Jimena Repetto adelanta un fragmento de su nuevo libro “Diario de Yoko”, a punto de ser publicado por la Exposición de la Actual Narrativa Rioplatense.
En la contratapa, la nota que le dejó un vecino anónimo para informarle que su perra Yoko se había caído del balcón:
“Atención dueños del perro 5º piso:
Quería avisarles que el perro cayó de la cornisa sobre un auto. Tocamos timbre pero, al no encontrar a nadie, tuvimos que dejarlo en la calle en una bolsa naranja. Revisamos si respira pero parece que con el golpe tuvo una hemorragia fuerte y no aguantó.”
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Inti apareció en una foto con los ojos apenas abiertos, todavía celestes. El álbum se llamaba “Cachorros de Ranelagh”. En total eran diez. Todos chiquitos, peludos y en la gama de los marrones. A los machos, les habían puesto nombres de gladiadores: Agrón, Gannicus, Espartaco. Inti era Oenomaus.
El criterio que habíamos establecido con Pablo para elegir perro era claro: no tenía que parecerse en nada a Yoko. O sea, no podía ser hembra, ni tener pelo corto ni negro, ni lunar en el hocico, ni contextura petacona. Más bien podíamos aceptar hasta un tamaño mediano, aunque es casi imposible predecir cuánto va a crecer un cachorro.
Antes que a Inti, yo había elegido a otros dos. El primero murió de moquillo. Lloré por un perro que no conocía, por la posibilidad que nos perdimos de conocernos. A la segunda, la adoptaron antes de que Pablo y yo termináramos de ponernos de acuerdo si queríamos volver a tener una hembra. El tercero, de común acuerdo, fue Inti.
Mandé un mensaje por Facebook: “Hola, soy del barrio de Congreso, Capital. En casa hoy somos tres: Pablo, nuestro gato Simba y yo. Vivimos en un departamento grande, pero el balcón es chico. Igual estamos a una cuadra de la plaza. Teníamos una perra que falleció y ahora queremos adoptar un cachorro. Estamos muchas horas en casa porque trabajamos acá, así que buscamos un compañero de hogar y de oficina. A cambio, nos comprometemos a llevarlo a pasear y al veterinario. Vimos a Oenomaus. Si sigue buscando familia, lo esperamos.”
A la semana vino Inti en un auto lleno de perritos que iban a conocer las casas de sus adoptantes. Jésica, quien le había dado tránsito desde recién nacido, se despidió de él con mimos atrás de las orejas y le cantó una canción de Mercedes Sosa. Inti saltó del auto a los brazos de Pablo y le dio un lengüetazo. Supuse que nos íbamos a llevar bien.
A los hermanos de Ranelagh los criaron Jésica y Ariel. Jésica es asistente social y, cuando puede, ayuda a algunos cachorros. Tiene dos perros que, cada tanto, comparten el territorio con los que llegan de forma temporal.
Inti era uno de los más chicos de la camada. Como no comía mucho, le tuvieron que dar mamadera. Así se acostumbró a estar subido a las faldas de Jésica mientras Ariel le cantaba hasta que se dormía.
Antes de despedirse, Jésica nos hizo firmar un contrato donde nos comprometimos a cuidar a Inti y nos prometió pasar a visitarlo. Nos abrazamos, subió al auto y cerró la puerta trasera. Agrón y Mielcita saltaban por el tapizado. María Rosa, una de las compañeras de Jésica, guardó el contrato en la cartera y nos sacó una foto. Nos contó que la semana pasada le devolvieron un perro porque rompió una planta.
Omaemeus se llamó Otoño el primer día. Le dijimos Oto y durmió en nuestra cama. Comió del platito de Yoko y Simba lo ignoró. A la mañana siguiente, Pablo me pidió que le cambiáramos el nombre. “Oto suena a Yoko”, dijo.
Hoy es el tercer día de Inti en casa. Masticó la almohada y hay plumas hasta en el baño.
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Inti no tenía sarna como Cocó, pero trajo una colección de pulgas que está haciendo lo imposible para obtener una residencia permanente en casa. Probamos fórmulas caseras, limpieza profunda de zócalos y ahí están todavía las herederas de la camada que conquistó el departamento.
La veterinaria de Inti le da una golosina después de colocarle la vacuna que le corresponde y él vuelve a la vereda tranquilo, como si no hubiera aullado desalmado en el consultorio. Es un perro que no asusta a nadie, de esos que sólo saben mover la cola, subirse al sillón y hacer caca en el comedor, en especial cuando tenemos invitados. Tiene un collar rojo y una correa. No le gustan los truenos, pero sí mojarse con el agua de la canilla del patio de mi mamá. Le compré en una feria americana un chaleco de lana que alguna vez protegió del frío a un niño pequeño y que recientemente alimentó a una familia de polillas. Cuando sale a pasear es bastante vago y prefiere echarse para ladrarles a perros, palomas y personas que no son de su agrado. Leer en la plaza con Inti puede ser bastante incómodo.
Jimena Repetto nació en Buenos Aires. Es Lic. en Letras por la UBA, estudió Dirección de Cine y, en la actualidad, estudia Guión en la ENERC y Dramaturgia en la EMAD. Fundó y dirigió durante seis años la Revista Siamesa (www.revistasiamesa.com.ar). Fue seleccionada por el Ctro. Cultural R. Rojas para realizar clínicas de crónica, narrativa, novela y poesía, así como para ser parte de la Escuela de Escritores. Organizó, junto al grupo “Siete Grados”, el ciclo de poesía y música “Ah Um dijo un sapito”. Escribió y co-dirigió la obra teatral “Bypass: que las cosas sean como siempre debieron ser”. Co-editó Proyecto Volley (www.proyectovolley.com.ar), una plataforma de colaboración entre fotografía y literatura. Sus textos literarios, crónicas y críticas aparecieron en diversos medios culturales de Argentina, México y Chile. Participó en antologías de poesía y narrativa, y publicó las plaquetas: “Por si acaso” (Color Pastel, 2008); “Tres átomos” (Viajera Editorial, 2010) y “La ciudad de las ballenas cautivas” (Proveedora de droga, 2011). En 2012, publicó el libro de poesía Autos rojos Bestias impares (Toca de Sata). Diario de Yoko es su primer diario que se edita (Exposición de la Actual Narrativa Rioplatense, 2014).