José Caputo más conocido como José Sbarra fue poeta, dramaturgo, guionista y autor de libros infantiles y juveniles.
Nació en 1950. No terminó la secundaria. Escribió para Billiken así como también para Playboy. Todo en su obra es contradictorio y controversial. Se movió en el underground porteño de los años 80 buscando sexo, drogas y literatura. “Porque para mí la vida siempre se dividió en drogas, sexo y literatura. Aunque te parezca raro, leer y escribir son dos cosas que si no las tengo no me interesa la vida. Las tres tienen la misma importancia”, dijo en una entrevista con Enrique Symms.
En la contratapa de su primer libro, Obsesión de Vivir, se lee: “Desde niño fue mentiroso, es decir, amó la literatura”.
Sus dos novelas más conocidas son Marc, la sucia rata y Plástico Cruel. Esta última, novela polifónica, reeditada en 2017 por Dagas del sur, empieza sin preámbulos, ni anestesia: “Me contó su vida en el baño de la Estación Central. Cuidaba cerdos, y olía a eso, pero se negaba a tocarme. Cogía en una batea con una cerda y le daba asco tocar a un travesti. Sin embargo, en sus ojos, hubo un margen de curiosidad cuando le mostré las tetas… Y, como que soy la más puta de las poetas, aproveché ese margen”.
Esta novela es una serie de amores no correspondidos: Bombón, poeta y puta, se enamora de Axel, un joven recién llegado a la ciudad que solo quiere hundirse en las drogas y el sexo como una manera de negar la realidad. Axel se enamora de Linda Morris, una chica de clase alta. “Escribí Plástico cruel para demostrar que no existe el amor. Que el amor es cultural, que la vida es sexo, que en el sexo estaba todo claro y no lo conseguí”, explica Sbarra. Ciertamente no lo consiguió porque no hay nada claro en su novela. Los personajes están perdidos, enamorados de las personas equivocadas, vagan en una ciudad que no los comprende. El amor y el placer no siempre coinciden. Lo único que tienen todos en común es la búsqueda de una vía de escape, una excusa que les permita no sentir. Plástico cruel muestra la parte más sórdida de las inseguridades humanas.
Sbarra se prostituyó con hombres y mujeres hasta los 25 años. No encontró quién le publicara sus novelas así que creó su propio sello: Ediciones La Rata. También escribió libros para nenes, como por ejemplo Socorro, nadie me quiere, el primer libro de autoayuda para niños. En él, les habla sobre la risa, los abrazos, el aburrimiento, el sexo. “¿Hay que hablar o no de sexo con los padres? ¿Es preferible hablarles o hay que dejarlos en la ignorancia?”, se pregunta.
En estos textos podemos ver la otra cara de Sbarra. Su faceta más paciente y tierna. Lo mismo ocurre con sus poemas. Totalmente románticos, trágicos, exagerados. El mal amor, uno de sus últimos libros, publicado luego de su muerte, tiene poemas tajantemente desdichados como “No. / No conocí el amor. / Solo conocí / el exasperante deseo de que el amor existiese”, o “Alguien pronuncia mi nombre / la grúa detiene su acción devastadora / alguien pronuncia mi nombre / los obreros se quitan los cascos y abandonan su tarea / alguien pronuncia mi nombre / soy una demolición en suspenso”.
Otra de sus obras más suaves y azucaradas es Los pterodáctilos, una historia de amor entre dos pterodáctilos narrada en breves capítulos que parecen poesía en prosa: “En la sinfónica turbulencia de la atmósfera, entre nubes doradas, un pterodáctilo vuela junto a su pterodáctila. Sus ojos antediluvianos son los espejos del fuego en el corazón de los volcanes. Vuelan juntos. Como viajeros elegantes”. Los pterodáctilos “es la historia de amor de José y el final de su vida”, cuenta Pipi, la hermana de Sbarra, en Las Invitadas.
José Sbarra murió de sida en 1996. Pasó su último tiempo hospedado en la casa de su hermana, terminando de dictar los poemas de El mal amor. Sus cenizas se esparcieron en Necochea donde conoció a Gustavo, el gran amor de su vida.