Boris Katunaric editó en 2012 Poemas para torcer el rumbo del color de los ojos, su debut como poeta en formato libro. Cuatro simulacros de fusilamiento ha sido editado, en ese infernal año del 2016, por Ediciones Lamas médula. Boris, además de poeta, es periodista, conductor radial y quilmeño. Vox dei, surgió el Génesis: “Yo empiezo, debo decirlo, gracias a Tom Lupo y Gabriela Borrelli, a leer poesía, con ese programa que hacían a la madrugada, Noche tras noche. Una época muy insomne de mi vida. Leían un montón de poetas que yo no conocía. No había sido un buen lector de nada, hasta ese momento y aparecieron esos dos locos con ese montón de poemas geniales y me cagaron a trompadas, me voltearon. Justamente, esa forma de lenguaje medio hermético, que encontré en algunos de esos poetas, viene –algo que ocurrió en mi primer libro de cómo pensar las letras de Los Redondos. Yo escucho a Los Redondos, literalmente, desde la cuna, porque mi mamá me ponía Gulp! cuando yo tenía un año. Toda mi infancia estuvo plagada de Los Redondos.” Debido a ciertas circunstancias, se invierten los roles. El entrevistado acude a la casa del entrevistador. La causa es una sencilla rotura de meniscos. Febrero en Buenos Aires simula un infierno y nada encantador. Al comenzar la charla, percibimos el sonido de ciertas gotas estallando sobre el piso del patio. Una lluvia claramente no reparadora. Pero hay vino: dos. Eso, de por sí, embellece el momento.
Ahí estábamos, por irnos y no
Cuatro simulacros de fusilamiento tiene un exacto punto de partida. Sánchez interviene en la conversación. Es un gato, pero de los buenos porque es un Néstor. Sánchez. El título del libro de Boris fue previo a la escritura y condujo toda la construcción del poemario: “Es rara la construcción del libro. Un día estaba escuchando la radio y hablaban sobre Antonio Di Benedetto. Y la frase es casi textual del programa de radio que yo estaba escuchando: Sufrió cuatro simulacros de fusilamiento. Y eso fue como que me pegaran un martillazo en la cabeza. Y dije: ahí está, es eso, vamos por eso, ahí está el concepto y es lo que hay que desarrollar y sobre lo que hay que laburar. Y el libro no habla de Di Benedetto, es simplemente el concepto lo que me quedó. Ese poder que tiene el título es lo que me atrajo.” Esta declaración, corroborada por Sánchez, hace de Cuatro simulacros de fusilamiento un libro traspasado por cierta idea medular. No todos los libros son de esa índole. Ciertos otros poemarios están construidos a partir de una acumulación de diversos poemas. Algunos de esos libros, valga decirlo, son excelentes. “El concepto no le quita mérito a esos libros. Pero soy incapaz de pensar un libro que sea varios poemas acumulados. Ahí hay algo que me viene del lado de la música que es el famoso disco conceptual. Y pienso en Ocktubre, en Luzbelito, pienso en Islands de King Crimson, Abbey Road… Eso me marcó bastante. Hay un hilo narrativo –valga el oxímoron, porque es poesía– si se quiere, y busco no una unidad conceptual total, digamos, pero sí que tenga un hilo conductor. Una pequeña esencia que marque dónde estamos parados. Eso me parece interesante de poder crear una obra. Porque podés escribir un libro, podés escribir diez libros pero otra cosa es crear una obra, una identidad a la hora de crear algo, que tampoco es estática, puede ser dinámica porque los escritores, los músicos, artistas pueden variar, madurar, evolucionar, modificarse, empeorar.”
Permitido por Sánchez, descorchamos el segundo vino. “Cuatro simulacros de fusilamiento”, le comento a Boris, que ya ha empinado el vaso, es una frase paradigmática, como la famosa “hay un fusilado que vive” que condujo a Rodolfo Walsh a escribir Operación masacre. Hay que estar atentos a esas frases: “Uno pone el foco en distintas cosas. A mí se me deben haber pasado por alto un millón de ideas para un libro. O un millón de ideas de títulos posibles o ideas para notas. Pero me pega una, que es la que tiene que ver más conmigo, con la que más afinidad puede sentir uno. Por eso impactan, porque también está en el interior de uno retomar eso. Algo de uno que encuentra afuera. Y que es medio casual, y uno no sabe bien qué es. Y te genera un interés. Es como encontrar un libro con un buen título pero en vez de comprarlo y leerlo, vas a escribirlo y publicarlo”.
