Pedro Yagüe estudió Sociología en la Universidad de Buenos Aires y actualmente es doctorando de Ciencias Sociales en la misma casa de estudios. Engendros es su primer libro publicado en el 2018 por la editorial Hecho Atómico, tiene una novela inédita y otra en la que se encuentra trabajando actualmente. El viernes 24 de abril estará leyendo sus textos en “Esto no es un ciclo”, en Animal Teatro. Engendros es un conjunto de ensayos que retoman las voces de una serie de escritores: Barrett, Mansilla, Fogwill, Gombrowicz, Lamborghini, Carri, Asís, Viñas y Rozitchner, como una oportunidad para problematizar qué es la escritura, el mundillo de los poetas y el académico, la relación entre afecto y razón. El análisis de Pedro Yagüe sobre el campo literario es audaz y arriesgado para los tiempos que corren, donde los consensos se estrechan y compactan y las fisuras se temen como puntas de lanza. Nos encontramos una tarde en el bar de Almagro El Banderín y, peloteo mediante, charlamos sobre estos y otros temas.
¿Cómo fue el proceso de escritura de Engendros? ¿Surgió todo de golpe, fue una escritura larga?
Creo que el libro empieza a escribirse en el 2013 cuando descubro la filosofía de León Rozitchner. Es como si a partir de ese momento me hubiera permitido leer y escribir de otra manera. Rozitchner habla de la propia afectividad como un índice de verdad. Esa idea me gustó mucho y creo que la asumí como una especie de programa. Leía autores que me conmovían aunque no entendiera por qué, otros me embolaban, otros me llenaban de bronca. Pero sabía que ese era mi punto de partida: el tipo de emoción que me despertaban. Entonces empecé a escribir unos textos cortos en los que intenté identificar eso, entenderlo, y enseguida aparecieron preguntas en torno a la escritura. ¿Qué se pone en juego cuando se escribe? ¿Qué riesgos se asumen? ¿Qué relación hay entre cuerpo y texto? Lamborghini, Rozitchner, Carri, Viñas, Asís, Fogwill, Gombrowicz, Barrett, Mansilla: fueron excusas para pensar esas preguntas. Fueron imágenes que encontré y en las que, me pareció, había algo que aprender.
¿Por qué el título?
La idea del título va a dos puntas. Por un lado, quería dejar en claro que no estaba haciendo una exégesis. Cada capítulo no habla exactamente sobre un autor, sino sobre algo que me interesa de su relación con la escritura. Me di cuenta de que, al hacer esto, los estaba forzando, a veces incluso distorsionando para hacerles decir una idea. No era un retrato fiel. Era algo deforme. Un engendro. Al mismo tiempo me gustaba el hecho de que esa palabra, que remite a una deformidad, incluyera también la idea de engendrar, de crear algo nuevo. La lectura que hago de Mansilla, por ejemplo, la de Lamborghini o la de Asís, son muy discutibles desde el punto de vista exegético. Pero a mí eso no me importa. Escribo sobre ellos como una excusa para pensar, para decir algo que tengo ganas de decir.
El libro planea sobre cierta crítica al “mundillo de los poetas”, especialmente el contemporáneo: ¿todo tiempo pasado fue mejor?
Para nada, los mundillos existieron y van a existir siempre. El problema es otro, que no tiene que ver ni con el presente ni con el pasado, ni siquiera con esa gente, sino con el peligro de ciertas lógicas que terminan afectando a la escritura. Me parece que, por más que hable de autores pasados, el libro está escrito en tiempo presente. ¿Por qué me aburre esto? ¿Por qué me irrita? ¿Por qué este autor me parece fascinante y este otro intrascendente? Si escribí Engendros fue para poder responderme estas preguntas. Si hablo de los mundillos literarios, culturales y académicos es porque los reconozco como parte de una lógica de la que me intento diferenciar. Me parece que el problema aparece cuando la escritura se organiza y valora por razones externas a la escritura. Ahí aparecen los cálculos, los silencios, los amiguismos, la desesperada necesidad de pertenecer a un grupo. Al que sea, como sea. Y eso no puede no repercutir en lo que se escribe. Entonces siento la necesidad de exponerlo, de decirlo, no como una denuncia moral, sino porque hay algo en todo eso que me despierta una especie de productividad. Me hace pensar, me hace escribir. El capítulo sobre Viñas es claro en ese punto: el odio y la venganza como motor de la escritura.
En las diferentes voces que recorren el ensayo, hay una idea recurrente: la puesta en juego del afecto en relación al otro como potencia para la escritura más que el pensamiento o la razón. ¿Cuál crees que es la dificultad en el capitalismo contemporáneo para poner en juego el afecto en la escritura? ¿Desde dónde crees que se escribe, si no es desde este lugar?
