Ariel Pukacz es un escritor proclive a la observación analítica. Cualquier dato puede despertarle su pasión por los detalles y lo efímero. El orden natural de las cosas (Alto Pogo, 8vo. Loco Ediciones y Milena Caserola), publicación aparecida en el marco de la Exposición de la Actual Narrativa Rioplatense, oficia como síntesis fiel a esa propuesta. Casi una veintena de relatos breves que revelan la mecánica –su serie de reglas y correspondencias- en que operan las cosas, su recorrido, a través del tiempo. El resultado es inquietante puesto que abre un universo genealógico donde no pareciera haber misterio, sino azar (la historia como un sistema concatenado de desencuentros).
Sabemos que Pukacz admira a Ricardo Piglia, no obstante este libro parece tener fuertes similitudes tonales con la imperturbable facticidad de Rodolfo Walsh. También con los microgramas de Robert Walser, en el querer literaturizar la grandeza de lo minúsculo. César Aira alguna vez afirmó que no importan tanto los libros, sino los procedimientos con que éstos están escritos. Este libro lo ratifica. Podría haberse extendido infinitamente sin perder vigor ni frescura anecdótica. Inclusive, fundar toda una literatura, dado que Pukacz desnuda una poética, un modo autárquico de percibir el mundo; una lección de estilo. El orden natural de las cosas puede conseguirse en algunas buenas librerías como La libre o descargarse de forma gratuita.
-A.M: El orden natural de las cosas es tu primer libro publicado y se trata de un libro de cuentos…
-A.P: Siempre me gustó el cuento porque en un mismo libro te encontrás con muchas historias diferentes. Siento que el cuento encierra una complejidad en la que nada sobra, tiene que funcionar como un reloj suizo. Siempre que pienso en los libros que más me marcaron aparecen muchos de cuentos, como el de Salinger, alguno de Carver, Kjell Adskildsen y Llamadas telefónicas de Bolaño.
-¿Cómo fuiste armando un libro de estas características?
-Soy de empezar proyectos y a la mitad entusiasmarme con otros, prometiéndome que en algún momento volveré al anterior.
-¿Hubo un proceso de selección previo?
-Desde 2013 asisto a un taller con Hernán Ronsino y en ese entonces estaba queriendo escribir una novela que no iba hacia ningún lado, se trataba sobre una especie de mezcla entre John Wayne Gacy y el Unabomber. Justo fue cuando salió el Camino de Ida de Piglia que toca la misma temática. Había dos capítulos de esa novela inconclusa que comenzaban del mismo modo, con el recorrido de objetos a lo largo del tiempo, ese hallazgo me motivó a reescribirlos y a comenzar una serie de textos sobre objetos. Hernán me motivó a no abandonar la idea, y al finalizar el año de taller ya tenía como veinte cuentos, todos girando sobre el mismo concepto, las historias silenciosas detrás de las cosas.
-Cada cuento pareciera estar narrado siguiendo un mismo procedimiento en el que los objetos cobran un protagonismo absoluto.
-Creo que hay dos líneas que separan los textos en el libro: los que siguen a las personas detrás de los objetos y los que siguen a los objetos detrás de las personas.
-Los objetos –la fenomenología de las cosas- y nosotros mismos, en cierto modo,
estamos apresados en función de la fatalidad del tiempo. En otras palabras, ¿por
qué te obsesionó la cuarta dimensión como materia narrativa?
-Siempre me asombró y angustió bastante el hecho de que casi todo lo que nos rodea tiene una historia atravesada por personas sobre las que no sabemos nada. Desde el objeto más cotidiano como una lapicera tiene una historia que involucra muchos lugares y personas. Hay una historia secreta en cada cosa, y las ignoramos. Sentí la necesidad de elegir algunas e inventarlas, de pensar como las cosas sobreviven al paso del tiempo.
-Es interesante el tono en el que tus relatos se desarrollan. Imperturbable, casi te diría fáctico. Impasiblemente expositivo, como si fuera HAL quien nos está
narrando cada episodio. ¿Pensás que tu formación de periodista haya motivado,
un poco, esa faceta de tu escritura?