Los grados de la escritura
Perversidad de los fusilamientos simulados. Violaciones físicas y simbólicas. “En Poemas para torcer el rumbo del color de los ojos, encontré el concepto de las violaciones. No hablaba de violaciones sexuales –me comenta Boris y da un sorbo a su vaso vino en tanto Sánchez intenta opinar y lo silenciamos- de una persona a otra. Sino que hablaba, de alguna manera, de las violaciones sociales, los distintos tipos de violencia que tiene el Estado, el Poder, para con las personas, para con los ciudadanos o como quieras llamarlo. Como El niño proletario, o como El fiord. Alegórica, tratando de ‘disfrazar’ las cosas, disfrazar los conceptos y las palabras para darle un vuelo distinto al trabajo con el lenguaje.” Le pregunto a Boris cómo se maneja con ese aspecto del lenguaje, bebiendo yo mismo también. “Hay algo que te condiciona al momento de escribir, algo que sale pero uno no busca, no es que decido escribir un libro con un lenguaje completamente transparente y que la mesa sea mesa, la silla sea silla y el vino sea vino. Podría hacerlo, pero no es la forma en que a mí me sale escribir, este lenguaje más alegórico y tal vez más impredecible. No lo decido del todo, digamos que estoy de acuerdo con mi naturaleza y me causa placer escribir de esa manera, buscando cierta profundidad. A mí no me conmueve mucho el lenguaje transparente, nunca me conmovió…” Pronunciamos nombres que ejemplifiquen la cuestión: Mario Benedetti, Roberto Santoro, del cual a Boris, algunos poemas, le gustan. Ejemplifica Katunaric: “A mí me gusta Tuñón y tiene cosas de gran transparencia, de hecho algunos poemas los sé de memoria. Me encanta La cerveza del pescador Schiltigheim, poema que habla de las cosas que suceden en la vida real y concreta. Sin embargo hay una profundidad que está en otro lado y que me conmueve más al leerlo. Bustos, se me ocurre. Esa cosa mística, esa cosa más inaccesible, más hermética. Me genera más expectativas, hace preguntarme más cosas”. ¿Cómo comenzó Boris a recorrer el sendero de esa poesía que denominamos unas veces simbólica, otras veces hermética o alegórica, que elude esa transparencia del lenguaje? “Esa cosa que tienen las letras del Indio, algo hermético, que no terminás de entender, que podés tener una interpretación muy particular, una visión personal, algo que te conecta con una fibra tuya muy íntima y que a cada uno le pasa eso, o sea, con la fibra particular de cada uno, eso es lo que me entusiasma. No conocer, tal vez, de lo que se está hablando, sino de para qué lado puede disparar algo”. Ingresamos, entonces, en un breve paréntesis musical referido a la poética de algunos compositores del rock local: “Spinetta es un poeta. Spinetta, a la hora de escribir canciones, lo hace a través de la poesía. El Indio tiene el formato canción en la cabeza. Spinetta tiene un poema en la cabeza –y no importa si es separado letra y música o el método de composición que usen– digo, Spinetta tiene una lógica de poesía. Y la lógica del Indio Solari es a través de una canción. Que es poético, no hay la menor duda. No se construyen con las mismas lógicas. Eso lo discuto mucho con amigos. Se le adjudica a un músico el mote de poeta popular porque hace lindas canciones. O le dicen poeta al Pity Álvarez. Me gusten o no, conmueven, pero son canciones, no poemas”. Le pregunto qué poetas le generan ese extrañamiento que, afirma, le genera la letra de Motorpsico: “Me pasa con Bustos, me pasa con Osvaldo Lamborghini, me pasa con Arturo Carrera que lo descubrí hace relativamente poco y es un gran poeta. Generalmente me pasa con poetas de las generaciones de los sesenta, setenta… Quizás porque es la poesía que más leo. Realmente mi orientación literaria está muy puesta en lo argentino. No leo extranjeros casi, tengo esa suerte de nacionalismo”.
