Escribo pidiendo ayuda (Nulú Bonsai, 2018) es el nuevo libro de Micaela Szyniak luego de Hago señas para irme (Elemento Disruptivo Editora, 2015).
En este trabajo mantiene un hilo de conducción con el anterior donde el yo lírico naufraga. No sabemos si está perdidx, si vuelve, pero ansía llegar a una orilla, la que sea. A través del poemario se traza una consigna clara, que da nombre al cuerpo de obra.
En esta suerte de viaje de la heroína, Szyniak atraviesa tres ejes: 1) las definiciones en “Debería ser fugaz”, 2) las preguntas en “Acto de fe” y 3) un posible desenlace en “Escribo pidiendo ayuda”.
Debería ser fugaz
El libro comienza con una fiesta en la Navidad porteña. Hace calor, diciembre es un mes abrumador tanto meteorológica como políticamente. Por esas fechas, recordamos a Darío y Maxi en la masacre de Avellaneda, así como la represión reciente del 18 de diciembre del 2017 en la marcha contra la reforma previsional.
Gadamer sostiene que las fiestas tienen un tiempo propio, distinto cuando realizamos nuestra rutina. Las fiestas interrumpen en el día a día y generan otro tipo de temporalidad, se quiebran algunos límites, sin embargo “estoy harta de esperar el mejor momento”. Hay una particular ansiedad en el presente, al no saber con certeza qué va a pasar luego. A la vez, el tiempo es líquido, se diluye, como gotas de sudor en una tarde de verano.
Aquí Szyniak realiza un estado de la cuestión. En la academia, esto se refiere a los textos que exhiben la información conseguida hasta el momento para después hacer una investigación determinada. “Debería ser fugaz” presenta definiciones, como por ejemplo “Ser lesbiana no es una luz que yo deba prender / Ni tampoco apagar”. No sólo trata de delimitar un objeto de estudio, sino también preocupaciones sobre el deber ser: “Y yo debo ser una flecha hacia el futuro (…) Yo debo ir hacia mí”, lo que me recuerda un poema de Viel Temperley de Hospital Británico (1984): “Voy hacia lo que menos conozco en mi vida: voy hacia mi cuerpo”.
Acto de fe
A lo largo de este apartado, la autora escribe sobre casas. En las casas se cimienta lo íntimo y lo secreto, al decir de Wajcman. Dentro de cuatro paredes, se construye un espacio dentro nuestro que también compartimos con otros: los objetos que traemos y también, otras personas. “Otra vez soy una hija” señala la poeta en uno de los textos, porque al estar en la casa de los padres ese vínculo se renueva. Dentro de su propio hogar sus relaciones son otras, sin embargo, esa manera de nombrar varía. ¿Somos lxs mismxs al cambiar de casa? Si nos mudamos, ¿mudamos lo que somos, también?
En “Prender velas”, el yo lírico reza, de alguna forma respondiendo a la consigna de esta parte del libro. “Quiero ser precavida para vos / espero lo que tarda otra gota / en formarse y en caer, / ahora sí: apoyo la vela y no la soplo / me quedo mientras se consume / te protejo desde acá”. La práctica de prender velas se asocia a una costumbre religiosa, donde se encienden para poder dar apoyo a una persona que lo necesita. Tienen un doble significado: por un lado ayudan a ver (“hay alguien que me espera / para enseñarme a ver” según Babasónicos) y por otro, pueden llegar a prender fuego algo, por accidente.
Escribo pidiendo ayuda
“A veces escribo pidiendo ayuda / a nadie le agrada que otra / no sepa sostenerse”. Sin embargo, los poemas de esta última parte tratan de sostenerse, de ser un manotazo de ahogado. Aquí los textos brotan disparados, van de un tema a otro sin piedad y sin retorno. Ya no preguntan por el estado de las cosas, sino que se manifiestan con total entereza: “Soy sólo una versión de mujer fértil / que ya no debe asumirse / incapaz de lavar / la ropa en la mañana”.
Szyniak despide al libro, parece una botella arrojada al mar en busca de alguien que descifre el mensaje y lo haga parte de su hogar. O desesperadamente, pueda empezar a dar señales de humo, como una respuesta de auxilio.
“De mi generación puedo decir que vivió atormentada por una oferta a punto de acabar
En los encuentros amorosos y en las tardes libres
Donde el sol refulgía sobre un auto rojo en el que alguien de
Mi generación se apoyó y se quemó
Como una hoja sacrificada al fuego
Que vuelta humo ingresó en cada hendija de esta ciudad
Colapsó los pulmones en las fiestas y
No supo cómo abandonar los cuerpos a los que había entrado
Para mi generación el abandono fue una pastilla
Mitad éxtasis, mitad veneno
Que partió en pequeños trozos intentando descubrir
Cuál parte era la buena
Puedo decir de sus parejas, separadas y vueltas a encontrar tantas veces
Como los brazos de un nadador que busca en el fondo
Del océano una nuez, no para comerla sino para
Saber que tendrá un escudo contra el hambre,
Que la paz huía hacia los árboles vuelta humo
Y que mi generación trepó aquellos árboles y no supo descender
Aferrada a una rama quebradiza, buscó con los pies una porción de suelo
Y puedo decir que esa porción de suelo apareció por un instante.”