Cualquiera que haya experimentado el desamor sabe que pocas situaciones pueden generar tanta rumiación mental como una ruptura de pareja. Gustavo Yuste lleva esa angustiante dinámica a su máxima expresión en Turistas perdidos, su más reciente novela publicada por Penguin Random House.
Fiel a su vocación poética y su estilo sintético, el autor argentino comienza con un primer capítulo escrito en forma de párrafos breves que contienen en su mayoría reflexiones, pensamientos o recuerdos de un treintañero recién separado. Desde el comienzo, se trata de un relato cargado de nostalgia, pero no solo por aquel romance que terminó, sino también por el fracaso del matrimonio de sus padres y por aquella versión de sí mismo que aparentemente sabía lo que quería hacer con su vida.
Las cajas de su mudanza a un nuevo departamento de soltero son el eje central de sus pensamientos circulares y obsesivos, y representan su incapacidad de avanzar. Yuste aprovecha para entregar toda clase de metáforas alocadas en las que las cajas se convierten en dados que determinan su futuro, o baldosas de una luminosa pista de baile, o bien un deprimente árbol de navidad.
“Las cajas amontonadas en este único ambiente sí hablan un idioma que comprendo. Si me concentro, están las conversaciones que tuvimos con Martina a lo largo de todo estos años, como si las palabras hubieran quedado adheridas a las cosas y se desprendieran lentamente, igual que el perfume de ciertas flores”.
Una vez más, el autor se aboca a examinar de modo casi microscópico los gestos y acciones que constituyen un vínculo con otra persona para intentar comprender las razones de su disolución. En este sentido, esta narración no dista demasiado del contenido de los versos de La felicidad no es un lugar y demás poemarios en los que Yuste aborda el desgaste rutinario de las relaciones interpersonales, la agonía de lo íntimo a manos de la inercia y las urgencias materiales del día a día.
Miles Davis alguna vez dijo que “el silencio es el ruido más fuerte, quizás el más fuerte de los ruidos”, y seguro que es aún más estruendoso cuando se trata del final de un vínculo romántico. En los siguientes dos capítulos, el protagonista se anima a salir de esa especie de limbo para vivir otras etapas de su duelo. El germen de la ruptura sin dudas fue sembrado muchos meses antes, y pareciera que él está empecinado en identificarlo. Es quizá por ello que esta historia termina con un revelador viaje al comienzo de su relación. Se esboza así la cronología de una indiferencia creciente que, como un incendio voraz, acaba por devorar y hacer cenizas la relación de dos convivientes.
“Las cervezas de los primeros meses empezaron a competir con el café, hasta dar lugar a una situación absurda con una mesa en la vereda, dos personas en silencio. Mientras que una toma un cortado en jarra con edulcorante, la otra una pinta con maní. De nuevo la obsesión por vernos desde afuera, desde la perspectiva de peatones que pasan por la calle. ¿Cuánto pueden parecerse una primera y una última cita?”.
Turistas perdidos resulta ser un acertado retrato de la época del sobreanálisis de los vínculos y la ansiedad generalizada que viven las parejas de estos tiempos, al mismo tiempo que también detalla con lucidez ciertas dinámicas propias de la idiosincrasia de los jóvenes adultos porteños y juega con la prosa poética de un modo magistral.
Turistas perdidos está disponible en librerías.