-Puede ser, hubo una intención de que fuesen textos bastante despojados, casi como académicos. Hubo por ahí más influencia de Vidas imaginarias de Marcel Schwob, Literatura nazi en América de Bolaño y La sinagoga de los iconoclastas de Wilcock que en el periodismo en sí.
-A lo que me refiero es que creo no haber contabilizado ni una metáfora en todo el libro. Los adjetivos están rara vez presentes. ¿Te preocupan los problemas de estilo a la hora de lanzarte a escribir?
-Me suele preocupar primero tener una estructura, saber qué quiero contar, cual es la historia. Después está la parte de buscar un tono que se adecue a la historia que quiero contar, cosa que me cuesta horrores. Pero sí, creo que es clave tener en claro hacia donde querés llevar un texto desde todas las partes, no sé si se puede priorizar más una que otra. O al menos desde la experiencia personal, cuando puse más énfasis en algo y descuide otro aspecto, fue un error.
-Personalmente me llamó mucho la atención, Las fotos (1955-1999), ¿cuál fue la historia detrás de ese relato?
-En 2012 viajé a Nueva York y fui a una feria de antigüedades que se hacía los fines de semana en un estacionamiento de autos, una verdadera Garage Sale. Uno de los puestos vendía fotos viejas, objeto que siempre me generó intriga y rechazo a la vez, por no poder saber nada de las personas retratadas y de cómo llegaron los objetos hasta ese lugar. De todas formas me puse a mirarlas y, mezcladas entre todos los pilones que había encontré varias imágenes de las mismas dos mujeres en diferentes lugares y situaciones. Las imágenes esas me quedaron en la cabeza el tiempo suficiente como para querer inventarles una historia.
-¿Sentís predilección por alguno de los textos aquí reunidos?
–El Golem, que es el último del libro, es al que más afecto de tengo.
-¿Por algún motivo en particular?
-Porque es autobiográfico aunque me tomé obviamente licencias ficcionales. También le tengo cariño a La semilla de Arce porque fue el primer texto que escribí del libro y me gusta como el objeto va mutando, se olvida y vuelve a aparecer.
-Hace tiempo llevás adelante el sitio web Walden Mag. Un espacio cultural donde hay notas sobre personajes contraculturales como el inclasificable poeta y narrador yanqui Richard Brautigan. ¿Cómo es la tarea de ser periodista y editar un sitio como ese?
-Yo vengo haciendo fanzines desde antes de saber lo que es un fanzine. Hacia “revistas” que fotocopiaba en la oficina de mi papá y me quedaba yo todos los ejemplares porque no se me ocurría cómo distribuirlos ni me interesaba realmente que alguien los leyera. Para 2005 comencé un proyecto más serio que se llamó Ganesha y fue bastante clave en mi vida para darme cuenta que me gustaba escribir. Walden nació como continuación de todo eso, una necesidad de seguir compartiendo información e investigando, siempre tratando de hacer algo personal y sin replicar lo que ya está hecho. La nota sobre Brautigan la hizo Luciano Alonso, que es poeta y librero de Alamut. La verdad es que a veces es agotador llevar adelante Walden, es algo que hago porque sí, porque me gusta compartir lo que voy aprendiendo y con las cosas que me voy topando. Hay varios amigos que se copan en escribir cuando tienen ganas, y también personas que fui conociendo gracias al sitio que se sumaron. Es todo hecho a pulmón pero me permite desarrollar otras cosas que me gustan, como por ejemplo los talleres que doy en el Matienzo. Ahora arranco uno en abril, sobre el diálogo y guiños entre el rock de Estados Unidos y el británico a lo largo de las décadas.
-¿Te encontrás escribiendo un nuevo libro?
-Sí, es absolutamente distinto a El orden natural de las cosas. Es una novela que vengo pensando y escribiendo desde hace un año. Sucede en otro país y está basada levemente en alguien que existió.