Donde había un almacén ahora hay una dietética. En la esquina en la que trabajadores almorzaban un sandwich al paso pusieron luces de colores y mesas altas, señal de que pronto inaugurarán una cervecería. Al bar tradicional donde taxistas hacían su parada, algún estudiante preparaba un examen y un grupo de vecinos se juntaban a tomar un café, ahora tiene plantas, música estridente y una pizarra en la vereda que ofrece tres, cinco, ocho tipos de cafés distintos. En alguna esquina, un vistoso mural anuncia lo que los vecinos ya evidenciaron: el barrio ya no es lo que era.
Y mientras estos cambios culturales van llamando la atención de vecinos que resisten o disfrutan de los nuevos atractivos, la construcción se acelera provocando un boom inmobiliario en zonas hasta no hace mucho periféricas o marginales. Barrios que hasta el momento no habían llamado la atención de desarrolladores e inversores inmobiliarios, barrios en los que no estaba permitido construir más de tres pisos.
“Eso es la gentrificación”, explica Leslie Kern, geógrafa canadiense y doctora en Filosofía, autora de La gentrificación es inevitable y otras mentiras (Ediciones Godot) que visitó Buenos Aires para participar de la Feria de Editores FED ’22.
“Llegué hace una semana a Buenos Aires, pero ya recorrí algunos barrios y estoy parando en un hotel en Palermo, de modo que tuve un curso acelerado de gentrificación -bromea en conversación con Indie Hoy-. Los negocios, los restaurantes, la decoración, la disposición del espacio público, todo se ve tan repetido de una ciudad a otra que no hay dudas de que Buenos Aires está también gentrificada”.
El término “gentrificación” viene de “gentry”, un concepto que introdujo en los años sesenta la socióloga inglesa Ruth Glass y que hace referencia a la alta burguesía británica como clase social que, a medida que asciende y se acomoda, desplaza a otra clase de su lugar de residencia. Algunos pueden llamarlo progreso, otros desarrollo natural de las ciudades. Como sea, lo que produce es un incremento de la desigualdad entre sectores históricamente excluidos y deja en claro que el espacio urbano no es un lugar neutral, sino un entorno en el que se evidencian tensiones económicas y sociales.
“Las mujeres, las madres solteras, los viejos, los inquilinos de clase baja, los históricos habitantes de estos barrios comienzan a sentirse extraños en su propio vecindario, al mismo tiempo que, ante el boom inmobiliario, les suben el alquiler”, explica Kern. Y ahí comienza la especulación en torno al rédito económico que los desarrolladores, en connivencia con los gobiernos, pueden obtener.
Esta es la manera, lenta pero sostenida, en la que los barrios cambian de fisonomía. Con la modificación del Código Urbano que la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires aprobó durante la pandemia, en un vecindario de casas bajas ahora está permitido construir cinco pisos más dos “retiros”, ese eufemismo que encontraron para autorizar dos pisos más, siete en total, que no se ven desde la fachada, pero existen. En barrios como Villa Ortúzar, Chacarita, Colegiales y San Telmo o Monserrat, solo por nombrar algunos, si antes había un taller mecánico o una casa con galería al costado, seguro ya hay un edificio en construcción. Y así, dos o tres por cuadra.
En tu libro describís que los primeros signos de gentrificación son culturales, pero ¿qué sucede primero, el barrio como objetivo de desarolladores o un cambio de estética, gustos y costumbres a partir de los nuevos comercios en una zona?
Esta es una pregunta que los investigadores han debatido durante décadas: la cultura versus los factores económicos. Yo creo que son ambas. Lo que las personas detectan primero son los aspectos culturales, gente que se viste distinta en el barrio, quizás más jóvenes o extranjeros, artistas que encuentran casas en donde establecerse para poner su taller, personas de la comunidad LGTBIQ+ y diferentes tipos de negocios que antes no existían. En paralelo, los inversores y desarrolladores inmobiliarios empiezan a notarlo y ahí conducen su capital. Ven al barrio como una oportunidad para obtener gran rédito económico. Compran barato, invierten y venden caro. Así que creo que es una combinación de factores.
Hablás del desplazamiento real y el metafórico de quienes siempre vivieron en esos barrios. ¿Cómo se producen estos desplazamientos?
Con la gentrificación, el desplazamiento puede ser tanto real -se tienen que mudar porque sus alquileres subieron al punto de no poder pagarlos o directamente los desalojan- como metafórico, y esto es más difícil de medir. Para quien siempre vivió en un barrio tranquilo de repente siente que ya no está en casa, se siente extraño en su propio barrio: nadie les dice “buenos días” cuando salen a hacer las compras, no tienen un lugar donde tomar un café y se sientan acogidos, los negocios del barrio desaparecieron y ya solo les queda comprar en el supermercado, a cada cuadra encuentran una obra en construcción. Es un proceso lento, de extrañeza y desorientación, que termina alejando a quienes históricamente vivieron allí.
El fenómeno parece no tener aspectos positivos pero en el libro hablás de experiencias que de algún modo amortiguan los efectos de la gentrificación y hablás de actuar con “responsabilidad”. ¿A qué te referís?
Muchas veces hay tensión entre las nuevas comunidades que se mudan al barrio y los antiguos habitantes pero, a la vez, cuando hay un uso responsable del espacio, se escuchan las demandas de los vecinos originarios y hasta se resiste el avance de la gentrificación, la convivencia es posible. Las plazas vuelven a poblarse de familias jóvenes, de chicos, eso puede traer más seguridad al barrio, por ejemplo. Cuando se mixean pueden ayudarse mutuamente para mejorar el barrio y generar nuevos lazos. También los comercios pueden tener un aspecto “barrial”, con descuentos para quienes viven allí o actividades para la comunidad.
Las pintadas en los barrios lo denuncian: “Tu street art me sube el alquiler” puede leerse por San Telmo. Y si bien el “No a las torres” ya es un slogan extendido en decenas de barrios de la ciudad de Buenos Aires, el fenómeno es global. Ante eso, al mismo tiempo que afirma que como ciudadanos no podemos culparnos por las acciones y omisiones del establishment económico y político, Leslie Kern propone responsabilizarnos por las relaciones que se pueden construir en los barrios, las resistencias que se impongan a los avances y el apoyo a políticas públicas que tengan en cuenta el bienestar de los vecinos y no solo el rédito económico.