Los machos se duermen primero, publicada en 2019 por Omnívora Editora, fue finalista en la Bienal de Arte Joven del 2017 con mención especial. Hace pocos días salió de imprenta su segunda edición.
El protagonista es un joven al que le cuesta soñar y luego de una sesión de películas de Hollywood y un encuentro con otro chico, puede volver a hacerlo. Este es el puntapié para que la historia vaya desarrollando temas como la cultura pop de los 90, la crisis del 2001 y el peronismo, situaciones que se van a ir entrelazando en la novela, con los relatos oníricos de un joven gay que experimenta avatares amorosos entre la Capital y el conurbano bonaerense.
Prólogo de Gabriela Cabezón Cámara: El imaginario argentino con todas sus tensiones puesto a funcionar en un chico puto de oniria desenfrenada y hambre de amor: esta es una novela hilarante que hace de la tragedia argentina una farsa, de la pulsión homicida una fiesta extática, de la forma de construcción social que padecemos —organizada en torno a un sistema de oposición y jerarquización constante y ridículo si no fuera por sus consecuencias funestas— una ocasión para el amor y la risa franca y abierta.
Esta novela preciosa tiene algo de eso, de lectura nueva, de tomar las cartas de siempre y dar de nuevo como si quisiera contar la historia argentina en clave de marica cinéfila y delirante. Algo es seguro: lean esta novela, no se van a arrepentir.
Compartimos un fragmento del capítulo “Morón, al fondo”:
Me mira con miedo, casi no me mira, yo tampoco lo miro para que no piense que me gusta, para que se tenga que esforzar, para que me tenga miedo. Ahora me mira más porque estamos detenidos en el semáforo, y yo también lo miro un poco para entienda que si me mira, lo miro.
Sus padres se fueron por el fin de semana largo y la excusa es ver una película, a nadie le importa cuál. Está bien vestido, un suéter rojo que, aunque es rojo, le queda bien. Es más lindo que en la foto y no se le nota ni un poquito que es puto; él dice que es solo curiosidad, como dicen todos los putos no asumidos. El auto también es rojo. No sé a quién se le ocurre fabricar autos y suéters de ese color: el rojo es para cosas grandes, para las alfombras de los Óscar, para Lenin o Trotsky; el rojo es para una Ferrari y no para un Volkswagen Gol de tres puertas. Igual, no me importa. Dice “por Ramos”, y acostumbrado a que los putos de la Zona Oeste digan Ramos aunque vivan en Moreno, le pregunto si es por Haedo. Él se ríe y aclara: “Morón”. Municipalidad de Morón. Estación Morón. Universidad de Morón. Está claro que ya estamos en Morón pero intuyo en su mirada que todavía falta mucho. Dejamos la avenida Rivadavia veinte cuadras atrás, y le pregunto dónde estamos.
“Morón, al fondo”, dice. “Me parece que al fondo, fondo”, digo y se ríe. Nos reímos. Doblamos por una avenida que grita “me construyó Perón y nunca nadie más me puso un peso encima”. Estamos apenas a veinte minutos de la Capital y la casa más alta debe tener tres metros. Habrá sido un barrio obrero, peronista; los oligarcas no deben venir por acá muy seguido. Oligarca: dícese del sujeto al que nunca en la vida se le pasó por la cabeza ser peroncho.
Qué pensaría el Coronel de dos putitos que van a coger a su casa construida por el Banco Hipotecario; qué pensaría de los obreros que se miman en las fábricas cuando nadie los ve. Diría putos de mierda, como todos. No tendría que haber un solo puto peronista. Ahora pienso en Fidel y en su Revolución que no necesita peluqueros. Otro milico.
La casa es horrible. Mi abuela decía que lo que te da Perón es una mierda pero es tuyo. Así y todo, es la mejorcita de la cuadra. Está sucia, descuidada, hay cosas tiradas. El perro empieza a saltar, se me viene encima y es tan simpático que quiero jugar con él. Tiene un olor a perro insoportable, igual lo acaricio. Él me ofrece algo para tomar y me señala la videoteca para que elija. No esperaba encontrar lo último del cine iraní, pero tiene cinco estantes llenos de piratería y ninguna película decente. Los yanquis salvan al mundo de la amenaza extraterrestre; los yanquis salvan al mundo de la maldad de los rusos, que son peores que los extraterrestres; los yanquis salvan al mundo del cambio climático que ellos mismos provocaron; los yanquis salvan al mundo de la explosión del Sol. Elijo la del Sol. Dos colchones en el piso, cuatro frazadas. Es el típico pibe al que tenés que respetarle sus tiempos pero vale la pena. De esos putos que pueden hacer pis en la Fuente de Duchamp como si nada, aunque todos los miren, aunque ni siquiera sepan quién es Duchamp.
El Sol no explotó. Y tampoco explotará, es apenas una lluvia solar que amenaza la vida en la Tierra. Por suerte, un joven multimillonario de la industria aeroespacial logra convencer a la nasa y al mismísimo presidente de los Estados Unidos, que esta vez es mujer, negra y está en silla de ruedas, de que hable con el Kremlin. Juntos encuentran la solución: un centenar de explosiones atómicas en la estratósfera desviarán la tormenta solar hacia la órbita de Venus. Mientras la Tierra vive las horas más angustiantes de su historia, Morón y yo pensamos en otra cosa.
Rodolfo Omar Serio nació en la parte sur de la ciudad de Buenos Aires en 1985. Puto en un barrio de machos. Participó de variados talleres de escritura, entre ellos, las clases de Hebe Uhart. A los 23 años publicó sus primeros textos en los diarios Página/12 y Perfil. La diversidad sexual, la cultura pop, el peronismo y la música electrónica, son algunos de sus temas e intereses, a priori lejanos o contradictorios pero que se entrelazan en sus relatos para habitar mundos literarios inexplorados.