La cabeza del Monstruo (Editorial Nudista) es el primer libro publicado por Agustín Ducanto. Son cuentos que exploran seres y lugares engrandecidos por una curiosa originalidad. Pues en sus ficciones, Ducanto descubre lo extraño y absurdo de la vida de los hombres, contemplándolos con piedad. Así, en el arco de esta colección de piezas breves, asistimos al despliegue de situaciones increíbles o terroríficas: la crueldad es uno de los ejes ineludibles. La vida y la muerte, lo terrible y lo divino se conjugan. IndieHoy conversó extensamente con el autor cordobés.
– ¿Cómo se generó el paso de lector a escritor?
-De una manera muy trabada, por lo menos al principio. Siempre quise escribir y ser escritor, desde que soy muy chico, desde mis primeras lecturas; pero también siempre tenía un cierto temor de hacerlo, temor de no estar a la altura de lo que quería. Y mientras no escribía y fantaseaba con hacerlo, el tamaño de esas fantasías era cada vez más grande y, por lo tanto, más complicadas de afrontar y trasladar del mundo del deseo a la realidad. Después de algunos intentos frustrantes de escribir algo medianamente interesante, empecé a hacer talleres de escritura y ahí, con la lógica del taller (una lógica de proceso, de ajustes, de correcciones, antes que de talento o inspiración), pude ir soltándome más y fui adquiriendo el hábito de la escritura. Sin embargo, pienso que el pasaje del lector al escritor es algo que no termina, es algo que siempre está sucediendo. Porque si uno es un escritor mínimamente responsable con lo que escribe, tiene que ir aumentando y variando sus lecturas cada vez más; con lo cual, uno va reinventándose como lector y entonces vuelve a darse un nuevo pasaje entre ese lector “nuevo” y lo que uno esté haciendo en ese momento como escritor.
-¿Encontraste ventajas a la hora de escribir cuentos?
-No sé si existen en esos términos. Por supuesto, hay una cuestión de tiempo invertido, tanto en la lectura como en la escritura, en la que el cuento se diferencia con respecto a otras variantes dentro de la literatura. Pero fundamentalmente, en mi caso, tiene que ver con el gusto. Me gusta leer y me gusta escribir cuentos, simplemente. Me gusta lo fragmentario que pueden ser a veces. Me atrae la idea de meterse, momentáneamente, medio de soslayo, en un mundo que tiene su propia lógica y su propio sentido, aún cuando pretenda seguir las de eso que se conoce como realidad. El cuento te permite el consumo reducido, pero letal (en el mejor de los casos), de una porción de imaginación ajena (cuando se lee) o propia (cuando se escribe). Y eso es maravilloso. Algo que no permite la novela, aunque también tiene sus virtudes, ojo, pero más desplegadas y dispersas, con más desarrollo, porque lo que buscan es una convivencia con el lector. El cuento no quiere que convivas con él, el cuento quiere que lo termines lo antes posible, porque sabe que tu experiencia no se va a terminar cuando llegues al punto final. Hay cuentos tremendos, que leí una o dos veces hace mucho, y que todavía están acá dando vueltas.
-¿Qué tipos de cuentos integran este trabajo?, ¿hay un hilo conductor?
-Hay un hilo conductor, sí. Pero, para ser sincero, no se trata de un hilo que guío los cuentos desde su escritura, sino más bien desde su corrección. Pasó que, de repente, mientras escribía algunos cuentos me di cuenta de que empezaba a haber ciertas relaciones y similitudes entre ellos. Cierta lógica, me gusta pensar, en relación con un mundo que, aunque todavía me cuesta definir en palabras, tenía algunos rasgos y límites muy marcados, muy claros, que, cuando los descubrí, me sirvieron para seguir escribiendo. Entonces, llegado ese punto, decidí asumir ese mundo e intentar escribir desde ahí. Fue cuando encontré la punta del hilo. Y me pareció que la mejor manera de hacerlo, era inventando una misma posición de narrador para los textos; una misma voz, si se quiere. La voz del monstruo del título del libro. Con lo cual, habiendo creado ese simulacro de autor, los cuentos empezaron a relacionarse de una manera más orgánica, compartiendo características, imaginarios, desenlaces, marcos; y también diferenciándose, en términos de “si acá hice esto, acá no voy a hacer lo mismo, sino que voy a hacer esto otro”. Habiendo dicho esto, creo que los cuentos, como un todo, intentan ahondar en diferentes formas en las que la violencia puede darse y puede ser representada. No me interesaba solamente trabajar sobre el tema de la violencia en sí, como si fuese algo claramente identificable, sino, sobre todo, pensar un poco en qué maneras hay de representarla y cómo un personaje puede relacionarse con esa representación. Por eso en los textos hay mucho de puesta en escena, con cámaras, maquillajes, máscaras, escenarios, etc. La violencia, como concepto, es algo que a mí no me interesaba, realmente; pero la violencia puesta en marcha, llevada a cabo de una determinada manera, la violencia asumida con el cuerpo, eso es algo en lo que no dejaba de pensar mientras escribía el libro. Estas ideas son las que guiaron esos planteos que son los cuentos.
