Con una lenguaje aparentemente adusto, “Falso Feudo” reúne los nuevos poemas de Pablo Caramelo (también actor y director teatral), en los que una voz casi siempre retrospectiva e invariablemente afectiva, recorre incontables y atractivas periferias para llegar con certeza a poderosas imágenes.
El tiempo, el espacio, la luz, y la mirada que se posa en ellos, son los lugares más visitados. Y las escenas son habitualmente protagonizadas por familiares y antepasados. Una prosa que coquetea con lo lírico sin caer nunca en lo suntuoso, que transmite una atmósfera sugestiva, pero no por eso misteriosa.
¿Por qué el título “Falso Feudo”?
El título remite a ese lugar donde la mirada busca posarse para contar lo que ve. Por transición, también refiere a esos lugares de construcción feudal como el yo, el clan familiar, la patria. Lugares sensibles de amparo que en algún momento se revelan impotentes.
¿De donde proviene tu poesía? ¿Cuales son tus puntos de partida?
Diría que del encuentro con el poema de los otros. Creo que en el origen de cada poema mío hay algún tipo de interpelación. Los poemas responden o se defienden de la presencia de algunas preguntas, casi siempre las mismas, que aparecen en forma intermitente. En términos de oficio o destino, me gusta un verso de Hugo Gola que habla de “la obediencia a lo que no se elige”.
¿Necesitás generar una puesta en escena para ponerte a escribir? ¿O el momento se impone sólo?
No, nada en especial. Aunque en términos de puesta, prefiero la luz de la mañana.
¿Te preocupa el tema de la solemnidad o de no caer en lo críptico al escribir?
En poesía no sé que es la solemnidad, por lo que no me preocupa. En el ámbito teatral, “solemne” tiene siempre connotaciones negativas y lo suelen usar quienes pretenden ser recordados rápidamente como modernos o realistas. Quiero recordar que del simulacro de combate estético contra la idea de solemnidad surgió, de manera parasitaria, un naturalismo que devastó el lenguaje teatral, según mi opinión, y nos convirtió a todos en personas. Nos arruinó. Lo peor que le puede pasar al teatro: que se trate todo el tiempo de las personas. La condición críptica de los poemas es otra cosa. Los poemas tienen a veces comportamientos cerrados, como los cuerpos o las flores. Tampoco me inquieta. Me sentí siempre agradecido a los autores que no abarcaba: Vallejo, Blanchot, Celan, duran todavía escurridizos y provocadores.
Me interesó especialmente la frecuente aparición de familiares y antepasados. ¿Hay ahí un estímulo o una zona a iluminar?
Es cierto. Son centros irradiantes de la vida privada. Pero también están casi siempre evocados adentro de la Historia o de la vida pública. Hay muchos poemas que hablan de la patria que, como concepto, remite a muchas cosas y finalmente a ninguna, pero más sencillamente remite a “ahí afuera”. La patria es “afuera”. Hay un poco de broma también en “adentro”, “afuera”, ese vaivén tan trajinado.
Establecés un juego entre una especie de “análisis distante” y una calidez afectiva de las escenas, como un contrapunto entre lo emocional y lo racional muy equilibrado. ¿Cómo es esa búsqueda?
Es así nomás. Tengo cierta defensa instintiva contra los excesos líricos. Aunque siempre pierdo. Creo que esas zonas por las que me preguntaste, la vida familiar o el amor, puestas en diálogo con la vida de la mente o con la Historia prometen una mejor emoción. Menos segura de la efusión, más dificultada.
¿En qué momento algo se convierte en solo posible decir a través de la poesía?
Desde el primer momento. El inconveniente es el resto de las horas, o la cantidad de horas en las que ciertas maniobras opresivas se adueñan del lenguaje para adueñarse de nosotros. La poesía es la mejor oportunidad de recibir de alguien aunque más no sea, una imagen: la que lo justifique, la que nos haga quererlo como ser emancipado. Un rato, al menos. Estamos en el mundo para eso, creo, para encontrar y dar a los otros nuestra propia imagen emancipadora.
¿Pueden tener una convivencia pacífica el teatro y la poesía?
Durante mucho tiempo dejé de escribir para actuar. Fue un acto de violencia contra mí mismo. Vinculaba la escritura a algún tipo de mortificación ascética. Cuando necesité la actuación, abandoné la poesía. Así de exagerado. Hoy conviven, no sé si de manera pacífica: la mayor parte del tiempo polemizan, se corrigen, se modulan. Otras veces se presentan caprichosamente irreductibles y no sé que hacer. En cambio, sí vivo como preocupación que la escena haya abandonado tanto y de manera tan prepotente a la palabra poética. Es injusto y ordinario que se la haya acusado de impedir a los actores no sé qué promisorio horizonte corporal. A veces, esa reinante animalidad hasta invoca a Spinoza como jurisprudencia. Una locura.
A continuación, transcribimos uno de los poemas del libro:
la luz infiel
aquí se habló
a medio vaciar los vasos
no serán usados más
aunque todavía estemos
sentados
sin esperar pues ya se habló
sentados sin embargo
como si el medio vaciar de los vasos
encerrase una orden imprecisa
difícil de asumir
o de interpretar
tras una noche entera
donde se habló
escuchó
se distrajo el argumento del otro hacia la propia esperanza
se aceptó que el propio se refregara como un perro poco fiel
contra la cercanía de los demás
por qué
si esta evidencia encima de los tapiales
morada y fresca
entre los árboles
empuja con gracia a separarnos
por qué se dura así
qué estamos haciendo
qué resta por hacer
ya se habló y esa aparición de la mañana
o de la dicha
como dicen de los astros: gobierna pero no fuerza
por qué se está todavía
qué no nacido despojo velamos
qué cosa interrogamos
quitándonos de la consecución de las horas
y si de reojo ya casi desconozco a los que ocupan
esos cuerpos débiles donde ya nada falta
-porque además nadie disimula
que aquí los vasos a medio vaciar están llenos-
de qué me ocupo yo
que bostezo sin nobleza
estiro los brazos
parpadeo
nos desafía cada día la espesa claridad:
exhaustos
y sobrevivientes del tumulto
de certezas y alusiones
cada cual se apaga sin descifrar
su indicación más oscura
“Falso Feudo”, de Pablo Caramelo
Expreso Nova Ediciones
2014
64 p.