“¿Qué es lo que somos? ¿Personas? ¿O animales? ¿O salvajes? ¿Qué van a pensar de nosotros los mayores?” se preguntaba el inolvidable Piggy en El señor de las moscas, aquella clásica novela inglesa de William Golding en donde unos niños buscan sobrevivir en una isla sin adultos. Partiendo de estos pegajosos insectos, La tiranía de las moscas propone un juego con el lenguaje, que busca poner lirismo en lo narrativo, que intenta provocar al lector. Zumba, molesta, como buena mosca. Vuela, se posa, escapa y vuelve para estorbar.
La poeta y dramaturga cubana Elaine Vilar Madruga (La Habana, 1989) emprende una fábula sobre la rebeldía publicada por la editorial sevillana Barrett, que tiene en su catálogo una colección en la que un escritor consagrado se convierte en “editor por un libro” de un colega. Sara Mesa y Patricio Pron fueron algunos de los editores convocados anteriormente. En este caso la novela está curada por Cristina Morales, autora del potentísimo Lectura fácil, ganadora del prestigioso Premio Herralde y el Premio Nacional de Narrativa. El trabajo de ambas mujeres se nota en la rabia que desprende la novela, en retomar historias de desviados, de cuerpos oprimidos, inconformes con una sociedad patriarcal que los excluye y aplasta.
“Vivimos en un país de moscas” relata Casandra, la heroína shakespeareana del libro, la mayor de tres hermanos y que afirma su deseo sexual por objetos como una cámara de fotos, una silla o un puente. Caleb, el del medio, tiene una colección de animales muertos. Calia, la más pequeña, no habla pero tiene un gran dote para pintar animales rodeada de moscas que posan sobre su cabeza. Criados por un padre militar, tartamudo y que por eso los llama con el “prefijo mierda” y una madre psicoanalista que odia a sus hijos por hacerles sentir la culpa de la maternidad. Como algo en descomposición, las moscas rodean, observan y mantienen el estado de cosas.
La novela habla sobre la rebeldía de la juventud en una estructura familiar anquilosada. Mundos contrapuestos, cuyos límites se trastocan. Vilar Madruga da forma a un relato en el que esta trinidad de hermanos tiene mucho que exponer en una tiranía que les dice qué sentir, qué pensar, qué decir, qué callar. Pero a no engañarse, pues la dictadura no solo está en el debilitamiento moral del Tío Bigotes, líder omnipresente del régimen de la isla, cercano a Casandra y acechado por los “enemigos del pueblo”, sino en la violencia psicológica de la madre y el castigo físico del padre. Viven en una adultocracia que rige su casa, donde la rebeldía es una amenaza latente y necesaria.
Irreverente, con un tono que por momentos roza lo macabro, lo absurdo, lo imaginario y nos termina chocando con la cruda realidad. Esa que demuestra que una casa puede ser una prisión y que la peor tiranía puede estar en el propio hogar.