Este es el más sureño de los sureños, tal vez más que Faulkner y algo más que Flannery O´Connor. No importa que sepamos poco o nada sobre Erskine Caldwell pero hay un dato sobre su infancia que no podemos pasar por alto: con sus pertenencias en una pequeña valija, se la pasa yendo y viniendo por el sur de Estados Unidos. Guiado por la errática profesión de su padre, un ministro de iglesia presbiterano, profundamente conservador, se internaban entre campesinos para promulgar la fé protestante. Esto le permitió anidarse en el mundo del campo y en “camino del tabaco” demostrar que tan generosa se puede volver la mirada de un escritor cuando el mundo que retrata es el mundo del cual proviene.
Lejos de adornar personajes con descripciones, se remite a los hechos y no a los personajes. Así, con las escenas limpias, nos convertimos en fiscales, juzgando los acontecimientos con nuestros propios valores, generando una relación íntima y subjetiva con las circunstancias.
En “Camino del tabaco” si el obstinado Jeeter Lester pudiese inflar una de las ruedas de su viejo auto y cargarle algo de combustible, podría viajar a Augusta e intentar, una vez más, vender una madera que por dura, de todas formas, nadie querría comprar. Aun así, quiere intentarlo porque si hay algo que rige al testarudo, es el férreo anhelo de que las cosas pueden cambiar, inclusive en el más derruido de los panoramas. Le queda solo eso, madera invendible y una cosecha de nabos llena de gusanos.
Lo que sigue no es menos terrible; Poca comida, tal vez, unos trozos de pellejo de tocino para hervir e inventar alguna sopa. Es tanto el hambre, que Lester entrega en matrimonio a su hija de doce años a cambio de unas mantas y botellas de aceite. Su otra hija, Ellie May tiene un defecto en el labio y no logra casarla con nadie “hasta los negros ríen de ella” dice. Dude, el único varón que sigue en casa, parece algo retrasado y al igual que su padre, tiene poco interés en trabajar.
A Dude lo casan con una viuda ministra de iglesia, la Hermana Bessie, veinticinco años mayor que él, y con la nariz sin cartílago. “He sido así desde que tengo memoria y creo que mi nariz no crecerá nunca” le dice a Dude cuando él ríe de ella. La ve como un monstruo y a pesar de nunca haber manejado un automóvil, a la idea de tener uno lo lleva a mantener relaciones con la vieja viuda.
Ada, la esposa de Jeeter Lester, no tiene dientes de tanto mascar tabaco y mientras su hijo golpea con una pelota de baseball la casa, haciendo un estruendo infernal, su única preocupación es que su marido le consiga un vestido bonito para usar el día de su muerte.
“Ada y él habían tenido diecisiete hijos. Cinco de ellos habían muerto y los restantes se habían dispersado en todas las direcciones, quedando en casa solamente Dude y Ellie May; es cierto que Pearl estaba a sólo tres kilómetros de allí, pero nunca había vuelto a visitar a sus padres, y éstos tampoco habían ido a verla. Los que murieron habían sido enterrados en distintos lados del campo, y como no habían marcado sus tumbas y la tierra había sido arada después de estar enterrados, nadie hubiera sabido encontrarlos, de haberlo querido”
El camino del tabaco es un relato sobre el derrumbe y la incapacidad de adaptación de una familia a los tiempos que corren, donde la vida agraria se debilita y las transformaciones socioeconómicas tienen como protagonistas a las ciudades y centros industriales. Sobre esto, el viejo Lester dice:
“Uno no puede escapar a la primavera escondiéndose dentro de una condenada fábrica, sino que hay que quedarse en el campo para sentirse bien. Eso es porque las fábricas fueron hechas por hombres; en cambio Dios hizo la tierra, pero no veras que haga esas malditas textiles. Por eso no voy allí como los demás, y me quedo donde Dios me hizo lugar.”
“También es posible pensar esta obstinación como una forma de amor a lo único conocido por estos hombres, la tierra.”
El Camino del Tabaco
Erskine Caldwell
Editorial Navona