Oscilando entre el verso y la prosa y lo anecdótico y lo onírico, Alejandra Santoro, Licenciada en Ciencias de la Comunicación, presenta su primer poemario: El mecanismo del agua (Hojas del Sur, 2021). “Ahí, donde vive/ la humedad, estoy yo”, así se ubica está voz poética que nombra el agua, pero en realidad busca la tierra, enterrar las manos en lo arenoso y llegar hasta las raíces: “porque rompo la tierra/ con los dedos y meto/ las manos bien/ adentro porque quiero”.
Estos poemas buscan dos cosas: volver a lo primitivo y desarmar el lenguaje. En cuento a lo primitivo, lo encuentra en los elementos más básicos: el agua, la tierra, el fuego. En cuanto al lenguaje, entra en una especie de guerra con él. “El lenguaje es una trampa”, dice con la simpleza de quien sabe a qué se enfrenta. Luego cruza todas las páginas navegando las palabras, rompiendo la cáscara para ver qué hay dentro. Cuenta que a partir de la palabra descubrió el mundo, que con una amiga inventaron un idioma propio para poder “llenar de significado lo absurdo”, que le llevó mucho tiempo descifrar su segundo nombre y que para hacerlo tuvo que “desarticularlo todo/ tratando de encontrar el/ significado de lo mío”.
Alejandra Santoro, como muchos de nosotros, intenta entender el mundo, por eso sus poemas son preguntas: “Que sabía qué decir/ pero no sabía cómo”. Por eso mira las palabras con lupa y juega con ellas hasta que digan algo lo más parecido a lo que quiere. Sin miedo, juega con la forma. Sin perder la musicalidad pasa del verso a la prosa y de la prosa al verso como quien se cambia de ropa, se olvida por momentos de la puntuación, incluye listas y hasta una serie de poemas en prosa muy breves que podrían ser fotos tomadas por un turista atento.
“Nombrar lo que no existe/ Creer que las palabras/ tienen el poder de revelar/ lo que permanece anónimo”. El mecanismo del agua es una oda a la palabra escrita, al acto casi milagroso que ocurre cuando nombramos y creamos.
¿Cómo llegaste de las Ciencias de la Comunicación a la poesía?
Creo que el proceso estuvo ligado a la urgencia del decir. Hay algo de la poesía que tiene que ver con el instante, con lo inmediato. Y la comunicación está siempre presente, atravesando todo tipo de formas de expresión. De todas maneras, hay algo muy “comunicológico” en los textos, en cuanto a que no me puedo desprender del todo de la mirada crítica respecto de las estructuras, los sistemas, el sentido.
Es un poco imposible escribir sin cuestionarse el acto mismo de la escritura. En este poemario hablás mucho sobre el lenguaje, ¿llegaste a alguna conclusión final?
Nunca llegaré a ninguna conclusión porque creo que el lenguaje se transforma constantemente y, de alguna manera, eso es lo que me convoca. Así que no tengo conclusión, pero sí una consigna: si estamos atrapados por el lenguaje y no nos podemos salir de ahí, al menos que quede el intento de romper las palabras, estirarlas, morderlas, sacrificar algunas, rescatar otras. En definitiva, como dijo Vicente Luy, la poesía es la única ciencia que se ocupa del problema.
No son muchos los poemarios que se dejan ser en prosa. ¿Cómo fue el proceso de escribir poesía en prosa?
Ocurrió desde el desconocimiento, porque justamente no sabía que lo que estaba escribiendo era poesía. No fue algo calculado, tomó identidad una vez terminado. Y de pronto me di cuenta que unos cuantos textos escritos en prosa hablaban desde un lugar que está más ligado a lo incomprensible, a lo perdido, a lo que se dice sin saber bien para qué, pero no puede más que decirse.