Joaquin Machado de Assis (1839-1908), ha sido una de las personalidades más singulares de la historia literaria de Brasil. Nacido en una familia de humilde condición -su padre era pintor de brocha gorda y su madre lavandera-, muy pronto quedó huérfano, por lo cual desempeñó desde niño un sinnúmero de trabajos disímiles. Su epilepsia y tartamudez no lo disuadieron de aspirar a ser un respetado escritor. Autodidacta, supo concretar con paciencia, su ambicionado deseo escribiendo piezas dramáticas, colaborando en diarios, además de estudiar por su cuenta varios idiomas como el francés, alemán y griego.
Su fama le llegó pasado los cuarenta años, con su acreditada antinovela Memorias póstumas de Bras Cubas (1881); libro que abre un período prolífico en su vida, y que se complementa con meritorios trabajos como Quincas Borba (1891) y Dom Casmurro (1899), sin desdeñar su optimista Memorial de Aries (1908). Estas obras, con sus aportes, ayudaron a madurar la profundidad en la novela y el cuento brasilero -hasta entonces-, géneros hundidos en el romanticismo pueril y monocorde. Sus relatos –más de doscientos-, reunidos en Papéis Avulsos (1882), Varias Histórias (1896), entre otras publicaciones póstumas, lo convierten -al igual que Leopoldo Alas “Clarín”, Gustave Flaubert, Antón Chéjov o Henry James-, en uno de los más completos y consolidados autores del siglo XIX.
El hecho que acabe de editarse la novela Los papeles de Casa Velha (Ed. Funambulista), originalmente publicada por entregas en 1885, es un acontecimiento notable. Traducida al castellano por primera vez gracias a Juan Sebastián Díaz Cárdenas, el público lector de habla hispana tendrá oportunidad de descubrir un singular libro de misterio y penetración psicológica.
La historia narrada es simple. Un reverendo decide visitar Casa Velha, una solemne mansión, con el fin de documentarse sobre la vida de un fallecido ministro del emperador brasilero Pedro I. Quien lo recibe es su viuda, Doña Antônia, que -además de venerar el recuerdo de su marido con orgulloso celo-, parece gobernar algo más que su fastuosa residencia. Pronto los personajes, comienzan a revelar sus complejas naturalezas profundas, desviando al clérigo de sus primigenias intenciones, centrándose en otras muy distintas. Félix y Lalau, la pareja de jóvenes enamorados representan el amor no correspondido, y uno de los eslabones medulares de esta historia finisecular brasilera.
El lector disfruta esta historia, como si fuese un inquilino más, hospedándose en Casa Velha. La decena de capítulos que conforman el libro, se extienden por sus salas frescas, sus vetustos recintos empedrados, donde Assis con mirada tersa, trata con sutileza temas tan espinosos como el matrimonio por conveniencia, el adulterio, el dinero. Por su eficaz detallismo en el estudio de los caracteres humanos, el autor se permitió decir a través de uno de sus personajes, frases mordaces como “tenía el rasgo pueril de hallar placentera casi cualquier cosa”, certera observación que no debe envidiarle en nada, a los aforismos irreverentes de Oscar Wilde.
Es evidente que Assis, al menos en lo que concierne a esta novela de carácter moral, no la escribió para complacer al público carioca. Más allá de su final “correcto”, la mirada ligeramente pesimista del novelista, no buscó el suspenso o la intriga, -temas abusados por los “subgéneros” literarios-. Su mayor interés consistió en evidenciar las corrupciones sociales e individuales, a través de la psicología de sus personajes. Para reforzar su objetivo, acudió a la sutil introspección –mucho antes que Italo Svevo y James Joyce -, siempre fortalecida por una sintaxis sobria y discreta. La agudeza por la observación del detalle se traduce en oraciones nítidas, convirtiendo Los papeles de Casa Velha, en un libro de deliciosa lectura. A un siglo del deceso de su autor, su prosa fina y elocuente, continúa sin perder su refrescante vigencia.
Los papeles de Casa Velha
Joaquim Machado de Assis
Editorial Funambulista