Con dos libros de cuentos previos, El núcleo del disturbio y Pájaros en la boca, Samantha Schweblin ya había presentado su voz. Historias extrañas, en algunos casos de humor negro, en otros fantásticas, con algo de violencia y un cuidado por el lenguaje y un virtuosismo a la hora de narrar que la hicieron emerger dentro de los nombres de los jóvenes escritores en lengua hispana; tanto es así que la revista Granta la nombró como uno de los veinticinco escritores sub-40 a los que estar atentos.
Y llegó la primera novela. Y todo lo que se podría esperar se cumple. Distancia de rescate es un libro que lleva el horror en sus páginas. Las frases cortas, la voz de la protagonista, los tiempos de la narración, todo encaja perfecto en esta historia que transcurre en el campo, en el interior de la provincia -de ésta o de cualquier provincia- donde la protagonista, Amanda, pasa sus vacaciones con su pequeña hija Nina. Ahí, en ese pueblito rural, conocen a Carla y a David. Y se pone en marcha el terror. Con un ambiente de tensión constante, Amanda va reconstruyendo cada momento, cada palabra, cada gesto de Carla, su vecina, y de su extraño hijo enfermo. Y presiente el peligro. Y nosotros, mientras leemos, también sentimos ese peligro que está ahí, al acecho. Es una presencia entre los pastizales, en la tierra, en el agua, en los animales, es un agente contaminante que avanza y coloniza los poros. Amanda vuelve sobre sus pasos, cada momento en que se aleja de Nina queremos que vuelva, que no la deje sola, que no la deje meterse ahí, que no toque eso, que se aleje de David.
Distancia de rescate nos interpela como padres, y nos coloca en un lugar paranoico, nos deja preguntas. ¿Podemos evitarle a nuestros hijos todo lo malo? ¿Cuándo soltamos ese hilo invisible que nos une y los mantiene cerca de nuestra mirada protectora?
El paisaje es un protagonista más de la novela, un poco a la manera de Stephen King o de Peter Straub, ambos expertos narradores de horrores. El ambiente, la casa, los lugares por donde se mueven esas dos madres son opresivos, la sensación de que algo malo va a sucederles es inminente todo el tiempo.
Esa tensión entre el campo y la ciudad, lo rural, lo urbano, la salud y la enfermedad, el pueblo enfermo, los sembradíos infectados, los niños enfermos, las turistas que se convierten en víctimas.
La primera persona en la que está narrada nos pone en el lugar de los hechos y avanzamos a ciegas con Amanda, sabemos lo que ella sabe y desconocemos lo que ella desconoce. Sentimos los mismos miedos. Y cuando llega el final, cuando nos damos cuenta de lo que pasó, es tarde. Y dejamos el libro atemorizados, con espanto, con dolor de estómago, con la sensación terrible de que se terminó pero de que algo se quedó adherido a nuestros dedos, algo que hay que lavarse con agua, aunque no confiemos en el agua, ni en que lo que sea que haya quedado en nosotros pueda eliminarse por completo.
Distancia de rescate
Samanta Schweblin
Random House
124 páginas