Es que justamente no opondría afecto y razón. Meschonnic dice algo lindo y es que el lenguaje es el punto exacto en el que se muestra la unidad –y no unión– de cuerpo y pensamiento. Son cosas que van de la mano, incluso cuando parece que no. Con respecto al lugar del otro y a nuestro tiempo, creo que hay un tema con la primera persona, tanto en la poesía como en la narrativa, que es muy sintomático de esta época. Todo el mundo hablando sobre sí mismo, incapaz de asumir otro punto de vista, contando la anécdota de la anécdota de la anécdota. Es una especie de realismo autorreferencial. Hoy en día hablar de una lógica neoliberal es un lugar común, pero en este caso me parece inevitable. Veo una relación muy clara entre esta especie de realismo narcisista y cierta subjetividad de época. Y ahí hay una pérdida terrible. Se pierde a la literatura como lugar de experimentación, de exploración de problemas que solo pueden ser dichos y pensados de una manera específicamente literaria. Esto que digo no tiene que ver con la primera persona en sí. Por ejemplo, vos agarrás Cicatrices de Saer y encontrás un uso increíble de la primera persona. Y es que ahí, justamente, la primera persona cumple una función narrativa: muestra la multiplicidad de los puntos de vista. Hoy en día encontrás por todos lados una primera persona en la que pasa exactamente lo contrario. El punto de vista es el mismo. No se usa la primera persona, sino que se está condenado a ella. Esto se ve sobre todo en las redes sociales, en la epidemia de poemas y textos cortos en los que se habla sobre el amor o se cuentan anécdotas que son de lo más intrascendentes. Pero ahí también hay algo a pensar. Juan Solá es un síntoma. Porque no es algo que quede circunscripto a las redes. No me extrañaría que pronto llegue Planeta o Penguin a capitalizar ese estudio de mercado gratuito. Pero a lo que iba: si pensamos a ese tipo de escrituras como un síntoma, aparecen preguntas. ¿Por qué garpa eso hoy? ¿A qué sensibilidad apela? ¿Qué imagen de la literatura se construye? Creo que ahí hay un problema. Lo mismo pasa con ciertos textos que se pretenden políticos y que terminan siendo asquerosamente morales. Se escribe para confirmar lo que ya se sabe que se piensa, se finge defender una idea cuando se escribe para los que ya piensan como uno.
En el libro hacés una analogía entre el mundo literario y el académico al hablar de cierto pacto de autoregodeo. ¿Por qué creés que existe tal autoregodeo? ¿A qué necesidad responde?
Creo que tiene que ver con todas estas lógicas de las que venimos hablando. Sobre todo con la ausencia de una voz propia y con la falta de riesgo que eso implica. Te das cuenta cuando el que escribe asume un riesgo. Un riesgo estético, político, social, o cuando el escritor se sumerge en algún tipo de oscuridad, algo ligado a la condición humana, a sus miserias y misterios. En eso suele haber un riesgo y por lo tanto soledad. Y esta soledad, que puede parecer individualista, es completamente política. Es el rechazo a los consensos de estos mundillos, el rechazo a las lógicas de la academia y de la cultura. Una distancia necesaria. Por eso me da la impresión de que la lógica del riesgo muchas veces se opone a la de la pertenencia. Cuando Alan Pauls se propone armar una trilogía de los años setenta a partir del problema del llanto, del pelo y del dinero aparece algo que me gusta: es un proyecto literario, es la voluntad de pensar, de escribir sin saber bien a dónde te va a llevar eso. Después podemos discutir cómo lo realiza, pero el proyecto es bueno. Entonces vuelvo a mi pregunta brújula: ¿por qué me gusta eso? Y me doy cuenta de que me gusta cuando alguien escribe para pensar, cuando entiende que necesita narrar para comprender, que no le alcanza con la historiografía ni con la argumentación. Hay cosas que solo se pueden pensar y decir de una manera específicamente literaria. Para criticar al macrismo ya está Navarro. Te puede gustar más o menos, pero un escritor que arma un proyecto literario y lo sostiene está asumiendo un riesgo. Y eso a la larga se nota.
Respecto a la circulación de textos y poemas cortos en redes sociales, ¿creés que la poesía puede volverse masiva sin perder su calidad?
No creo que la circulación en las redes sociales empobrezca la producción literaria, al menos no necesariamente. Instagram y Facebook son lugares donde todo esto se expresa, lo bueno y lo malo. Hay cosas que me gustan mucho ahí, reflexiones, poemas, hay de todo. Por eso tampoco me parece que haya una relación necesaria entre la calidad de un texto y su masividad. De nuevo, el problema aparece cuando se valora la escritura por razones externas. Esta especie de realismo autorreferencial del que te hablaba me parece malo por razones estrictamente literarias. No veo una búsqueda de una voz, no veo una exploración, no creo que se ponga en juego una estética, no creo que se esté pensando nada y, por lo tanto, no se asume un riesgo. Es una escritura cómoda, más orientada a la construcción de una imagen personal que al tipo de apuesta que me gustaría encontrar cuando leo.
