Las memorias de Haigaz Bagdasarian, el abuelo de Soledad Bagdasarian, vieron la luz en medio de la pandemia. El trabajo de reconstrucción que implicó lo convirtió en el libro Haigaz: la historia de mi vida. Un verdadero faro para conocer la trama detrás del Genocidio Armenio y para reencontrarnos con un pedazo de historia de la humanidad que por muchos años estuvo vedado.
¿Podríamos decir que el relato de Haigaz trasciende lo personal y lo grupal? ¿Por qué?
Claro que sí, el relato de Haigaz es el testimonio de cientos de miles de niños que lograron sobrevivir al genocidio contra el pueblo armenio. Él mismo lo refiere a lo largo de sus páginas y también rescata con mucha gratitud esas manos generosas de misioneros y misioneras que los salvaron. Su vida como la de tantos huérfanos que corrieron la misma suerte por aquellos años, viviendo experiencias terribles y únicas, pero a la vez con un nudo común, con caminos desafortunados, otros milagrosos, vueltas de la vida, reveses y perlas.
¿Cómo fue el proceso de leer a tu abuelo Haigaz, siendo vos la nieta más pequeña para recuperar sus memorias del olvido? ¿Cómo repercutió esto en vos como mujer que es parte de la Comunidad Armenia y en tu familia?
Leer a mi abuelo cincuenta años después de su escritura fue una sensación fuerte, todos mis sentidos estaban compenetrados en su relato; me mantuvo en una especie de estupor por las vivencias que allí relata. Siento que ese nudo inicial que mencioné antes se transformó en una especie de herencia, hubo una transferencia transgeneracional. Desde siempre llevamos con nosotros nuestra historia como marca identitaria. Publicar sus memorias lo sentía como un desafío enorme y una necesidad inexorable de darlas a conocer. Para mi familia tuvo el mismo valor. Los relatos orales ahora se transformaban en un testimonio escrito para difundirlos abiertamente. Obviamente que dentro de la comunidad fueron muy bien recibidas por el valor que tienen las memorias en primera persona. Considero que cuando una injusticia tan grande queda sin resolver estamos abriéndole camino al silencio y a la impunidad. Entonces, comprendí que este testimonio debía ser contado para que episodios como estos no se vuelvan a repetir.
¿Qué parte de tu trabajo como docente fue puesto en funcionamiento a la hora de publicar/editar las memorias de Haigaz?
Creo que en gran parte la tarea, el quehacer docente, es acercar a otros a las historias, recrear mundos desconocidos, hacerlos perceptibles, darle valor al encuentro y valorizar lo humano. Algo de todo esto se activó con las memorias de mi abuelo, sumado a la práctica de redactar, reescribir, corregir, volver al original, a la fuente, a su versión en armenio, a la versión traducida, contrastar con los relatos orales, hundirme en un mar de palabras dibujadas en armenio.
¿Cómo fue tu reacción al leer las memorias y tomar conocimiento de que luego de las Caravanas los niñxs armenios tenían que realizar actos insólitos como robar pan para poder sobrevivir?
La verdad es que me impactaron varias de las vivencias que relata. No conocía cómo había sido su niñez con ese nivel de detalles; a grandes rasgos, sabía que se había quedado huérfano y que creció en los orfanatos, pero sus memorias me permitieron conocer los pormenores de sus vivencias, la dureza de su niñez. Creo que esas cosas que le tocó vivir de muy pequeño lo han marcado tanto que lo llevó a relatarlas a los setenta años. Supongo que algo de todo eso lo avergonzaría, como el robar pan para poder comer, pero la deuda moral que él sentía y que lo lleva a escribir la historia de su vida, trascendía lo desafortunado de las acciones como niño. Siento que esas anécdotas buscan dar cuenta de lo extremo de la vida y de la fortuna de haber sobrevivido.
¿Por qué creés que este genocidio esta tan poco reconocido a nivel mundial? Y en este sentido, ¿cúal es la importancia histórica de estas memorias?
Creo que esta pregunta nos lleva a pensar por qué el reconocimiento del genocidio no es un interés actual para las potencias. Si Turquía reconociera el genocidio se desencadenarían un sinfín de situaciones. Por un lado, admitir que tu país se construyó sobre la base del aniquilamiento de un pueblo. Pondría en cuestión la legitimidad de su propio Estado, su historia y sus acciones. Obligaría a asumir las consecuencias de cara al mundo por ser responsable del primer genocidio del Siglo XX, con delitos de lesa humanidad que no prescriben. Pondría en evidencia la violación actual de los derechos humanos y de las libertades que se viven en su país. Hoy, Turquía y Azerbaiyán siguen con su plan de limpieza étnica sobre Armenia con bombardeos permanentes. A su vez, validarían la voz de aquellos a los se vieron obligados a escapar y diseminarse por el mundo. Cabe aclarar que existe la Diáspora armenia, es decir, que en gran parte del mundo haya comunidades armenias que se formaron a partir de las masacres en mano del estado turco. Ni a Turquía ni a sus socios les conviene asumir las implicancias legales que les exigiría compensaciones económicas y restituciones territoriales. En este sentido, trabajar desde la memoria es central para que no gane el olvido y la impunidad y que podamos construir sociedades basadas en los derechos humanos, el respeto a la diversidad, sus identidades y la libertad.