Liliana Heer y Guillermo Saavedra han publicado Diario de viaje de Pretty Jane (Paradiso), una aventura poética escrita a cuatro manos, y a su vez, una soberbia hazaña de improvisación y complicidad creativa. Contra la potencialidad semántica, se despliega audaz, díscola, por momentos insólitamente pura. Así, los autores alcanzan una poética de sobria arquitectura y experimentación sin desbordes, donde se vislumbra un entrenado juego con la palabra. Una cadencia intransferible, sostenida por el humor y el riesgo: el relato de la propia escritura. Indie Hoy tuvo el privilegio de hablar con ellos:
-¿Cómo se les ocurrió escribir un poema a cuatro manos?; ¿se asignaron partes?, ¿lo escribieron juntos a modo de “cadáver exquisito”?, ¿cómo fue ese proceso de construcción?
-Guillermo Saavedra: Hace poco más de dos años, le propuse a Liliana que hiciéramos algo juntos. Nada en concreto: ahora tengo claro que lo que yo buscaba era una excusa para visitarla más seguido y robarle palabras, perplejidades, esguinces, parpadeos. Después de unos meses de vacilación, un día abrí mi correo electrónico y allí estaban, como un desafío, una invitación, los que ahora constituyen los primeros versos de nuestro libro, enviados por Liliana sin indicación alguna. Reconocí en ellos el afán de una forma, un cierto modo de respirar, una economía, una ética. Lo único que hice fue intentar sintonizar con esos primeros pasos, respondiendo no con la cabeza sino con los ojos, con las manos, con el pie quebrado. La escritura de ese primer borrador duró meses, desde marzo hasta fines de 2015. Siempre por email, trucando y retrucando o, si se prefiere, atendiendo al vaivén de los humores, los saltos de langosta de la imaginación, el ruido de una lengua común que había que ir encontrando sobre la marcha. Cada uno agregaba un puñado de versos sin atreverse a intervenir en los que había enviado el otro, en un estado de disponibilidad que rara vez uno tiene con su propia escritura. Era como un ajedrez hospitalario donde el objetivo no era derrotar al otro sino fracasar alegremente juntos en la natación del sentido. En algún momento –los dos lo supimos al unísono–, las palabras dejaron de cabalgar como el propio poema nos reveló, desandándose a sí mismo. Entendimos que había llegado el momento de editar, corregir, podar, montar, sintetizar. Ese proceso duró todo el verano pasado y significó para mí un aprendizaje extraordinario: corregir con otro un trabajo común revela mucho del otro, pero sobre todo de uno mismo; pone en evidencia los caprichos y los vicios que suponemos un estilo, el propio, y que solo aprendiendo a resignarlo deviene en una voz nueva, una tercera persona que surge de la receptividad de ambos.
-Liliana Heer: La demanda genera deseo, una idea de Guillermo disparó el primer poema. La respuesta fue otro y otro más, sin mediar comentarios. Fiebre de letras, nunca un encuentro ni una llamada telefónica, sólo poesía. El entusiasmo era mutuo, respondíamos a veces tan inmediatamente que suscitaba rubor; una sensación de plenitud, algo así como no estar solo en la vida. Ese ir y venir, a través de los meses, fue produciendo una metamorfosis, resultaba cada vez más difícil diferenciar a quién pertenecía lo escrito.
-Escuchándolos, parece que es fácil consensuar ideas cuando son dos los que escriben…
-GS: No puedo generalizar, pero en este caso fue lo más parecido a la felicidad. Liliana tiene un modo muy delicado de disentir que hace que uno nunca se sienta cuestionado ni amenazado sino, más bien, amorosamente cuidado y –tratándose de ella, de su poderosa inteligencia y su singular sensibilidad– considerablemente mejorado.
-El texto está dedicado a la memoria de J. C. Martini Real, escritor fallecido en 1996 y con quien Liliana escribió Giacomo, en coautoría. ¿Se trata de un homenaje?
-GS: Ambos tuvimos una relación muy asimétrica con J. C., como lo llama Liliana. Ella y él mantuvieron una profunda amistad y trabajaron juntos en libros y proyectos importantes, como Giacomo. El texto secreto de Joyce, que vos mencionás. Yo no tuve el placer de conocerlo, pero siempre admiré su trabajo como editor en Corregidor, su novela Copyright y su libro sobre el Facundo, entre otras cosas. Su nombre estuvo muchas veces implícito en nuestros encuentros, de modo que dedicarle este libro fue una manera de homenajear la memoria de un escritor que no tiene, por otra parte, toda la consideración que se merece.
-LH: Sí, J. C. estuvo presente en nuestras conversaciones. Creo haberle transmitido a Guillermo el estilo de hacedores que fuimos, no solamente con Giacomo sino también con escritos más breves como “La guía erótica de la literatura”, entrevistas y artículos para algunos medios. Teníamos un procedimiento diferente; es decir, por un lado, la carencia de dispositivos y, más allá de la época, preferíamos estar frente a frente, construir los conceptos entre los dos.