“La poesía nada tiene que ver con el mundillo de los poetas” decís en el libro. ¿Cuál creés que es el lugar privado y cuál el público que debería tener la poesía? ¿Cómo pasar al espacio público sin caer en las lógicas que mencionas? ¿Debe ser política de Estado la literatura?
Yo te podría decir “sí, la literatura debería ser una política de Estado”, lo ponemos como título de esta nota y todos quedamos bien: vos, yo, la revista. Pero al mismo tiempo siento que no te estaría diciendo nada. Me da la impresión de que los problemas que pienso en este libro van más allá de cualquier política que pudiera asumir un Estado. Creo que son cosas que van por carriles diferentes. En este país hubo siempre buenos escritores sin necesidad de planes del Ministerio de Educación o de becas del Fondo Nacional de las Artes. No es que yo esté en contra de eso, me parecen bien esos planes y me presento a esas becas (aunque no me salgan). Pero son cosas diferentes. Entonces retomo lo que me preguntás en torno a lo público y a lo privado. Me interesan los debates públicos cuando lo que se pone en juego son sensibilidades. Las discusiones sobre el canon, cada vez más infrecuentes, me parecen muy necesarias. Si yo te digo que me encantó tal novela y que tal otra me pareció ilegible, no lo hago para hacerme el canchero. Cuando uno dice eso está queriendo defender una sensibilidad, está queriendo dar un combate estético. Son discusiones que hay que dar, aunque alguno se enoje. Ahí vuelve a aparecer la lógica de la pertenencia y el temor: mejor no decir públicamente que tal novela me parece mala, a ver si justo me toca esa persona como jurado en un concurso, una beca o un cargo. Me parece importante defender lo que uno piensa y siente. Dar la pelea. Cada uno intenta defender una sensibilidad, un punto de vista en el que se reconoce. ¿Y entonces qué puede hacer una política de Estado en todo eso? Nada. O lo que es peor, te hacen leer a Mempo Giardinelli.
¿Cuál es el lugar de las amistades en la literatura ¿Cómo se tiene amigos sin caer en el onanismo de grupo?
Creo que se va dando de manera natural, son afinidades que se arman con quienes uno comparte un código, una sensibilidad, una cierta relación con el lenguaje. Hay un texto de Diego Sztulwark en el que define a la amistad como un ánimo común para escaparle a nuestro tiempo. Esa idea me parece hermosa porque la amistad aparece ligada a una resistencia, a un espacio donde algo del orden de la sensibilidad intenta dar una batalla. Entonces la amistad, en la literatura o en la política, me parece que está dada por la construcción de ciertas coordenadas intelectuales y afectivas desde las que resistir el presente. Incluso los muertos, esos sobre los que hablo en este libro, pueden ser considerados de esa manera. Engendros tiene un mellizo que también podría ser un amigo: El sacrificio de Narciso. Es un libro hermoso de Florencia Abadi, una amiga que admiro y quiero mucho. Son libros mellizos o amigos porque nacieron juntos, los editamos al mismo tiempo y con la misma editorial. Aunque, por momentos, no podrían ser más distintos. El otro día, habiendo pasado más de un año de que se publicaran, un amigo de Flor nos dijo que había notado muchas afinidades entre los dos, afinidades que ni ella ni yo habíamos registrado. Eso me parece lindo. Porque quiere decir que es algo que pasa y que excede a cualquier decisión. La amistad que me interesa va por ahí. Una afinidad por la afinidad misma, algo desprovisto de cualquier cálculo, de cualquier red de conveniencias.
¿Qué entendés por reconocimiento dentro del campo literario, cuál es la importancia que le das y qué tipo de reconocimiento te interesa, de quienes o de qué espacios y de cuáles no te interesa o no te parece tan válido?
La verdad es que no lo tengo muy claro. Uno siempre quiere que a los otros les guste lo que uno hace, lo que no quiere decir que uno haga las cosas para que gusten. Te mentiría si te dijera que no me pondría contento ser reconocido por los escritores que admiro. Pero bueno, después hay un tema de afinidades que, como te decía antes, es independiente de cualquier decisión. Yo no sé si a Diego Torres le gusta su público. Quizás compone pensando en un público re canchero, pero cuando llega el recital, levanta la cabeza y en la primera fila están Graciela y Ricardo. Creo que lo importante es que el reconocimiento o la falta de reconocimiento no afecten a la escritura. No digo que sea fácil, pero hay que intentar sostener esa causa, ese vacío, que te lleva a escribir. Y mantener la confianza en lo que uno hace. Después, lo otro, ya no depende de uno.
¿En qué proyecto estas trabajando actualmente?
Estoy laburando en varias cosas. Tengo una novela terminada y otra que estoy dejando reposar unos meses para poder darle una buena reescritura. También un libro sobre León Rozitchner, que este año o el siguiente debería entregar como tesis doctoral, pero que escribí pensándolo más como libro que como tesis.
Pedro Yagüe recomienda la canción “Eu preciso me encontrar” de Cartola: