iglesia
Santos como hamburguesas
Novillo de oro entre los frutos del centeno”
También, en un texto posterior titulado “¡He aquí el meme!” se hace referencia al famoso Ecce Homo de Borja, viralizado en la red hace algunos años, pintado por la señora Cecilia Giménez. Aquel aparte del libro cierra mencionando:
“¿Qué propone el trazo juguetón de Cecilia? Adiós a la corona de espinas; que Jesús pare de sufrir, y que regrese a la forma primigenia: ¡Mono!”
En diversas formas, el cruce entre biología, tecnología, esoterismo, feminismo y demás asuntos inherentes al progreso y los discursos/fenómenos sociales contemporáneos se cuelan en diversos fragmentos de este libro que termina convertido en una suerte de popurrí de todo lo que al escritor le resultaba fascinante respecto del presente y futuro de nuestra especie.
La de Walter no deja de ser entonces una escritura pop, millenial, que por instantes travesea con lo kitsch, tratando de sacar de ello algo digno de reflexión profunda. Sin dudas un ejercicio notable, que entre broma y broma va buceando en temas trascendentales para nuestra especie. Una ciencia ficción con perspectiva humana, como la que auspiciaba el gran Bradbury.
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Walter Godoy recomienda:
Lo nuevo: Tres canciones que parecen del noroeste argentino, que tienen un sonido y una rítmica tradicionales pero con letras novedosas y profundas, de la operatividad y pluma de Julián Ganadara, quien escudara en chelo a Charly García en una época y asaltara con pop histriónico con Enviada. Imperdible viaje.
Un clásico del rock local, una poeta y genial actriz, Rosario Bléfari y su enorme disco Misterio Relampago, que, no importa si el día viene mal, le doy Play y me siento una rockstar haciendo bailar y cantar a mis amigues.