-Aira piensa que el cuento es un género artificioso. Se construye más conscientemente y busca siempre el efecto, dado que depende más de la trama, y sobre todo, de su desenlace. ¿Vos cómo pensás al cuento en cuanto género?
-Creo que la afirmación de Aira puede aplicarse a toda la literatura. La literatura es artificio, y en ese sentido, pienso que se diferencia muy claramente de la vida real (incluso el realismo; incluso no, perdón, sobre todo el realismo, que intenta imitar las lógicas y los sentidos de la realidad, algo que carece tanto de unas como de otras). Imagino que la afirmación de Aira puede tener que ver con el hecho de que, cuando se lee un cuento, es más patente la sensación de estar ante un invento, ante una creación imaginaria con un cierto montaje, que ante algo que intenta pasar por cierto. Pero, si entiendo bien, no comparto tanto esa posición. A mí me gusta mucho una idea que Federico Falco ha dado en algunas entrevistas. Si no recuerdo mal, y espero que no se enoje si es así, él dice que le gusta explorar las formas del cuento y llevarlo hasta el punto en que cabe la pregunta sobre si eso que estamos leyendo sigue siendo un cuento o no. La mayoría de las veces, intento adherir a esa idea. Me gusta, la encuentro movilizadora. Otras veces, busco darle una vuelta y pensar la cuestión de otra manera: ¿qué más, qué otra cosa, puedo sumarle a esto que intento escribir y que se integre a lo que es un cuento? ¿Qué más puedo volver cuento? Quizás en La cabeza del monstruo no haya tanto de esto, más que en algunas formas de dividir la materia de los textos, pero en lo que intento hacer ahora está muy presente. Lo prometo.
-Abelardo Castillo cierta vez afirmó que no hubo escritores argentinos importantes que no fueran cuentistas. Escribir corto, no es escribir cuento, ¿verdad?
-Imagino que no. O por lo menos, escribir corto no es lo único que uno hace cuando escribe un cuento. Porque pienso que también está todo lo invisible en un texto, la parte hundida del iceberg, lo que no está escrito. Esa parte que, aunque no esté en la superficie, tiene que estar en la mente de quien escribe. Me acuerdo de uno de mis cuentos favoritos, “Hoy temprano”, de Mairal, donde, además de la falta de respeto que comete con los tiempos dentro de la narración (hermosa falta de respeto), hay todo un mundo que crece y se desarrolla debajo del texto, que no está contado pero que podemos intuir. Y porque podemos intuir ese mundo y, justamente por eso, saber que no lo necesitamos explicitado, ese es un gran cuento. Escribir corto, tiene que ver con la longitud de algo. Escribir cuentos, aunque no tenga muy del todo claro qué es, no creo que sea una cuestión de longitud y sin dudas hay mucho más en un cuento que lo “poco” que está escrito.
-Varios de tus cuentos tratan sobre la crueldad. ¿Qué te atrajo explorar de ella?
