Cuadernos de lectura
Entrega 2
Córdoba, hacía finales de los años ochenta, Capilla del Monte más precisamente. La foto captura el paisaje y varias personas vestidas de blanco, o tonos claros, con los buzos atados a la cintura y las caras fatigadas. Hay quienes de espaldas avanzan hacia la cima y hay quienes descansan sobre unas rocas entre pastos y cactus. El que saca la foto no se asegura de tomar nada en particular -o es adrede- y deja aire sobre el cielo sin nubes. La cuestión aparece en el revelado: una luz naranja con forma de plato volador. Lo que se revela en el papel no estaba en la escena de mi madre y sus compañeros del retiro espiritual. Ella asegura que lo especial de la aventura estuvo ligado a las manifestaciones humanas y no a lo extraplanetario.
Acto seguido pienso en La ola, cuento que da nombre al libro compuesto por siete historias de la autora boliviana Liliana Colanzi y releo:
“El taxista se dio la vuelta para mirarme.
Quería saber si me había embrujado, me dijo con un poco de vergüenza.
Se disculpó de inmediato:
No me haga caso. Solo los indios creen en esas cosas. A veces no me doy cuenta ni de lo que estoy hablando.
Puede que el taxista haya añadido algo más, pero es algo que nunca sabré. Ahí, bajo la luz dorada, estaba la casa de mi infancia.”
Tanto en la foto del plato volador como en La ola lo que no está es una apariencia. Ese fantasma ocupa un lugar en la proyección del horizonte. Con forma de punto latente o pupila que se transforma. La observación se convierte en la figura que atraviesa los relatos de Liliana Colanzi. El tiempo entre un pestaneo y otro queda en jaque: mirar se vuelve protagonista y sesga el paisaje de los recuerdos.
En La ola de Liliana Colanzi el mundo es un objeto extraño que se deja ver de a partes y aparece según como le pegue la luz.
La ola
Liliana Colanzi
2014 – El Cuervo, Montacerdos