En El telo de papá, su primera novela, Florencia Werchowsky ponía la lupa en el hotel alojamiento que tenía su familia en un pueblo de la Patagonia. En Las bailarinas no hablan el foco se traslada a Buenos Aires y al sueño de una niña por convertirse en bailarina clásica.
“(…) por más que le explicásemos a los demás los horarios, los esfuerzos, los dramas, los progresos, había un desgarro y una épica intransferibles” dice la protagonista quien desde el inicio se instala junto a su madre en un departamento del centro porteño con el objetivo de ingresar en la escuela de Ballet del Teatro Colón.
Accidentes sobre el escenario, niñas que no quieren bailar pero el mandato familiar es más potente, profesoras semi nazis dispuestas a todo con tal que sus alumnos se acerquen aunque sea por un segundo a la perfección, el anecdotario parece inagotable y de alguna manera lo es.
Desgarro y épica, como menciona Werchowsky, pueden ser algunas de las claves para leer la novela.
Desgarro porque el cuerpo es llevado a límites insoportables, una especie de mutilación que ya desde el título les quita la voz a esas jóvenes bailarinas, como si al suprimirles el habla esos cuerpos quedaran vaciados de contenido, machacados, coaccionados y manipulados: “Los dolores son tan inherentes al bailar que los ignoro, me da más trabajo ocuparme de ellos que dejarlos ser.”
Épica: “Aplauden lo que ven y yo estoy incluida en ese aplauso, pero no me aplauden a mí. No aplauden mi desarraigo y mis lesiones ni mis elecciones ni mis bochornos. ¿Qué sabrán de mí?” Y llegando al final, casi con melancolía, agrega: “El aplauso unifica y asevera, condesciende, alaba este ritual extraño y disimula con ruido de gloria el vacío de la sala llena.”
Son los años de la pubertad, una época luminosa en que el descontento domina los sentidos: “Nos vi, por un segundo, desde afuera: éramos un grupo desgraciado, siguiendo el ritmo con la parte del cuerpo equivocada, sin capacidad de mover independientemente las caderas de los hombros, exagerados con los brazos. Éramos los mejores bailarines del país y los peores de la pista.”
Son los años de los pasillos kafkianos y la burocracia: “De alguna manera, un camarín del Colón era igual que una oficina de Rentas.”
Son los años de la amistad, esa especie de extensión que a veces aparece y se arma del mismo modo que se arman las familias, sin elegirse: “Al cabo de vernos 15 años todos los días, de lunes a sábados, algunos domingos también, habíamos construido una relación fluida de mutua dependencia, y odio constante, como hermanas.”
Son los años de formación, ese periodo extenso y fragmentado que va desde 1990 hasta el 2010 es un bloque tan pesado como una maza, una etapa abrumadora en donde el despertar sexual, el éxito y el fracaso, determinan y conforman un destino ineludible.
Las bailarinas no hablan es una Novela – Diario, un autorretrato en el que se despliegan las confesiones de una muchacha de provincia sobre sus vaivenes en la ciudad al tiempo que una exhaustiva y sutil radiografía social.
Florencia Werchowsky es periodista y escritora, se formó como bailarina clásica en el Teatro Colón.
Werchowsky recomienda “Hawaii – Bombay” de Mecano.