-En principio, una cierta predisposición del momento. Cuando empecé con estos cuentos, pienso que quizás atravesaba un momento muy particular de mi vida, confuso, diría, y una de las reacciones normales ante la confusión suele ser el enojo. Del enojo a la violencia no hay mucha distancia. Pero después, cuando ya esas pulsiones que llevan a escribir (y, por suerte, no a corregir) se calmaron, pude relacionarme con los temas de los cuentos desde otro lado. Casi como un nene que tortura un bicho que encuentra en el patio, con el placer de hacer el mal por el mal mismo, creyéndonos todavía impunes. Mentiría si dijera que no había algo de eso cuando pensaba los textos. Más allá de lo que dije antes sobre el tema de la representación de la violencia, también me atraía mucho el poner a mis personajes en situaciones donde sufrieran y ver qué hacían ahí, en situaciones que no terminasen de entender del todo, quizás, y por eso terminaran reaccionando de la manera en que lo hacen. Creo que muchas veces los escritores son crueles, sobre todo con sus personajes. Porque muchas veces pensamos, equivocadamente, pienso hoy, que somos todopoderosos sobre ellos. Y, lamentablemente, cuando el humano cree que tiene cierto poder sobre otro, son pocas las veces en que busca su bien.
-Los niños también son recurrentes en tus relatos. Y en especial, su mundo de fantasía, el modo que tienen ellos de construir una realidad alternativa, como ocurre con Luci, en “Es hora que dejemos de llevarnos bien”, acaso tu mejor cuento.
-La presencia de niños en el libro se explica de la misma manera que la presencia de adultos ya entrando en la vejez, o, directamente, de ancianos: cuando empecé con el libro quería librarlo de referencias que tuvieran que ver conmigo, que el libro no hablara de mí. Y pensaba que para no hablar de mí alcanzaba con crear personajes que no tuvieran mi misma edad. Obviamente, me equivocaba. Pero así es como aparecen los niños. Por otro lado, me permitían hacer entrar en el juego que intenté plantear con el libro el tema de la inocencia. Más allá de la maldad de la que puedan ser capaces, lo niños suelen ser figuras inocentes, porque todavía no tienen la experiencia frustrante del mundo que suelen tener los adultos. En ese sentido, me permitían realizar un contrapunto claro entre la violencia generalizada de los cuentos y algo que, cada tanto (como el amor, por ejemplo, en “El increíble show de Félix y Marguerite”), puede asomar y significar algo de luz en ese mundo (con algo de eso tiene que ver el epígrafe del libro). Luci es una víctima de la violencia, que no puede usar otras herramientas que las que se desprenden de la violencia misma para manejarse en su vida, pero que todavía tiene la posibilidad de cierta ternura. Por lo menos, eso pienso yo. Ya verán los lectores que ven ellos.
-Hay algunas características compartidas por algunos personajes y cuentos que hacen pensar en un todo. Salvando las distancias, desde luego, como si se tratase de una novela en forma de cuentos. ¿Cómo estructuraste el libro a la hora de trabajarlo?
-Me parece que algo ya dije en algunas de las respuestas anteriores. La estructuración del libro a la hora de trabajarlo, tuvo que ver, fundamentalmente, con la idea del narrador único. El libro, para mí, es un todo bastante orgánico, en el sentido de que no son cuentos que yo escribí aisladamente y después junté en un libro (no suelo hacer eso cuando escribo cuentos, me es más fácil pensarlos en serie), sino que escribí en función de ese todo. Con lo cual, a la hora de trabajarlos tuve muy en cuenta qué cosas ya había dicho ese narrador en tal cuento y qué cosas no; qué matices necesitaba una historia para contrastar con otra; y, más que nada, de qué manera había encarado el tema de la representación de la violencia en una historia para, en otra, hacerlo de una manera diferente. Lo que estructuró la escritura de los cuentos, en definitiva, fue el ver a fondo las posibilidades que esa voz que intentaba construir me permitía a la hora de hacer ficción.
-¿Cuál fue la historia de “Nadie va al circo a ver los payasos”?