“Sólo se pueden regalar palabras”, pensé ante la propuesta de Guillermo y así fue. J. C. habría disfrutado del libro, también habría sonreído ante la dedicatoria.
-Liliana, sos una escritora que no ha dejado de reinventarse en cada libro, que nada le es ajeno a la hora de abordar la página en blanco. ¿Cómo nace la idea de incorporar elementos fantásticos, sobre todo en tu última etapa creativa?
-LH: El entrevero con otras dimensiones se fue inoculando en mi escritura, de la misma manera que ciertas imágenes pervierten el compás de los sueños. Un explosivo devenir. La ficción tiene uñas, sobrevuela lo fantástico. Imposible el ascenso sin cavadura, cada letra aviva la fogata. Una noche, hace años, descubrí la diferida resonancia del eco: esa doble ilusión de ser y no ser uno mismo. No hay lectura inocente. Escuché a Hamlet, vestí al príncipe siguiendo los tonos de un poniente en Querétaro reflejando el color de una rosa en Bengala. Algunas voces habitan mis escritos. Ciertos personajes, lúcidos como suelen ser lúcidos solamente los vicios, vienen por oleadas; a través de la visera murmuran, le quitan el seguro a la metralla.
-Juana, Juanita, Jane, Pretty Jane… Versos donde el nombre se transforma a sí mismo en derivaciones.
-LH: Recuerdo que simultáneamente a la composición de El diario de viaje estaba leyendo a Yeats. En uno de sus poemas, Crazy Jane Talking with the Bishop, van y vienen certezas. Amotinados en sus reinos, la danza adverbial de la vacilación escasea. Necesité un sorbo de otro dublinense y la balada The Bloom is on the Rye con su adorable Pretty Jane ingresó: “pelirroja, impulsiva, aventurera… hábil en domar escorpiones”. Juana fue una oportuna ocurrencia de Guillermo.
-GS: Sucede que, finalmente, toda escritura es deriva. Todo escribiente anda como el personaje de Horacio Quiroga, con el veneno en la sangre, a bordo de un bote que no consigue pilotear. Y, puestos ante el misterio o la cifra de eso que se llama personaje y en inglés, más sabiamente, character, lo único que nos es dado es el ejercicio tautológico de declinar, como si nos ganara una cierta nostalgia del latín o nos preguntáramos, como Julieta, qué hay en un nombre, y la única respuesta posible fuera decirlo en sus formas más diversas.
-Lo mínimo que podemos decir acerca de Pretty Jane es que es una muchacha singularísima. ¿Cómo describirían a Linda Juana?
-GS: La descripción atenta contra la poesía. Al tratar de escribir versos, hemos querido, sospecho, evitarla. Quien quiera saber cómo es Linda Juana, y aún Pretty Jane, deberá asomarse a las páginas del libro.
-En algunos pasajes del poemario, se refieren a ella en pasado, presente y futuro. ¿Por qué esa pluralidad temporal?
-LH: Lo cronológico cede espacio a dimensiones simultáneas a lo largo de los versos. Concebir un personaje sincrónico posibilitó el desdoblamiento Jane / Juana. Secuencias sucesivas y alternadas entre uno y otro semblante de mujer crearon ese clima libidinal, por momentos intempestivo, baluarte del intervalo tono / semitono.
-GS: El poema –creo que la escritura en general– se da siempre en tiempo presente, que es el tiempo de la experiencia y el del acontecimiento. Pero ese presente que se sueña absoluto es erosionado incesantemente por la arena del futuro y el agua del pasado. El poema, sobre todo cuando es de una extensión relativamente considerable como este libro, es una puesta en acto, un modo de hacer evidente ese trabajo de pinzas del tiempo sobre el lenguaje.
-Guillermo, me gustaría que te refirieras a la métrica con que está escrito el libro. Versos estrechos, breves, narrativos, pero de una descripción profundamente sugestiva: “Salir en la mañana ahumada/ con la eficacia lerda/ de quien olvida las llaves/ en casa de un extraño.”
-GS: Creo que, más que por su métrica, casi absolutamente libre –en la medida en que, como afirmó T. S. Eliot, esto es posible–, el libro está organizado a partir de un afán de verticalidad, como si hubiésemos comprendido muy pronto que al texto no le convenía conquistar la línea, la horizontalidad, sino ensayar permanentemente una estética del salto, de la huida hacia adelante. Y, a su vez, esa especie de movimiento con garrocha de las frases, esa búsqueda de la instantaneidad propia de lo poético, está todo el tiempo seducida por una vocación que vos bien reconocés como narrativa. Pero se trata de un tipo de narración que dice y desdice, que busca y se pierde, y que apenas puede aspirar a crear islotes anecdóticos siempre a punto de quedar sumergidos bajo el flujo de la escritura.
