Leer esta novela-collage – ya llegaremos al porqué del collage – conlleva un permanente cuestionamiento a las propias creencias. ¿Esto de verdad pasó? ¿Cómo supo esto? El autor tensiona con la mimesis. Si bien aclara desde el comienzo que es una ficción basada en hechos reales, la presentación de figuras trascendentes de nuestra historia junto a material de archivo nos tienta: quisiéramos, muchas veces, que eso que se relata de verdad hubiera ocurrido.
Entonces las preguntas más adecuadas serían, ¿las narraciones, sin importar su naturaleza, crean la Historia -con mayúsculas-? Si hay gente que cree que lo que acontece en el Nuevo Testamento verdaderamente ocurrió, ¿por qué no admitir la realidad de Claudia vuelve? Si se difunden fake news como acontecimientos reales, ¿no puede la literatura disputar territorio en la construcción de los sentidos sobre un determinado momento histórico?
No es cualquier momento histórico. Lo que se narra en el libro es la interna política y el clima de tensión (cinco ministros de Economía en dos años) que se vivía antes del último golpe de Estado de 1976. Se nos propone a una Isabel Martínez de Perón sobrepasada tras enviudar, endeble en un mundo lleno de varones que la subestiman y en los que no puede confiar. Por eso, decide entregarle la construcción de su imagen a la publicación que la guiaba para vestirse y actuar como la mujer moderna: la emblemática revista Claudia.
“Claudia entró en los anales de las revistas argentinas más vendidas de todos los tiempos. Es tan versátil como para hacer convivir a las publicidades de carteras y visones con un matiz progre, aportado por el psicoanálisis, y un tonito de UBA que le habilitaron un sitio singular dentro del mapa de medios gráficos”.
La primera presidenta en la historia del mundo no llegaba en un contexto casual: las mujeres comenzaban a ocupar espacios profesionales y la revista Claudia quería interpelarlas. Les decía que no repriman su deseo, pero que se vistan a la moda. Les proponía discutir simultáneamente sobre arte, tecnología y recetas de cocina. Pero, además, las convocaba a analizar la coyuntura.
Es ahí donde Julián Gorodischer encuentra un espacio para que la política y los medios de comunicación se entrelacen. “Así empieza tu nota”, le dicen en la novela a un redactor, sintetizando una seguidilla de aprietes y operaciones de prensa que disputan, desde una revista femenina, todos los frentes: la redacción de la propia Claudia, el sindicalismo, la cultura mainstream y el gabinete nacional.
“En el aire, en el comienzo del nuevo gobierno a cargo de su viuda, Isabelita, se percibe un nuevo permiso para hacer declinar la –hasta ayer– indiscutida independencia de un puñado de medios de comunicación con respecto a la esfera política”.
Aunque no hay pretensión de objetividad, la posición política del autor se encuentra explícita. No tiene que ver con el revisionismo histórico ni con el repudio a determinadas figuras oscuras, sino que su disputa se da en el campo de la estética y las formas. La elección de que Claudia vuelve sea una novela-collage, lo que conllevó el rastreo de revistas viejas, su escaneo y montaje, no solo aporta exquisitez y dota de complejidad a la narración: permite cuestionar al periodismo y al ensayo histórico su lugar hegemónico para dar testimonio de nuestro pasado.
En medio de un relato muchas veces teatralizado, los recortes de fotos y artículos nos trasladan a los 70, con sus estrategias publicitarias y sus modos de hablar. La apuesta por el collage aporta a la memoria de la propia revista. Se convierte así en un metarrelato de la construcción de sentido y la intervención de los medios en la política.
A pesar del absurdo del cotolengo de la redacción y la representación de una presidenta que piensa en un programa de televisión mientras que hay un país a punto de explotar, uno no puede dejar de pensar cuántas de esas cosas pudieron haber ocurrido. La pregunta sobre lo real y sobre la pertinencia de la ficción cae como un mazazo, porque los acontecimientos no son del todo verídicos pero tienen un sentido. Y tienen un sentido por la propia audacia del autor, que encara desde un lugar inédito esta narración pre-dictadura.
En definitiva, uno se termina entregando al paso de las páginas, que se pasan con voracidad por la compañía de un narrador que siempre sabe a dónde conducirte. Entonces, ¿de verdad importa si todo eso ocurrió?
Esta es la principal virtud de Claudia vuelve: la cantidad de preguntas que uno se lleva. Porque uno se queda pensando sobre los consumos culturales, el rol de la mujer, la construcción política y hasta la propia historia argentina. Cuando después de una lectura quedan interrogantes, debates internos, movilización e intención de discutir cada página, la experiencia literaria está realizada.