-“Nadie va al circo a ver los payasos” es el primer cuento que escribí, en el sentido de terminar, para el libro; pero también el primer cuento que me hizo sentir que podía intentar hacer esto con un poco de seriedad. Fue mi primera satisfacción escribiendo y, curiosamente, nació de una manera que me cuesta repetir ahora: no sabía nada de la historia más que el planteo inicial: una familia de payasos viviendo en las sierras. Desde esa idea inicial hasta el final del cuento, fue ir a tientas. En la época en que lo escribí me gustaba imaginar “descontextos” (objetos, personajes, lógicas, fuera del contexto en el que estamos acostumbrados a esperarlos), de ahí surge la idea. Payasos, no personajes vestidos o disfrazados o que trabajan de eso, sino payasos, viviendo en las sierras, aislados, sin público. La idea me venía dando vueltas en la cabeza pero no me sentaba a escribirla. Fundamentalmente, porque el problema con los descontextos es que su valor depende de la capacidad que tiene uno de explicarlo, de encontrarle un sentido. Y eso era lo que me faltaba. Hasta que un día, gracias a una consigna de taller que apuntaba a escribir con el supuesto estilo de otro (a mí me tocó el de una chica que decía que su estilo consistía en descripciones muy detalladas, dejando lo más claro posible el espacio en donde sucedían sus historias, que pudieran “verse”), empecé a construir el lugar en donde la familia vivía, y de ahí pasé a pensar cuáles eran sus rutinas, sus formas de ser, cómo estaba formado el grupo, etc. Mientras estaba en eso, afuera, en el mundo más allá de la ficción, se estaban dando las campañas políticas para las elecciones presidenciales del 2011. Entonces, de manera muy natural, y sorprendente para mí, aparecieron en la historia un candidato a intendente y su mano derecha buscando votos.
-“El amor de los hombres duros”, no sólo es un cuento que logra, por momentos, un suspenso legítimo. También hay lugar para una crítica social. ¿Pensás que la rivalidad entre Gerardo y Daniel hubiese figurado, con la misma intensidad, de haber sido dos oficinistas, en vez de albañiles?, ¿por qué?
-No solo que lo pienso, sino que estoy seguro que no. El vínculo entre Gerardo y Daniel, más allá de que tiene que ver con la rivalidad, pasa más por todo lo que no se dice en el cuento, por “esas cosas”, como dice el capataz de la obra, que los personajes hacen y no vemos, pero que influencian directamente en lo que sucede o no en ese día de trabajo entre ellos. Me interesaba pensar la naturaleza y la forma de recepción de ese vínculo en el contexto de un grupo social de clase baja. Donde me parecía que podía violentarse más que en el marco de un grupo social de clase más alta, con el supuesto progresismo y mente abierta que imaginamos que tiene, por ejemplo, la clase media. Por otro lado, está la voz del narrador en ese cuento. Una voz que intenté pensar en el extremo opuesto de esos albañiles, una voz propia de alguien que pertenece a lo que suele llamarse alta sociedad y que mira con desprecio lo que considera por debajo suyo. Ahí intenté que estuviera la representación de la violencia en “El amor de los hombres duros”, en la forma en que alguien puede hablar de otro que desprecia, y no tanto en actos violentos en sí. Porque, como bien decís, la mayor parte de la acción, si puede usarse esa palabra, pasa más por la construcción del suspenso y la tensión que por los incidentes que ocurren.
-Te has metido en la vida de varios personajes y se puede decir que no todos ellos son felices, son individuos que intentan alcanzar un acercamiento emocional que no encuentran… ¿Por qué crees que es así?
-Me gusta esa idea, no lo había pensado así, pero creo que tenés razón. Son personajes cuyas vidas están marcadas, de una u otra forma, por esa violencia de la que vengo hablando. No por una violencia tan lineal y clara, sino por su representación. Y en esas derivas de la representación que son los cuentos, terminé preocupándome más por el desarrollo de las tramas que por las posibilidades de acercamiento emocional, como decís, de los personajes. Pienso que la distancia entre el narrador y los personajes de los cuentos es enorme, insalvable. Con lo cual, al ser tan grande, es difícil que haya empatía de algún tipo con ellos; y si no hay empatía, por lo menos en lo que refiere a mí como autor, es complicado que pueda haber un nivel de intimidad tal con los personajes como para lograr que encuentren ese acercamiento emocional. Por otro lado, no estoy seguro de si a mí me interesaba salvar a mis personajes de algo, o que pudiesen encontrar algún tipo redención respecto del mundo en el que viven. No creo que eso haya sido algo que estaba en mis intereses a la hora de escribir. Sin embargo, sí quise hacer algo distinto en el último cuento del libro, “Formas de moverse en el vacío”. Ahí sí intenté, aunque no sé si lo logré, acercar emocionalmente el lector al personaje, dándole la posibilidad de una catarsis. Porque justamente ese texto plantea la posibilidad de la elección ante la violencia, algo que los otros cuentos pienso que no hacen. Me gusta pensar que el protagonista de ese relato es quizás el más libre dentro del libro, más allá de la elección que pueda tomar.