-Hay versos crípticos. “Lana empanada en tibia algarabía”. ¿Es una impresión subjetiva, o a la hora de escribir poesía, el grado de libertad tiende a lindar la ilegibilidad con mayor frecuencia que con la prosa?
-LH: Me resulta imposible diferenciar prosa de poesía. Mis últimos libros fueron construidos aboliendo esta divisoria. Por otra parte, lo ilegible depende de la iniciación del lector. En cuanto a la libertad, nada menos libre que el trabajo con la lengua.
-GS: Coincido con Liliana. El problema de la legibilidad es siempre una cuestión de contexto, de interlocutores y referentes más o menos implícitos; y trasciende los géneros que, por otro lado, como dijo hace ya muchos años Osvaldo Lamborghini, están rasgados. El verso que citás es un endecasílabo con acento en cuarta, sexta y décima sílabas que busca hacerse entender más por su música que por su potencialidad semántica. No obstante, puestos a encontrarle un sentido, éste está, en ese y en cualquier otro verso, como el Espantapájaros de Girondo: al alcance de todos.
-¿Por qué zonas, piensan, se desplaza la lengua en este libro?
-LH: Hay encabalgamiento, gravitación metafórica de inexistencias, expansión. Lezama Lima suponía que el poeta es quien intuye la cobarde destreza de la síntesis. Sugiere abandonarse a nuevos corpúsculos de irradiaciones.
-GS: Por otra parte, creo que la respuesta a tu pregunta le cabe más al lector o a la crítica que a nosotros. En todo caso, podría decir qué zonas hemos querido, conscientemente o no, evitar: la del confort, la de la seguridad, la del lenguaje cristalizado. Por otro lado, este libro es, en lo que respecta al lenguaje, por lo menos dos libros: el de una lengua franca surgida de la intersección de las lenguas privadas de cada uno de nosotros, y el de las aventuras que esa lengua –pretendidamente común a ambos y por lo tanto extraña a cada uno de nosotros– ha sido capaz de afrontar.
-Leemos: “El ritmo, el ritmo/ la respuesta/ gritos en el fonógrafo/ manotazos de ahogado en bañadera./ No canta el que tiene canas/ sino el que sabe nadar.” Quisiera se detengan en el efecto rítmico que tiene Pretty Jane. Los ascensos y descensos de la entonación, sus pausas: la respiración tonal elegíaca. ¿Cómo trabajaron ese aspecto del libro?
-GS: El ritmo es, en un poema, una suerte de fatalidad a la que conviene entregarse si uno quiere evitar la impostación, ya sea ésta grandilocuente o falsamente sencillista. Y, en ese aspecto, creo que ha habido sobre todo un gran mérito de Liliana: el de haberme llamado la atención hacia ese estado de disponibilidad que mencioné antes y que el proceso de escribir y luego corregir reclama. La voz tercera que ¿supimos? conseguir a lo largo del libro se fue configurando, precisamente, en esa libertad que nos dimos para que por momentos la escritura fluya sin interrupciones y, en otros pasajes, haga de la pausa, del silencio, del blanco, un movimiento subrepticio del cardumen del sentido por debajo del agua.
-LH: Sola fide, sola litera: la fe es fe en la letra. Corregir fue un proceso fundamental, las reiteradas lecturas en voz alta permitieron ajustes, podas discursivas. Elegir palabras no capturables por un único significado, cortes en suspensión. Privilegiamos la inmediatez, el paradójico acecho sensorial del altibajo, esa cadencia opuesta a la prosa y su avance rectilíneo.
-Guillermo, ¿cuál es tu opinión sobre la nueva poesía argentina?
-GS: La pregunta me resulta demasiado amplia. Me siento felizmente contenido, en todo caso, por algunos de los versos de varios de los nuevos poetas, desde Roberta Iannammico hasta Gabriel Caldirola, digamos, por trazar un arco que va desde una escritura engañosamente conversacional como la de Iannammico hasta una lírica sutil como la de Caldirola. Ello, en el marco de un panorama muy amplio que tiene exponentes para todos los gustos.
-¿Son de los que piensan como Raúl Zurita, que si la poesía desapareciera, la humanidad moriría a los cinco minutos?
-LH: La humanidad se caracteriza por resistir a innumerables privaciones. Pero, acaso sea más acertado ver en el hombre, en su travesía ineludible, atractiva y pesadillesca por existir, la esencia de lo poético.
-GS: Aunque admiro su obra, no comparto el tremendismo de Zurita. Además, la poesía tal vez pueda llegar a ser profética, pero el poeta no debe creerse un profeta. Para ello le faltan, por lo menos, dos letras.
-Por último, ¿tienen planeado realizar otras acciones similares a Pretty Jane?
-LH: Un decir está en suspenso, sin duda el estado de escritura y entendimiento alegre nos convocará.
-GS: Al final de nuestro libro, no por implícita menos perentoria, se adivina la palabra mágica con que terminaban los episodios de los folletines y las historietas: ¡continuará!