De la contratapa del libro: “El común olvido es un viaje sentimental por la memoria desperdigada, el retorno a un país sin epitafios. El protagonista de esta novela es un académico argentino camuflado o albergado, según el caso o el lapsus, en la lengua anglosajona. Un episodio familiar lo devuelve al pasado. El motivo parece simple: el cofrecito con las cenizas de su madre ha desaparecido de la bóveda de la Recoleta. Desaparición inaudita que convertirá al protagonista en un investigador de su identidad afectiva. (…) Esta ‘Argentina revisitada’ le permitirá desempañar el retrato de su madre (…) a través de las palabras que recibe de los allegados a su madre como legado de un silencio prematuro.”
Bastante lejos estoy de ser amante de los libros usados. Los acepto –e incluso llego a tomarles cariño–, como quien acepta a un hijo no buscado, sabiendo que, probablemente, te acompañe por el resto de tu vida.
Pero debo admitir, no sin cierta vergüenza (la de clase media cuando tiene gustos burgueses), que prefiero los libros nuevos. Ejemplares limpios, impolutos, pulcros, despejados, con hojas blancas que encandilan cuando les pega el sol, con olor a nuevo que emanan al abrirlos, vírgenes, sin haber sido ultrajados x ningún otro ser humano.
No soporto los libros contaminados. Odio encontrarme con esquinas de páginas dobladas, flores secas como señaladores o insectos aplastados intencionalmente (asesinados sin razón) en la mitad de un párrafo. Un poco más simpático me resulta encontrarme con boletos viejos de colectivo, esos que la gente coleccionaba cuando eran capicúa.
Pero hay algo que detesto más: las frases subrayadas y cualquier tipo de notas al margen. Y si fueron hechas en birome, peor aún. Habría que inventar un registro nacional de propietarios de libros para eliminar del planeta a quienes usan tinta para marcarlos.
Cuando un libro está marcado no puedo dejar de leerlo sintiéndome influenciado por una fuerza superior (el lápiz o birome de aquél lector anterior) y agenciándole una importancia suprema a aquellas oraciones que aparecen subrayadas y que me hacen creer que en ellas existe la iluminación necesaria para entender la finalidad última de lo que se está leyendo, como si pudieran resumir lo que quiso decir el autor, y que el resto sobra, es relleno.
Intento evitarlo pero no puedo. Así que intento evitar los libros usados. Pero tampoco puedo.
Como suele decirse, siempre hay excepciones que confirman las reglas. Hace ya un tiempo venía buscando la nueva edición de la segunda novela de Sylvia Molloy, “El común olvido”. Pero, demasiado costosa, fui retrasando su compra hasta que terminé encontrando de casualidad la tercera reimpresión (abril de 2004) de su primera edición (julio de 2002) en los saldos de una librería de usados de calle Corrientes -a mitad del precio de la edición nueva-.
Y sí, tiene todas esas cosas que aborrezco: subrayados, marcas en los márgenes, nombres de personajes al comienzo de cada capítulo que anuncian de qué se va hablar, flechas que salen de las palabras y que terminan en inscripciones como “Tonto!”, “identidad judío homosexual”, “escribir para no olvidar”, “pureza de los recuerdos” o “memoria argentina vs. memoria inglesa”. No parecen hechas por un simple lector que subraya al pasar cosas que le gustan. Parecen las notas de un estudiante de letras, alguien que probablemente haya tenido que rendir un examen final sobre el libro.
Pero para mi sorpresa, los subrayados de este anónimo que, por supuesto no pude evitar leer, son de lo más pertinentes y me ayudaron a entender mejor y disfrutar más la novela de Molloy.
Así que aprovecho para compartir algunos:
Página 14: “Decía mi madre que la memoria es un don elusivo, a menudo infernal. Cuando trato de acordarme de ella, no logro detener una imagen fija sino un torbellino de figuras superpuestas.”
Página 30: “Nunca vas a aclararlo todo, siempre te va a quedar una laguna por llenar.”
Página 35: “Tendría que poder defenderme a estas alturas de las sacudidas de la memoria y sin embargo, en este viaje, me asedian los más mínimos detalles.”
Página 53: “Fue entonces que todo me pareció ridículo, esta búsqueda nocturna baratamente sentimental, esta pesquisa de amateur que vengo realizando en las últimas semanas, este pensar que a partir de un billete de un peso y unas pocas chucherías voy a averiguar algo nuevo sobre mis padres o voy a sentirme más yo. Casi no recuerdo la casa donde nací y donde pasé mis primeros años, y lo poco que sí recuerdo no es grato ¿para qué entonces reinventarla?”
Página 60: “…son esas las nimiedades que colecciona mi memoria mientras deja pasar cosas más grandes.”
Página 76: “Creía que ese pasado era mío, por lo menos en parte; ahora me doy cuenta de que no lo es, que por más que intento no logro asirlo. Mi pasado, el que creía ser mi pasado, es de otros, no me corresponde.”
Página 103: “…la inocencia no se pierde por un acontecimiento aislado, el acontecimiento sólo sirve para mostrarnos que, irremediablemente, la hemos perdido.”
Página 123: “Tenía una memoria impresionante, dicen que era capaz de reconocer las cartas por el lomo, porque siempre un naipe es distinto a otro, por aquello de que no hay dos cosas exactamente iguales en el mundo.”
Página 135: “Cuando ya no te acuerdes de mí, te acordarás de esta caricia, y no sabrás a quién se la hiciste, y ese no acordarte será intolerable.”
Página 217: “…a lo mejor uno se resigna al hecho de estar compuesto de fragmentos contradictorios.”
Página 225: “Esa es la memoria que no te enseña nada, porque para entender tienes que aceptar los huecos, incluso provocarlos, tienes que aprender a olvidar.”
Página 322: “…sé que no soportaría enterarme de una sola cosa más.”
Página 324: “He decidido volver a casa.”
Página 337: “…información que yo ansiaba poseer pero que, una vez obtenida, me entristece sin que yo mismo entienda bien por qué.”
Página 356 (la última): “Y no pregunté más.”
Por primera vez, hubiese querido que en la primera página, figurara el nombre y los datos del anterior buen lector, para agradecerle su atinada lectura. No me hubiese importado que sus notas fueran en birome, lo hubiese indultado. Pero por más que vuelva y vuelva sobre esa primera página, continúa siendo la única de todo el libro que está en blanco.