Leí este libro de manera entrecortada a causa de diversos hechos que me obligaron a detener la lectura. En todos esos momentos en los que deseaba volver, venían a mi mente las mismas imágenes: un paisaje rocoso, un atardecer, maleza en el campo, una mujer desnuda. Creo que de alguna forma esto está sugerido. Es un libro cargado de imágenes de lo natural, si es que eso existe, no lo sé.
Natural en el sentido de lo despojado de adornos, así veo a estos poemas de La crecida (Nulú Bonsai, 2018), primer libro de María José Testa.
Además de poeta, María José también cocina en su restaurante de Colegiales llamado Yedra, cocina silvestre. Y ahora que lo pienso quizás la palabra silvestre le quede mejor que natural, sí. La crecida tiene la potencia secreta de lo silvestre.
“El campo se parece tanto a vos/veo crecerle tallos a todo lo que te rodea”.
Los poemas, en general breves, podrían ser yuyitos que crecen por ahí, con la fuerza de quien no pide permiso, en el campo, en un ladrillo, en el patio de una casa de ciudad. La prueba de que hay vida. Si te descuidás, suben por toda la pared y se convierten en una hiedra que lo toma todo.
“Veo/cómo se calienta el agua en la pava/ya las plantas aprendieron a cuidarse solas/habito de nuevo mi casa, la casa donde alguna vez estuvo/eso que crece cuando no lo ves”.
A lo largo de las páginas aparecen recuerdos, ilusiones, el pasado todo el tiempo, fragmentos que suben desde alguna profundidad. Imágenes difusas, acuáticas, vidrios empañados, luces desde el fondo de un sueño. Agua y sol. Lo que se puede contemplar con la vista y con los ojos cerrados.
¿Qué es “la crecida”? ¿La crecida del agua luego del deshielo? ¿O la extrañeza en percibirse distinta, con un cuerpo distinto, más grande luego del dolor del crecimiento? La fragilidad a veces se expresa en el cuerpo. El cuerpo es algo muy sensible, siente tanto como si no tuviera piel, siente “la suavidad de un fósil descubierto este invierno”.
La voz de los poemas no se halla en su cuerpo, está hecha de contradicciones. Y son los animales nuestra sombra, los que vienen a marcarnos los tránsitos, lo que va pasando, como si viéramos en ellos un espejo de distintos momentos de la vida. Animales como fotos: niñez-insecto, adolescencia-peces, adultez-ciervo, y así.
A medida que avanza el libro van apareciendo las huellas del paso del tiempo y su transformación: el cuerpo como territorio, como desierto, como espacio de encuentro y de aprendizaje.
los ciervos luchan con sus cuernos
el águila arranca su propio pico
así hago con mi cuerpo
dejo marcas para saber que aprendí algo
estar más cerca del suelo, tocar con mis manos la tierra emergiendo
soy esa que una vez no quise pero no logra ser otra
una selección natural de todo lo que me contradice
cierro círculos con los dedos sobre una hoja, cierro
la voz de las cosas que dicen un nombre que ya no existe
la gata hace sombras sobre mí y recuerdo
que la soledad también es estar mirando algo que se mueve