La historia que cuenta El Aire (1992) de Sergio Chejfec comienza con la partida de Benavente que, sin explicitar las razones, abandona a su esposo Barroso. Ni él ni el lector tienen acceso a las causas o peleas que generan la separación, sólo una sobria notita que anuncia su partida y sus ganas de no ser seguida, por lo que sigue a continuación es el dilema del protagonista entre quedarse en su casa esperando o salir a buscarla.
La cotidianeidad de Barroso va a comenzar a trastocarse a medida que la ausencia de su mujer se va haciendo más concreta, el trabajo, las comidas, los sueños, la ropa, los vecinos, el espacio donde vive se vuelve apretado y extraño para su persona y por eso su manía de calcular magnitudes se extrema con el fin de llenar la ausencia, responder preguntas, algunas de tipo existenciales y otras completamente absurdas, así como por ejemplo se retrasa en la calle mirando hacia su departamento pensando diferentes maneras de medir (de forma temporal y espacial) la distancia que existe entre la vereda y su balcón por el que vio por última vez a su mujer.
Frente a días interminables (en los que el lector comienza a sentir lástima por el papel ridículo con el que Barroso enfrenta el desasosiego cotidiano), casi como un autómata decide hacer repetidos recorridos por la ciudad. En este punto se presenta la segunda historia que cuenta El Aire que no sólo se basa en un desamor sino que además muestra la decadencia de la ciudad de Buenos Aires. Cuando Barroso sale a caminar cede el protagonismo a una ciudad que roza lo distópico, en donde aparecen las desesperadas e improvisadas casas que se construyen arriba de las terrazas de edificios por manos inexpertas, hombres desocupados y mujeres trabajadoras que configuran una nueva arquitectura irregular, una ciudad donde existen zonas de completa obscuridad semejantes a una “boca de lobo” (titulo de otra novela de Chejfec) que traga y expulsa personas, la gente completamente desconfiada intercambia miradas furtivas entre sí y la basura se vuelve un tesoro para todos. Esta última situación se debe a que el dinero deja de ser la fuente primaria de medio de intercambio y es reemplazado por el vidrio: VIDRIO ES DINERO, es el aviso que aparece en los diarios. Así, Buenos Aires deviene en ciudad post-apocalíptica en donde es común ver a las personas revisar la basura en busca de botellas.
La genialidad de Chejfec reside en hacer coincidir el hundimiento personal con la crisis social del momento. Resulta un un guiño el nombre de la mujer de Barroso ya que Bena-vente hace referencia clara a Buenos Aires, los dos elementos que él contempla con perplejidad debido a sus cambios inesperados. A pesar de las referencias y la explícita apelación, resulta casi profética la forma en que se muestra una geografía en pleno proceso de fragmentación y transformación hacia lo irreconocible y lo extraño, en donde se puede pensar en una urbanidad futura pero que, paradójicamente, retrocede en sus formas al pasado.
El aire
Sergio Chefjec
2008 – Alfaguara