Ana, la niña austral (Letra Sudaca), del joven escritor Esteban Prado ha sido una de las mayores sorpresas dentro de la novelística nacional contemporánea. Su argumento podría leerse en un principio más o menos así: “Matías es un hombre joven, operador de una máquina en una gráfica, y Ana es una mujer misteriosa que irrumpe en su cotidianeidad para transformarla. Al principio, las cosas cambian con un leve tornasol, la nueva perspectiva de un enamorado, pero rápidamente ese tornasol se convierte en un tornado que arrastra a Matías a un año de viajes, aventuras, crímenes, conspiraciones y seres alucinados.” Pero es mucho más que eso. Es una nouvelle que abre un espacio propio donde coexisten por igual la ciencia ficción, el fantástico y el terror. El resultado es grato, porque arrasa con muchos prejuicios narrativos, dando lugar a una nueva concepción de hacer literatura. Una potente experiencia de difícil olvido.
Además de novelista, Prado ha incursionado en el cine, y es uno de los responsables, junto con Esteban Quiróz, del proyecto editorial Puente Aéreo, sello independiente que se ha encargado de hacer posible una circulación de libros tan originales como necesarios. En 2013, fue becado por la Fundación Carolina para asistir a un taller de escritura creativa en Madrid. En esa instancia, desarrolló la primera página de Ana, la niña austral.
Tu novela es el resultado de una ingeniosa triangulación de géneros, de modo que en sus tres vértices figura la ciencia ficción, el fantástico y el terror. ¿Qué te llevó a asociarlas?, ¿qué te interesa de cada género en particular?
La asociación de géneros no fue muy premeditada, lo premeditado fue la calibración final. Trabajar sobre Ana como un personaje bien potente y enigmático me llevó a ir dándole matices y facetas que tornasolan, que según desde dónde las miramos, nos llevan a diferentes géneros. Después busqué cierto equilibrio en el cruce y trabajé para que la asociación no permitiera que ninguno fuese dominante. De la ciencia ficción me interesan la tecnología y la genética; del fantástico, la posibilidad de definir mis propias reglas y pensar que son más verdaderas que la “verdad”; del terror, el suspenso, la sangre y los monstruos. La conspiración. En realidad, casi todas estas cosas pueden ir y venir: no es difícil pensar en monstruos para la ciencia ficción o en tecnología para el terror. Como ves me interesan las intersecciones, ser un poco histérico, escurridizo, cuando pensás que con esas tres palabras me estás tendiendo una red, cuando vas a agarrar el género, la novela serpentea y se vuelve culebrón.
Si bien escribiste la primera página de la novela estando en Madrid, ¿recordás cuál fue el disparador de la historia?, ¿una imagen, un argumento?
Cuando empecé a escribir Ana estaba muy obsesionado con Lara, un personaje que desarrollamos con Poppy Bras Harriott y Lucio Ferrante en Lara and the dead dolls, un corto de terror que nos trajo sus alegrías. Cuando fui al taller en Madrid, mi idea era llevar todos los ejercicios, cualquier cosa que me dieran, al terreno de ese personaje: Lara es una bruja bastante oscura que tiene la posibilidad de esquivar la muerte a base de ocupar un nuevo cuerpo a medida que el suyo se deteriora, con la letra chica que dice que no puede expulsar a la otra persona sino que deben convivir las dos. Así se va convirtiendo en un personaje raro, múltiple. Resultó que cuando escribí aquella primera página me di cuenta de que ya era otro personaje, que estaba contando otra historia, así que rápidamente Lara se convirtió en Ana.
¿Cómo trabajaste el personaje de Ana?, me imagino que no fue tarea fácil. Porque el lector está siempre preguntándose sobre su condición. ¿Esta mujer está alienada o es verdad lo que dice?, ¿cómo trabajaste esa zona de ambigüedad?
La construcción de Ana fue un ejercicio de prestidigitación: el trabajo consistió en colocarla en un lugar, parpadear y tratar de que ya no estuviera ahí. La zona de ambigüedad y Ana, la novela, para mí son una sola cosa y hasta cierto punto lo único que me importa. Es decir, lo que más trabajé. La decisión de que Matías fuese quien cuenta fue clave. Si el punto de vista lo hubiese colocado desde ella no podría haber sostenido las mismas preguntas, se hubiese vuelto un personaje insoportable.
Y como fondo a la narración, la costa argentina, que se presta muy bien para la construcción del imaginario de la historia, ¿no? Por ahí aparece los pueblos balnearios, ejemplares de La Capital, la terminal de ómnibus…
El mar, como dice Martín Zariello, es un desintegrador de egos. Escribo desde ahí porque estoy atado a un determinismo muy básico y potente basado en la geografía: hace tiempo que sé que no quiero y probablemente no pueda vivir en un lugar sin mar. Ese mar tiene que tener condiciones específicas, tiene que ser fuerte y frío, tempestuoso, que me recuerde que vivo en el culo del mundo y que ahí empiezan y terminan muchas historias. Ese ruido de fondo recorre la novela, sigue presente cuando están en Catamarca y cuando están en Santa Cruz.
