La miseria de los condenados
Contar lo pequeñísimo es la mejor forma de contar lo otro, lo enorme, lo que no tiene nombre.
Eso es lo que hace Noah Cicero (1980) en “La guerra humana”, su primera novela que, 12 años después de ser escrita, acaba de traducir y publicar Dakota Editora.
Las primeras horas de la guerra de Irak en 2003, desde la pequeñísima mirada de un joven y su pequeñísimo entorno: su novia, o algo parecido, quien considera que lo mejor que hace en la vida es repartir pizza (“Estoy cansada de buscar una motivación. Me pasaron demasiadas cosas como para buscar una motivación de nuevo.”); un amigo con el que, después de planificar cómo dominar el mundo, deciden ir a un cabaret porque creen que el baile de una stripper puede quitarles, al menos por un rato, la angustia que sienten por la guerra que está comenzando a miles de kilómetros; un ex combatiente de Vietnam, que se retiró a vivir en el bosque, asqueado de la humanidad (“La gente es primitiva y demasiado parecida a los monos. No los soporto, y tampoco me soporto a mí mismo cuando estoy con ellos. Hacen que me convierta en un monstruo enfermo.”).
Todo sucede en la pequeñísima ciudad de Youngstown, Ohio, considerada por Forbes como una de las 20 ciudades más miserables de los Estados Unidos en 2013.
“Cuando éramos chicos lo único que necesitábamos para ser felices era jugar a la escondida, ahora tenemos que meternos estimulantes en el cuerpo solo para poder terminar el día.”, dice Mark, el protagonista del primero de los cuatro relatos que conforman el libro, plagado de personajes medicados, drogados o borrachos, perturbados y perdidos, abstraídos en sus reflexiones que no sueltan ni siquiera cuando cojen. Aún así, no es que estén sumergidos en la abulia o el aburrimiento, sino que están atravesados por la misantropía, que los desgarra lentamente.
Están en conflicto con la adaptación al mundo en el que viven, a lo adulto con lo que supuestamente deberían convivir amablemente. Son como fantasmas merodeando la desolación de tener que vivir rodeados de otros fantasmas. Víctimas de decisiones políticas que los convierte en ectoplasmas inquietantes.
Mark (personaje) dice: “Me siento como un montón de tiempo. Como si no fuera parte de la raza humana, soy cualquier cosa, cualquier cosa solitaria y malvada”. Y también: “Nuestro gobierno no tiene sentido. Por qué voy a tenerlo yo.”
Y Cicero (autor) remata: “Hemos creado un mundo en el que no queremos vivir”
Como casi todos sus personajes, Cicero, se avergüenza de ser norteamericano y utiliza su generación como excusa. Imagina posibles Apocalipsis porque cree vivir en uno.
Se lo tilda con términos como existencialista o nihilista. Pero en verdad, lo que hace es reflejar simple y notablemente la sensibilidad de toda una generación –una sensibilidad nueva, que no es la de los 80’s o 90’s- con la noción de que hay ciertos destinos humanos que están dados y que, a pesar de todos los esfuerzos que haga un hombre creyéndose libre, se van a cumplir.
Como en la tragedia, el destino del hombre (que para Cicero parece ser la guerra) se cumple, y toda la catástrofe viene porque está sometido a una fatalidad decidida por los dioses (en Cicero: los políticos) que juegan con los hombres y se complacen en fijarles destinos desdichados.
Un destino que no está allá lejos en el tiempo. Está acá y ahora, y en Irak y en todo el mundo (“Todos somos parte de Estados Unidos y su dominación del mundo”) insuflando miseria en cada uno de estos personajes, día a día, hora a hora, minuto a minuto.
LA GUERRA HUMANA, de Noah Cicero
Dakota Editora
Traducción: Valeria Meiller y Lucas Mertehikian
132 páginas