-“Parábola del hombre hermoso”, por lo siniestro, tiene algo de pesadilla kafkiana. Me hizo recordar a El Bebé de Rosemary. ¿El cine es una fuente de inspiración a la hora de escribir?
-No solo el cine, también las series son una fuente de inspiración. Algunas personas que leyeron el libro, me marcaron ya varias veces cierta impronta audiovisual de los cuentos, de la que no reniego, aunque creo que hay más cosas dando vueltas. Pero lo cierto es que mientras escribía los textos, consumí muchas más películas y series que libros (ahora intento invertir esa situación, no porque esté mal, sino porque me gusta cambiar las fuentes de las que me sirvo), y eso hizo que mi imaginación fuese mucho más visual que otra cosa, que me fuese mucho más fácil “ver” lo que se me iba ocurriendo y componer imágenes, antes que otras experiencias sensoriales. También hay algo que tiene que ver con las tramas de algunos de los cuentos, que yo consideraba que tenían que ser muy precisas, visualmente claras, y que no dependieran tanto de la imaginación del lector. Cuentos como “El niño y el conejo” o el mismo “Nadie va al circo a ver los payasos” tienen que ver con imaginarios muy concretos que intenté construir, y que quería que se trasladaran al papel tal cual los había imaginado. Por otro lado, el cine y las series tienen, de manera mucho más clara que la literatura, algo que yo llamo tono. Que vendría a ser algo así como una determinada manera en que las cosas son contadas, que incluye desde el punto de vista, la estructura, hasta los colores y los sonidos que son usados (un ejemplo muy claro pueden ser las películas Sin City, donde el tono es fácilmente identificable). Bueno, yo suelo pensar que cada historia tiene su (única) manera de ser contada, y lo que quiero decir con eso es que cada historia tiene su tono. Y, por lo menos en este libro, me fue mucho más fácil encontrar ese tono en términos visuales, intentado tomar elementos de tal o cual serie o película. Entonces, cuando escribía, circulaban en mi cabeza tonalidades que iban desde las películas de Yorgos Lanthimos (un director griego increíble, director de Canino, una asidua de I-Sat), Nicolas Winding Refn (el director de Drive), hasta series como Hannibal, Misfits o Breaking Bad, o incluso los trabajos de Kavan Cardoza o Kyle Thompson (dos monstruos de la fotografía).
-¿Qué escritores te influyeron?
-Me han hecho esta pregunta antes y nunca supe muy bien qué responder. Porque cuando pienso en escritores que me hayan influido no suele tener que ver con cuestiones literarias, como pueden ser los temas o los estilos, un determinado tipo de historia o algo de esa índole. No tengo ningún tipo de autor-faro, por decir de alguna manera, que me guíe a la hora de escribir y que suponga un lugar al que apunto. Cuando pienso en quiénes me han influido tiene que ver con otras cosas; fundamentalmente, con el aprendizaje de una cierta “ética” de trabajo, cierta disciplina y manera de hacer las cosas. Y ahí, sin dudas, los escritores que más han configurado lo que hago son Falco y Lamberti, con quienes hice talleres en su momento. De ellos aprendí la importancia de escribir siendo consciente que ese texto es una versión primigenia de lo que va a ser cuando esté listo, la importancia de saber esperar el tiempo necesario para volver sobre el texto e intentar, ahí sí, terminarlo; aprendí a escribir con verdad, que no es lo mismo que escribir sobre algo verdadero; y aprendí que hay que leer mucho, mucho más de lo que estás leyendo en este momento, y muy variado (después verás vos qué escribís, pero tenés que leer de todo). Ellos son dos escritores que admiro mucho y que leo con mucho placer, aunque no siempre encuentre puntos en común entre lo que ellos hacen y lo que hago yo. Sin embargo, y para no dejar la pregunta sin responder en el sentido al que creo que apuntaba, para escribir los cuentos del libro leí textos o autores en particular que me sirvieron para terminar de dar forma a los textos. Podría decir que, si hubo influencias, fueron buscadas. Recuerdo haber vuelto, para escribir el cuento “El amor de los hombres duros”, por ejemplo, sobre fragmentos del Facundo de Sarmiento y haber releído “El matadero” de Echeverría. Los cuentos siniestros, de Kobo Abe, fueron una influencia un poco tardía, pero que ayudaron bastante a la hora de terminar el libro. Por otro lado, hay un autor israelí que leí con mucho entusiasmo hacia el final de la escritura, que se llama Etgar Keret y que escribe unos cuentos muy extraños, alejados temáticamente de lo que yo hice en este libro, pero muy cercanos en su manera de plantarse ante la literatura. Keret no tiene reparos a la hora de escribir, cualquier cosa puede suceder en sus textos, y eso es algo que yo busco no perder de vista. También recuerdo haber repasado algunas partes de la novela Entre hombres, de Germán Maggiori, para algunas descripciones; una novela policial negra que transcurre a fines de los noventa, llena de violencia y excesos de todo tipo.