Ana, por su singular naturaleza, está siempre antelándose a los hechos. Es el corazón de la narración. El motor del relato. Creo que además de los géneros referidos es ante nada una novela de aventuras. ¿Adherís a la idea?
Adhiero: es tanto una novela de aventuras como una novela erótica y un drama familiar. Hace un tiempo llegué a una conclusión: en la carne como en la letra el género ya no importa. Como dice Filloy, en la novela como en el sexo lo único vedado es aburrirse.
Me imagino la novela como una espléndida road movie, ¿me equivoco? El viaje es un tema medular.
Con dos actores que se la banquen y un mini bunker móvil para ir editando durante el viaje, ya mismo salgo a la ruta a filmar. Y sí, el viaje es medular porque se enfrentan dos cosmovisiones, una nómada y otra sedentaria.
¿Con qué otras novelas argentinas sentís que Ana… podría estar vinculada?, ¿por qué?
La verdad es que no lo sé y me da un poco de vértigo pensarlo, tengo la sensación de que cuando me dé cuenta ya no me va a gustar, se va a romper el hechizo.
A través del texto surge varias veces la palabra “hiperbóreo”, término muy asociado a Héctor Libertella. Autor que, entiendo, ha marcado tu escritura.
Libertella ha marcado mi lectura más que mi escritura. Hacer el viaje libertelliano no es algo que recomiende, si uno lo hace con cierto compromiso, es probable que uno vuelva otro. Tengo la sensación de que volvés cambiado, como si vieses la Matrix, como si al fin te hicieses cargo de la falta de sentido fundante y eso te liberara de determinadas redes culturales. Lo de los hiperbóreos al principio lo puse como un pequeño homenaje, casi con la idea de eventualmente quitarlo. Después me di cuenta de que funcionaba bien en la medida en que daba un aura de extrañeza y se constituía como la antípoda exacta una niña austral.
¿Cómo ves la ciencia ficción argentina?, ¿qué opinión te merece?
Me parece que la ciencia ficción era uno de los géneros con una impronta eminentemente anglosajona, como si Stanislaw Lew hubiese sido la excepción que confirmaba la regla. Después leí el libro de Capanna y vi que había una tradición y que en Argentina hay mucha tela para cortar. Ahora se armó algo lindo con un grupo de lectores y escritores del género que se agruparon bajo el nombre “La Bruma”.
Pasemos a otro rubro, Esteban. Sos uno de los editores responsables de Puente Aéreo, uno de los sellos independientes más importantes recientemente surgidos. Entre algunos autores publicados están Matías Moscardi, Donna Haraway y Osvaldo Lamborghini. ¿Cómo se arma un catálogo semejante?
Leyendo a más no poder. Gestionando. Hablando y sobre todo escuchando. Tirándose a la pileta cuando es necesario. A paso de hombre. Trabajando en equipo. Teniendo un criterio que construye heterodoxia, que trata de presentar lecturas bien potentes. Este año entra la caballería en la colección de narrativa, se viene una novela más de Moscardi junto con un trío tremendo: el argentino Carlos Ríos, el colombiano Pablo Montoya y el chileno Felipe Becerra.
Por cierto, ¿cómo surgió la posibilidad de editar Vida, de Paulo Leminski? La traducción de Joaquín Correa, es excelente.
Fue el mismo Joaquín el que propuso la idea y bastó echar un vistazo a la edición brasileña para saber que era una buena iniciativa. Por suerte, tanto sus familiares como la gente de la editorial tuvieron la mejor disposición.
Tu opinión sobre la poesía y vida poética de Leminski.
Leminski es uno de esos escritores que en el momento en que uno conecta se convierten en maestros, que a fuerza de intensidad y puesta en juego ligan literatura y vida.
¿Qué pensás que hubiese dicho Paulo de haber leído tu novela?
Tudo está dito. Mas nâo ainda.
¿Tus próximos proyectos escriturarios?
Los proyectos son bastantes. Tengo algunos cuentos que me gustan y que de a poco empiezan a convivir y convertirse en un proyecto de libro. Una novela pendiente a la que le puse mucha energía y no supe cómo seguir. De a poco voy escribiendo un pequeño volumen sobre Las sagradas escrituras de Libertella. Como quedamos todos un poco engatusados con Lara, también siguió en desarrollo y acabamos de terminar el guión para su largometraje: Lara y Colette. Lo principal, estoy con Ema, la partisana y Sara… sin epíteto aún, hija y nieta de Ana.