“Amanecerá en mis párpados apretados”, J. L. Borges.
“Jorge Luis y vos pudieron ser felices’. Le dije: `No seas cursi, Laura Láinez, felicidad es solo una palabra’. Y ella, afectándose de filosofía: `Las cosas son gracias a las palabras’.”
El marido de mi madrastra está dividido en dos partes, y su resultante es monolítica. Compacta, sólida y sin fisuras. Tan emparentados están los relatos, que sus personajes podrían tranquilamente visitar otros cuentos sin parecer extranjeros.
Los primeros relatos, presentados como una serie de retratos familiares dejan la huella de un universo impalpable, lúcido e imborrable. Y con los agujeros negros que nos regala siempre la memoria.
Relatos parecidos a daguerrotipos, borrándose por el paso del tiempo. Imágenes que, a la vez que se van construyendo, están en proceso de descomposición. Como si hubiera una necesidad irrefrenable de contar, de plasmar estos personajes antes de que desaparezcan para siempre.
Para hablar de las costumbres de dos gatos dice: “Como del aura, soplo del aire, ellos aparecían brotados de las nubes o del respiro arisco de la fronda enhebradora de hilazón neblinosa. Bajo la lluvia nunca salían al parque o al campo.”
Venturini construye un lenguaje tan potentemente lírico y sórdido al mismo tiempo, que dan ganas de leer todo el libro en voz alta, para tener la posibilidad de escuchar cómo suena ese entramado imposible.
“Durante una comida regada con mucho vino, la pareja siniestra empezó a bromear pasando las piernas por debajo de la mesa (…) Tomaron impulso y, moviéndose, perdieron estabilidad; la tabla se volcó encima de mi mamá y de mi hermana. Los zafios me vieron; me atraparon. Ella ofreció: ‘Vamos… terminá de una vez con esta atorrantita… ¿no ves que le gusta?’. El soez destrozó mi cuerpo. Entre tablas arrasadas, comida aplastada, papeles desdichados, terminé mi infancia a los seis años.”
Si El marido de mi madrastra fuera un álbum de fotos -y un poco lo es-, sería de lo más extraño, lleno de rarezas, deformidades y fantasmas. Gatos volando en medio de tornados. Niñas que nacen con un bulto negro en su cuello. Otras que caen de su infancia para golpearse con la locura. Una maestra que se enamora de un ventrílocuo de circo. Tres hermanas que, equivocadas, matan a un viejo por venganza. Padres adoptivos. Y gitanos. Muchos.
Las cosas son gracias a las palabras. Pero también dejan de ser gracias a ellas. Generalmente, para empezar a ser otra cosa.
Ah. De la edad de la autora no voy a decir nada.
El marido de mi madrastra
Aurora Venturini
2012 – Mondadori