Grand Slam
Nos servimos más vino y le pregunto a Boris poetas que le interesen, de los actuales. “Julián Axat me gusta muchísimo, Rimbaud en la CGT me parece un libro maravilloso con esa mixtura de poesía y política. Fernando Araldi Oesterheld, que tiene un perfil muy bajo y es un gran poeta. Está bueno que tenga ese perfil bajo, pero lo reduce a cierto anonimato medio injusto.” Nos internamos, entonces, en la poesía argentina actual, bastante condimentada por egos y ansias de figuración: “Yo entiendo que todos quieran ser estrellas de rock” –analiza Katunaric- “porque te hace bien al ego, te reconforta, sube la autoestima y podés palear esa constante soledad, anestesiar esa sensación de soledad constante que tenemos los individuos, existencialista. Y está bien, tal vez yo también quiera ser una estrella de rock en algún momento. ¿Por qué no? Lo que pasa es que es a priori, no a posteriori. Es: Yo quiero ser una estrella de rock a pesar de lo que haga”. Todo puede ser editado, le digo a Boris, hablemos libremente. Y entonces comenzamos a conversar sobre los slam de poesía. Y Boris: “Ese laburo del lenguaje que hacen los muchachos del slam es el que más me aterra. Porque construyen, ni siquiera desde el humor, sino desde el ridículo. En el slam, como competencia, gana el más ridículo, el más payaso, el más gracioso. Ni siquiera el más canchero, aunque algo de canchero tiene ese payaso. Y esa es una actitud que a mí me da urticaria. Porque la tarea del poeta no es exactamente esa. Es conmover, tocar alguna fibra sensible, generar una surte de manto de misterio ante las cosas, que la poesía tenga algo más a largo plazo. Es algo que los muchachos del slam no hacen aun habiendo algunos pibes que escriben muy bien y respeto, digamos. El efectismo, el golpe, ese stand up que hacen y llaman poesía, no tiene ninguna labor poética. No digo que la poesía no tenga que tener humor, debe tener humor pero como un recurso más y la inteligencia de una persona, como decía Nietzche, está medida por su capacidad de humor. Y ese humor en la poesía tiene que tener también esa resonancia, y no ser efectista y cortoplacista. Es simplemente gracioso y chabacano. Eso es lo que, por ahí, me aleja de ese circuito. Tengo otras… una vez fui a un evento que armaba gente de slam y en la previa, cuando el público se acomodaba y tomaba una cerveza, estaban pasando un videos de Wachiturros, de pibes de la villa cantando y a eso a la gente le parecía gracioso, algo aún más ridículo que lo de ellos, tipo: mirá que boludos que son estos pibes, mirá los negros lo que hacen, esta pavada de hablar de las chicas y canciones de amor llenas de lugares comunes, son negros filmándose con un celular cantando cumbia: eso era lo chistoso en ese ámbito, eso que hacían esos negros a ellos les parecía gracioso. Y a mí, viniendo de un tipo de sector popular no me causaba nada de gracia”.
Iba acabándose el vino
“A mí me gusta pensar que el hombre es lo que hace con lo que hicieron de él, refritando a Sartre. Y me impresiona mucho lo que hace con lo que hicieron de él…” afirma Boris, refiriéndose al ambiente literario, fundamentalmente, porteño. “¿Y qué hacemos con lo que hicieron de nosotros? ¿Qué construimos con eso que hicieron de nosotros? ¿Construimos los mismos estereotipos o creamos cosas nuevas? La temática conurbanense y villera es bastante mainstreem y vende. Pero Gabriela Cabezón Cámera hace muy buena literatura con eso. Y con un lenguaje extraordinario. En otro territorio, ya fuera de la provincia de Buenos Aires, lo hace Selva Almada. Entre Ríos. Tiene unos personajes increíbles y unas historias increíbles”. Insito, mientras bebo mi vino tinto: no hay nada nuevo, no hay ruptura, se ha dejado de lado la búsqueda de nuevas formas de lenguaje: “Muchas novelas de nuestros conocidos me parecen una novela más. Ese rupturismo tendría que ser un aliciente, ese rupturismo del que hablás vos. Y no escribir a la par de los demás, aunque suene muy boludo: escribir porque está de moda escribir sobre tal cosa. Y a veces hasta la historia es mala, no tiene investigación en el leguaje. Y a veces está mal escrito. Y el lenguaje es tan infinito que si lo reducís a la forma del habla, del habla cotidiana, es un poco matarlo”.
Bebemos. ¿Volviste a leer Cuatro simulacros de fusilamiento una vez publicado?, le pregunto a Boris Katunaric.
“Creo que entero no, pero sí, volví a leerlo bastante.”
¿Qué te pareció?
“A diferencia del libro anterior, todavía lo quiero mucho. Me dan ganas de leerlo. Leer los poemas en ciclos. Del anterior terminé leyendo los pocos poemas que me gustan. No creo que no haya un poema en este libro que no me gustaría leer. O que dejase afuera. Eso todavía no me pasa, y con respecto a este salto que decías, esta maduración, yo también me di cuenta, me di cuenta cuando el libro ya estaba terminado, en ese momento que estás definiendo cosas y dije: esto creció. Como las plantas, que las vas regando y un día decís: mirá las hojas que tiene. Por el momento no tengo nada de qué arrepentirme.”
Boris Katunaric recomienda Oktubre de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota:
“¿Es muy obvio? Bueno, digamos que los clásicos nunca mueren y menos cuando fueron vanguardia. Si bien se trata de una banda de rock, en Oktubre el pop saca chispas. “Motor Psico“, “Canción para naufragios” y “Preso en mi ciudad” conforman las tres marías dark de la obra. La voz del Indio Solari no se volvió a escuchar de esa forma en ningún disco ni presentación en vivo, al día de hoy me desvela pensar de dónde carajo peló ese falsete. “Jijiji” tiene el mismo efecto insomne sobre mí, aun me deja pensando en cómo son “los ojos ciegos bien abiertos”. Las incógnitas suelen ser un punto de partida para muchos, este es el mío”.