-¿Pensás que el auge del cuento es un fenómeno efímero?, ¿por qué?
-No estoy muy al tanto de ese auge que decís. Hace años que soy más lector de cuentos que de novelas, pero no sé qué tanto están leyendo o no los demás. Sí soy consciente que muchos de los escritores argentinos contemporáneos que me interesan, esos que tienen menos de cuarenta años o andan por ahí (los que me preocupo de leer con urgencia; los libros de los demás, eventualmente, van a llegar a mis manos) publican y han publicado grandes libros de cuentos. Félix Bruzzone, por ejemplo, escribió un libro maravilloso que se llama 76, o la inevitable Samanta Schweblin, con tres grandes libros de cuentos que son como seminarios de cuentística, Oliverio Coelho y sus textos extraños e incómodos, o Patricio Pron, que es un maestro del estilo (menciono estos para no repetir nombres y salir un poco de Córdoba). Con lo cual, quizás podría aceptar que sí hay un auge. De ser así, no lo considero algo efímero. No puede ser algo efímero, por lo menos desde el punto de vista de la escritura. Siempre se han escrito cuentos en la Argentina y siempre se van a escribir; es una forma que, por alguna razón que me cuesta identificar (aunque tampoco sé si me interesa hacerlo), nos sienta bien. Es más, creo que si hay escritores de narrativa que no han escritos cuentos, deberían hacerlo. Ahora bien, desde el punto de vista de las ventas en el mercado editorial, tengo que admitir que no conozco tanto el ambiente y no podría tener una opinión muy formada. Es justamente por eso que al principio de la respuesta no adherí completamente a la idea del auge. Lo que sí sé es que yo voy a seguir escribiendo cuentos, más allá de tener ideas que necesiten otro tipo de tratamiento y que esté realizando algunos intentos con novelas. Creo que la idea del auge del cuento se desprende de verlo como una forma menor. Algo que me parece terrible, como pensarlo como entrenamiento para escribir una novela. Terrible por el desconocimiento que implica respecto de sus posibilidades creativas.
-Agustín, ¿qué te gustaría leer en Argentina y no encontrás?
-Me gustaría leer la literatura que se está escribiendo en el norte del país, o en el sur, o en el centro, dejando de lado a Buenos Aires, sobre todo, pero también a Córdoba y Santa Fe. Me gustaría leer una literatura donde me resulte difícil imaginarme al autor como protagonista de sus historias, algo que suele suceder mucho de un tiempo a esta parte, donde abundan los alter egos de sus autores. Me gustaría leer una literatura que encuentre su razón de ser en ponerse en problemas ella misma y que también me ponga en problemas a mí como lector. Me gustaría encontrarme con la literatura de los escritores de mi edad, porque no conozco tantos como quisiera, pero tengo la esperanza de que estén escribiendo cosas muy interesantes. Me gustaría leer más ciencia ficción argentina. Me gustaría leer muchas más autoras, teniendo la repercusión y el reconocimiento que se merecen, igual que tantos hombres. Creo que algo de eso hay en Argentina hoy en día, pero no es suficiente.