En 1949, el matemático brasileño Julio Cesar de Mello e Souza publicó uno de los pocos libros que generaron una importante adicción entre los difusores de la matemática: El hombre que calculaba, firmado con el seudónimo de Malba Tahan. Lo curioso es que no es un libro de divulgación, sino una novela en donde los problemas y planteos que aparecen son parte de una historia y está escrito en el marco de la cultura árabe con un estilo muy similar al de Las mil y una noches. Que la reminiscencia de aquel conocido longseller nos lleve a la reciente publicación de Las causas perdidas, el libro de cuentos del joven escritor, gestor cultural y profesor de matemáticas porteño Nicolás Igolnikov (1997), publicado por una novel editorial geométricamente llamada Hexágono Editoras no puede sino ser fruto de toda una coincidencia matemática.
Podríamos decir que una de las enseñanzas que nos dejan los números es que despiertan y desafían nuestra intuición, permitiéndonos confrontar con uno mismo y con la realidad diaria. Si bien no hay problemas matemáticos en las historias que se narran en Las causas perdidas, estas se presentan como si fueran una ecuación. En su lectura no hay muchos detalles, hay diálogos pero se perciben más silencios, sentimientos no dichos. Los personajes presentan situaciones que no pueden resolver. Comparten soledades y pequeñas circunstancias que si bien intentan cambiar, saben que no pueden hacerlo. Se conforman con lo dado, al tiempo que imaginan la posibilidad de algo distinto.
Así como Las mil y una noches era uno de los libros favoritos de Borges, el escritor de los laberintos era el favorito de Isidoro Blaisten a quien Igolnikov reconoce como uno de sus autores preferidos. Su influencia se cuela en sus cuentos, cargados de melancolía e ironía. “Algo en el aire, a pesar de todo, resulta indiferente. Como si nada se moviera. Como si nada importara” describe al tiempo que Carlos maneja el auto al volver de celebrar las fiestas que no son de su agrado en el cuento “Las estrellas”.
Con una sencillez y una delicadeza por lo sensible, los cuentos de Las causas perdidas presentan lo bello y lo triste de momentos palpables, vívidos, nostálgicos. Y como el libro de Tahan, en esa belleza por la complejidad de los problemas cotidianos, aparece por debajo lo que está ahí, dando vueltas, incomodando, faltando.